6. Cualquier cosa es un arma

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SÉNECA GRITÓ DEL SUSTO y escuchó y sintió cómo Louis maldecía y se estremecía a su lado. De un momento a otro caminaban por un pasillo iluminado, y al siguiente, los engullía la oscuridad.

—Bien, ahora no estoy solo molesta, sino estoy molesta y asustada —dijo mientras ambos se detenían.

—¿Crees que aparezcan con un pastel de cumpleaños y griten «sorpresa»? —planteó Louis.

Probablemente él era el único chico que diría algo como eso en un momento como ese.

—Tenemos que movernos rápido —Séneca lo ignoró y encendió la linterna de su teléfono—. Sin electricidad, el sistema de seguridad de toda la mansión queda vulnerable —explicó al mismo tiempo que volvían a ponerse en movimiento.

—¿A dónde vamos entonces?

—Mi padre tiene un teléfono análogo con una línea directa a la oficina del alcalde —explicó mientras llegaban al final del pasillo y doblaban a la derecha—. Si logramos llegar a su despacho sin ser vistos, quizá podamos alertarle de lo que está sucediendo.

—Genial, ¿entonces tu plan es confiar ciegamente en la policía? —preguntó Louis con escepticismo—. Porque eso no funciona en el lugar de donde vengo.

—¿Por qué?

—Mi papá es policía —explicó con cierto resentimiento.

—Eso suena a Daddy Issues —respondió Séneca a modo de burla.

—No podrías entenderlo.

—Créeme que no estoy interesada.

Ambos volvieron a cruzar una esquina y salieron esta vez al pasillo principal, el cual era mucho más ancho y por ende, atestado de muchos más objetos de supuesto valor incalculable, aunque lo cierto era que a Séneca le parecía más de lo mismo. A veces se sentía como si viviera en un museo en lugar de una casa corriente.

—¡Alto! —susurró Louis, tomándola por el brazo.

Séneca se detuvo y miró a donde el chico señalaba.

Dos puertas más adelante, un haz de luz se reflejaba por debajo de una puerta.

—Hay alguien dentro —susurró Séneca de vuelta, con la familiar sensación de susto que no la había abandonado durante toda la noche.

El corazón comenzó a bombearle con fuerza, como si fuera a explotarle en cualquier momento, y las manos las sentía asquerosamente pegajosas.

—Bien, pues, media vuelta —dijo Louis, dispuesto a volverse.

—El despacho de mi padre está en el piso de arriba —explicó Séneca—. Solo debemos llegar al final de esta ala y subir las escaleras. Ni por el demonio pienso devolverme.

«Aunque sea todo lo que quiera hacer», pensó. Esta vez debía ser mucho más valiente que antes. Ya había perdido suficiente como para también perder a su padre.

—¿Y por asesinos eco terroristas tampoco?

—No han matado a nadie todavía —refutó Séneca.

—¿Entonces quieres que seamos los primeros? —dijo él con voz chillona.

—Solo toma algo que no sea de tanto valor —aconsejó ella, acercándose a un mueble alto y agarrando la cerámica de una mujer sin cabeza.

Por su parte, Louis descolgó un pequeño cuadro de imagen difusa que estaba a su lado.

Séneca estaba a dispuesta a decirle que tomara otra cosa cuando el pomo de la puerta de la habitación iluminada comenzó a sonar. Mas aterrada que nunca, y sintiéndose como dentro de una película siniestra, ella y Louis caminaron paso a paso hasta acercarse a ella.

PELIGRO EN WOODFALLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora