«LOUIS, TIENES QUE DESPERTAR».
A pesar del pitido que amenazaba con reventarle los oídos desde adentro, Louis escuchó que una voz familiar llamaba su nombre en su mente.
Quiso abrir los ojos y buscar a quien lo llamaba, pero sentía que cualquier clase de fuerza había sido drenada por completo de su cuerpo. Era como si estuviera en una molesta y escalofriante parálisis del sueño sin poder hacer otra cosa que escuchar el mundo a su alrededor.
Un dolor punzante se extendía por todos sus músculos, y junto al pitido en sus oídos, un dolor de cabeza lo amenazaba con sumarle más sufrimiento a su magullado cuerpo.
De ese modo, no hizo otra cosa quedarse muy quieto hasta que el pitido en sus oídos fue disminuyendo paulatinamente hasta pasar de ser infernalmente molesto, a soportablemente molesto.
«Louis, despierta», dijo la voz. Era segura y firme, pero cálida y musical al mismo tiempo. No había duda; sabía a quien le pertenecía.
Fue entonces cuando sacó fuerzas de donde no las tenía y logró mover un dedo. Aquella minúscula victoria le dio el empuje necesario como para mover la mano completa.
Contando mentalmente hasta tres como si se tratara de un salto a una piscina, Louis hizo acopio de cada fibra de energía que quedaba en su cuerpo y logró abrir los ojos. Una luz amarilla le hirió la vista, y justo cuando se preparaba para la trabajosa tarea de taparla con el brazo, una figura apareció frente a él, ahorrándole el esfuerzo.
Por un momento no pudo ver su rostro, pero cuando sus ojos se acostumbraron a las sombras, lo reconoció al instante.
Era Alan.
Sus ojos café lo miraban con curiosidad y sus labios formaban aquella usual sonrisita que le causaba hoyuelos en las comisuras de los labios. Lucía como el mismo romántico empedernido que siempre había sido y que la mayoría de las veces hacía que Louis torciera los ojos y pusiera cara de fastidio.
Sin poder evitarlo, Louis le sonrió de vuelta.
—¿Cuántas veces más vas a salvarme, eh? —preguntó con humor, sintiéndose lo suficientemente fuerte como para levantarse y quedarse sentado.
Miró a su alrededor y frunció el ceño. No estaban en el jardín de Séneca, sino en el jardín de su propia casa. El agua cristalina en su piscina mostraba formas onduladas gracias al sol de mediodía que se alzaba inclemente.
Alan abrió la boca como si fuera a decir algo, pero finalmente la cerró, llevándose una mano al cuello como si se sintiera incómodo.
—Yo no te he salvado —dijo finalmente, arrugando el rostro.
Louis conocía bien ese gesto; era de disculpa.
—Claro —Louis rodó los ojos—. Igual que no me salvaste aquella vez que Kevin me empujó con todo y silla a la piscina de mi casa, ¿verdad?
Alan se llevó una mano al mentón.
—¿Qué te hace pensar que fui yo? ¿Qué tal si fue Garrett y su ego aún no le permite confesártelo?
Louis bufó.
—Garrett me hubiera empujado aún más abajo para que me ahogara más rápido —dijo con seguridad—. ¿Por qué no lo solo lo aceptas?
—¿Acaso no fuiste a mi funeral? —dijo Alan, soltando una risita de burla.
—Si estás muerto realmente, ¿qué haces aquí? —contestó Louis, comenzando a perder la paciencia.
—No lo sé, tú dime —Alan se encogió de hombros—. Después de todo, no soy sino un producto de tu imaginación.
Louis ladeó la cabeza. No había pensado en eso. Después del accidente en la piscina había deseado con una fuerza férrea que Alan estuviera vivo, e incluso después del funeral, de alguna forma extraña, seguía deseándolo.
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PELIGRO EN WOODFALL
Teen FictionEn un intento por dejar atrás los traumáticos acontecimientos de la primavera anterior, Louis Lane es enviado por su padre a Woodfall, un pueblo boscoso a dos horas de Woodspring. Lo que no sabe Louis es que una chica perseguida por la tragedia, un...