4. El contacto es un anhelo

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EL ASCENSOR LLEGÒ TAN RÁPIDO al piso de arriba, que Séneca no tuvo tiempo de sentirse culpable. Y si lo hubiera tenido, tampoco se habría permitido sentirse de esa forma.

Ni siquiera cuando la puerta se corrió, el chico ese dejó de mirarla con un injerto de fascinación y temor en la mirada. No lo culpaba. Ella tampoco sabía muy bien qué había pasado y por qué había actuado de esa forma.

En el momento le había parecido una excelente manera de deshacerse del uniformado, pero ahora el sabor metálico de la sangre ajena no hacía sino provocarle arcadas y un asco tremendos.

«Ojalá hubiera sido así de valiente cuando Liam se fue», pensó con una mezcla de culpa, tristeza y tormento. Tampoco se permitió sentir esas emociones. Al menos no por mucho tiempo. Las empujó fuera de su cabeza al mismo tiempo que salía del ascensor.

Al percatarse que el tal Louis no la seguía, se volvió hacia él. Consideró preguntarle si también quería que lo pateara para que saliera, pero se desvió por la carretera de la amabilidad. Estaba siendo una noche terrible y no quería empeorarla más.

—Mira, lo siento —Comenzó—. No era mi intención... dejarte sin descendencia para que subieras al ascensor —dijo, tratando de aligerar las cosas con un poco de humor.

Como si hubiera despertado de un sueño, Louis se levantó lo más rápido que el dolor podría permitirle y fingió no haber sido el mismo niño asustadizo de hace un minuto.

—De todo lo que ha sucedido hasta ahora, quizá una disculpa tuya es lo más extraño que me ha pasado en este pueblo infernal —dijo con esa actitud hosca que no le provocaba otra cosa que empujarlo por las escaleras—. Y eso que solo llevo doce horas aquí —añadió mientras salía del ascensor con la cabeza muy en alto.

—¿Disculpa? —preguntó Séneca, arrepintiéndose de haberle tenido consideración.

—Como escuchaste —repuso él acercándose hacia su escritorio y tomando un pisapapeles—. Cambiando de tema: ¿a qué tipo de pesadilla victoriana hemos pasado ahora? —preguntó, mirando con una mueca las cortinas doradas de su habitación.

—Estamos en mi habitación —respondió ella, acercándosele y quitándole el pisapapeles de la mano—. Y para tu información, esas cortinas valen mucho más que tu patrimonio neto.

—¿Por qué tendrías un ascensor directo desde la biblioteca a tu habitación? —preguntó él, arrugando el rostro.

Por mucho que odiara aceptarlo, le quedaba coqueto el gesto.

—Es una historia personal, no tenemos tiempo y tengo que quitarme estas toneladas de tela de encima —zanjó mientras se dirigía a su inmenso closet.

—Yo soy alguien confiable, tu puedes hablar mientras te cambias, y me muero por conocer tu closet —repuso él, siguiéndola.

Séneca se volvió hacia él.

—¿A dónde crees que vas? —dijo deteniéndolo—. Dije que voy a cambiarme.

—Y yo pensé que éramos cercanos —Se encogió de hombros.

—¿De qué chiste extraño saliste? —preguntó ella, dejándose vencer por un risa.

—Se llama Woodspring —contestó Louis con una sonrisita—. Está a dos horas de aquí.

—¿Jamás te rindes, eh? —le respondió, poniendo una mano en la cadera.

—¿Qué puedo decir? Soy un luchador.

Séneca lo dudaba, pero aun así le concedió el beneficio de la duda.

—Media vuelta —le ordenó.

Louis obedeció y ella comenzó a buscar desesperadamente cualquier cosa que no tuviera capas y capas de tela.

—Soy todo oídos —La apuró él.

Séneca titubeó. No solía compartir mucho de esa historia con todo el mundo, y menos con un desconocido, pero esa noche estaba siendo del todo, menos normal.

—La biblioteca era el lugar favorito de mi madre —comenzó, deshaciéndose de los molestos tacones. Casi suspiró del alivio—. Por eso tengo un ascensor directo a mi habitación. Cuando estoy muy abrumada o molesta, me gusta bajar para encontrar algo de paz. Siento que de alguna forma, ella sigue allí.

No importaba cuanto tiempo pasara, cada vez que recordaba a su madre se le encogía algo dentro del pecho y la venía a visitar la nostalgia. Se preguntó si en algún momento dejaría de extrañarla o tendría que cargar con ese peso por el resto de su vida.

—¿Puedo saber qué le sucedió?

Séneca estaba luchando con el cierre del vestido hasta que Louis habló. Por primera vez en la noche no había sonado patán, grosero o inmaduro. Por el contrario, había pronunciado las palabras con interés. Como si realmente le importara lo que le hubiera pasado. Como si le pesara también.

Sin embargo, no se sentía cómoda hablando de su madre con un extraño.

—No es de tu incumbencia —zanjó Séneca—. Mejor muévete y ayúdame con este cierre —ordenó.

—Llevo toda la noche queriendo ayudarte —soltó con tono juguetón.

Séneca rodó los ojos.

Ya volvía a ser el de siempre.

—Es tu turno de compartir algo —habló mientras sentía las manos suaves y finas de Louis intentado localizar le cierre del vestido.

—¿Qué quieres saber?

—¿Cuál es tu problema con los espacios cerrados? No puedo creer que seas claustrofóbico.

—No son los espacios cerrados —respondió Louis comenzando a bajar el cierre—. Son los ascensores en sí. Cuando era más pequeño mi hermano mayor me dejó encerrado en uno en nuestras vacaciones en Nueva York. Llámalo mala suerte, pero se quedó atascado y estuve dos horas atrapado hasta que pudieran encontrarme.

—Suena como a una historia trágica —dijo Séneca con ironía.

—No podrías ni imaginarlo.

Louis terminó de bajar el cierre del vestido, pero en lugar de apartarse, se quedó detrás de ella.

No sabía si era su imaginación o las dos míseras onzas de champán que había tomado hace un rato, pero podía sentir su respiración en su nuca. Le hacía cosquillitas y le erizaba la piel.

Era extraño... no recordaba sentirse de esa forma en mucho tiempo. Esos escalofríos, esa expectación... ni siquiera con el imbécil de Ethan había tenido esas sensaciones.

Por un desinhibido momento deseó que hubiera ocurrido algo más: que Louis le hubiera recorrido la espalada con los dedos en un jueguito de seducción, o que quizá le hubiera apartado el cabello para besarle el cuello, pero nada de eso ocurrió.

Escuchó cómo Louis tragaba grueso y respiraba con mayor dificultad.

—Yo... creo que te esperaré afuera —dijo, y salió apresuradamente del vestidor, dejándola sumida en un profunda bruma de incomprensión y anhelo.

Cualquier otro chico de Woodfall no habría desaprovechado la oportunidad y hubiera terminado de quitarle el vestido, pero Louis había reaccionado diferente. Se había quedado quieto contemplándola, respirando en su cuello sin dar el paso. Aun podía sentir su mirada sobre ella, y

lo más increíble y extraño de todo era que no la había hecho sentir incómoda; al contrario, la había hecho sentir especial. Deseada en un contexto mucho menos carnal que el habitual.

Volviendo en sí, terminó de desvestirse y se puso lo primero que encontró: una camiseta sencilla, unos pantalones descoloridos y sus botas favoritas.

Entró rápidamente a su baño personal para quitarse los asquerosos restos de sangre de los labios y su reflejo en el espejo captó su atención. No se parecía en nada a la chica de hace unas horas. Su cabello de llamas encendidas estaba perdiendo la gracia y sus ojos parecían alterados y para nada encantadores.

De un tirón se quitó las horquillas del cabello, deshaciéndose de aquel engorroso peinado y dejándolo suelto.

—Tienes que ser fuerte esta noche —Se ordenó a sí misma.

PELIGRO EN WOODFALLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora