5. Se mueven las paredes

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LOUIS TUVO QUE DARSE una cachetada para poder volver a la realidad.

Las yemas de los dedos casi le ardían por quedarse a centímetros de haber tocado la piel pálida de Séneca. En cualquier otro contexto lo hubiera hecho, hubiera llegado mucho más lejos. Pero desde que la había visto por primera vez en el salón, había llegado a la rápida conclusión de que aquella pelirroja de ojos pardos no se parecía a ninguna otra chica que hubiera conocido. No se rendía ante su sonrisa y mucho menos se reía de cada tontería que decía, y eso, de alguna forma, no hacía sino querer intentarlo más, solo que de una forma diferente.

La pérdida de Alan estaba logrando que comenzara a replantearse un montón de cosas que creía saber sobre sí mismo y la forma en la que los demás podrían verlo. No quería seguir siendo el mismo Louis que había sido hasta ese momento, quería comenzar a hacer las cosas bien. Y quizá Séneca podría ser el comienzo de todo aquello.

Desde que Ellie se había ido para Los Ángeles y apenas le escribía una vez por semana, había comenzado a sentir algo extraño y diferente para él. Algo tan molesto, que le daba vergüenza tan solo pensarlo: soledad.

Quizá aquel viaje a ese pueblo extraño no había resultado tan mala idea después de todo.

Cuando Séneca salió del vestidor sin aquel fachoso vestido, soltó lo que había estado pensado todo ese tiempo.

—¿Entonces me dices que duermes con tus antepasados cuando te vienen a visitar por las noches? —preguntó, señalando la gigantesca cama con dosel.

Toda la habitación era demasiado aristocrática para su gusto. Las cortinas parecían del siglo pasado, no había posters o recortes en las paredes, y ni siquiera un adorno color rosa, lo cual alimentaba por completo la idea de que aquella chica no era como cualquier otra.

—¿Recuerdas lo que te dije acerca de las cortinas y tu patrimonio neto? —preguntó ella, dirigiéndose hacia la biblioteca al lado de la peinadora—. Pues, aplica también ahora.

Si de alguna forma le había afectado lo que acaba de pasar en el vestidor, era una experta ocultándolo. Apenas había reparado en él.

—¿A dónde vamos ahora? —preguntó Louis tratando de no verse influenciado por su indiferencia.

—A averiguar por qué demonios están tomando mi casa y cómo vamos a echarlos —soltó con seguridad al mismo tiempo que tomaba un libro por el lomo.

Lo que sucedió después dejó boquiabierto a Louis.

La biblioteca comenzó a deslizarse hacia un lado, dejando al descubierto otra habitación.

Séneca pasó y luego se volvió a él.

—¿Vas a quedarte ahí?

Sintiéndose como en una película de espías y organizaciones secretas, Louis cruzó el umbral y la biblioteca comenzó a deslizarse de nuevo hacia su posición habitual.

Entonces la momentánea sorpresa del pasadizo secreto quedó en segundo plano cuando contempló a profundidad la segunda habitación. Era como si un rayo la hubiera dividido en dos partes abismalmente diferente entre sí. La primera parte, la que estaba a su izquierda, estaba atestada de equipos electrónicos. Una pantalla gigante sujetada de la pared, un inmenso escritorio con tres monitores digno de una agencia de seguridad, cornetas y equipo de sonido de última gama, además de un sinfín de objetos extraños que ni siquiera reconoció. Como si fuera poco, a lado de primer monitor reposaba en un mueble adicional un PlayStation 5 con una docena de juegos todavía sellados y una silla reclinable con controles incluidos, digna de un gamer profesional.

Al otro lado de la habitación, lo que parecía ser un amplio taller de orfebrería con herramientas colgadas de la paredes y una cantidad incontable de cajas transparentes con diferentes metales y materiales a un lado.

PELIGRO EN WOODFALLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora