Epílogo: pero cosas aún más peligrosas aguardan

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—HACE UN LINDO DÍA. ¿Estás segura que no quieres caminar por el jardín?

Sin dejarse perturbar lo más mínimo, Ruby Rose mojó delicadamente el pincel en el tarro de pintura a su lado y comenzó a definir las líneas principales en el lienzo en blanco que tenía frente a ella. Aunque sonara extraño, la pintura había sido una especie de «salvación» de toda la locura que proliferaba en ese lugar.

El nombre de «Sanatorio Mental de Woodfall» no le hacía honor a aquellas mazmorras blancas y estériles que solo enloquecían todavía más a las pobres y deplorables almas que vivían en ese lugar. A todos menos a ella. Ella no había perdido la cabeza. Todavía.

Y en parte era gracias a la pintura. Y a la sed de venganza.

—No sabía que fueras aficionada a la pintura —comentó Edward Royce con voz ronroneante mientras posaba sus grandes y musculosas manos en sus hombros.

Ruby lo ignoró.

Cuando terminó de usar los tonos grises, mojó el pincel en el vaso con agua y observó cómo la sustancia grisácea contaminaba lentamente el agua limpia. Encontraba más que fascinante la forma en la que las cosas podían cambiar con la cantidad necesaria de oscuridad.

Cuando la tarea dejó de impresionarla, tomó un trapo, se secó las manos y se dio la vuelta en la silla giratoria para encarar a Edward.

—Tengo talentos ocultos —respondió con una sonrisa de complicidad.

—Sé que los tienes —Edward se aceró, dispuesta a besarla, pero Ruby se lo impidió, poniendo una mano en su pecho. Más que a sus abdominales de acero, podía sentir debajo de su camiseta, su ansia y su desesperación. Su hambre y su necesidad.

—¿Lograste conseguir las cartas? —inquirió, sin dejar de hablar dulcemente.

Mostrándose decepcionado, Edward se alejó de ella sacó un par de sobres de su chaqueta negra y se los tendió.

Ruby suspiró, sintiéndose más que satisfecha.

—Aún me pregunto por qué estamos desechando la oportunidad que nos brindó —dijo Edward con molestia mientras se disponía a mirar por la ventanilla de la estéril habitación.

—No la estamos desechando —respondió Ruby levantándose y abrazándolo por detrás—. Digamos que solo la estamos posponiendo hasta que sea totalmente nuestra.

Edward se volvió hacia ella y la miró con sus intensos ojos caoba de gato. Sus labios finos se convirtieron una sonrisa maliciosa y de pronto Ruby sintió que le faltaba el aliento.

Edward era la única persona que causaba eso en ella. Era una cualidad que odiaba y amaba en partes iguales.

El chico se acercó a su cuello y habló aún más bajito, logrando que su piel se erizara.

—Esperaré impacientemente tu señal —dijo con frenesí.

—No creo que debas esperar tanto —confesó Ruby, sonriendo con perversidad.

Y ya no se refería solo a las cartas.

FIN.

PELIGRO EN WOODFALLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora