Capítulo XXVI

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Despertó al sentir algunos débiles destellos del sol que se colaban por las cortinas sobre su rostro. Aquel día la temperatura había descendido notablemente, recordándole que, a fin de cuentas, se encontraban en pleno invierno; siendo así un hermoso día para quedarse en la cama, más si había alguien a quien abrazar o, mejor aún, alguien para esconderse en su pecho. Y en su caso existía Louis, quien se hallaba abrazándole por la espalda, dejando descansar sus manos en su cintura por debajo de su remera, escondiendo el rostro en su cuello, respirando profundo, enredando sus piernas...

Haciéndole sentir plenamente amado, como en las películas románticas cliché.

Recordó el descontrol que habían sido esa noche, pudiendo apostar que su cuello estaba más marcado que una cueva de pueblos originarios pero, ¿qué importaba? El mayor le había comentado que Gemma y Liam les habían prestado de su maquillaje al suponer que iban a acabar así, porque era evidente ante los ojos de cualquiera que los conociera un poco que, si estaban los dos solos y sin interrupciones, no iban a ser dos inocentes niñitos de Dios. Y le daba orgullo pertenecerle a su novio, además de que no podía siquiera dudar, menos negar, que la había pasado genial. También, acompañando el recuerdo, pasó por su mente el momento de la ducha, riéndose al acordarse que tuvieron que bañarse rápido porque, al haberse quedado besándose bajo el agua, había empezado a enfriarse y ni siquiera se habían quitado bien todo el brillo desparramado por sus cuerpos; siendo todo risas por el desastre que eran.

Oírle quejar por lo bajo, ronco al tener su garganta sin estimular, a su vez que refregaba su nariz contra su piel le llamó la atención.

—¿Parece que el bello durmiente se despertó?. —habló con cierta duda, ya que era habitual que el castaño quejara durante sus sueños y siguiera de largo por un rato más.

—¿Por qué tenés una obsesión con despertarte temprano?. —quejó, enterrando su cara aún más en su piel—. Ni que tuvieras un despertador en el culo, Harold. Ayer confirmé su ausencia.

Se volteó para verle al rostro, admirando sus largas pestañas, sus delgados labios brillantes, sus pómulos sobresalientes, su tabique recto, esas delicadas pecas en sus mejillas que ya había unido entre sí, como si fueran constelaciones, cientas de veces al estar acostumbrado a verle dormir; mechones de su desprolijo cabello cayendo por su frente. Le recordó a la primera vez que durmieron juntos y había deseado despertar siempre así, pudiendo mirarle en silencio mientras el ojiazul estaba en su trance de seguir dormitando o finalmente despertarse.

Y mierda que su deseo se había hecho realidad.

—¿Acaso soñaste con que te comías a un payaso? Te despertaste comediante. —le molestó, viendo como una de sus comisuras se alzaba marcadamente.

—¿Acaso ahora además sos payaso? Parecés la versión británica de Barbie, ricitos. —bromeó, a lo que lo besó para silenciar su risa.

El beso no duró demasiado ya que los dos estaban en un modo similar a haberse drogado con hongos alucinógenos, estando cada uno en su propio mundillo; no obstante, igualmente, fue lento y con un ritmo marcado, disfrutándolo al ser el primero del día y siendo su manera de decirse mutuamente "Buen día, te amo".

—No tengo problema en ser tu Ken. —agregó, dignándose finalmente a que el verde pueda combinarse con el azul.

Cuando su policía recién se despertaba tenía los ojos chiquitos, similares a los de un asiático, viendo a través de una delgada línea de separación entre sus párpados, sonriéndole aunque quizás no entendía ninguna palabra que salía de su boca, únicamente haciéndolo porque oía su voz. Porque, a cambio de él, al mayor le costaba demasiado despegarse del colchón, más en invierno y si él se encontraba a su lado. Habían sido capaces de pasar un día entero abrazados en el sillón, únicamente levantándose para ir al baño porque incluso llegaron a comer acostados.

My policeman.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora