Capítulo XXIX

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—¡No me pienso levantar!. —exclamó, ocultándose entre las sábanas y almohadas.

—¡Que se nos va a hacer tarde, amor!. —le escuchó gritar de respuesta entre risas, estando encima suyo, peleando para dejar su rostro al descubierto.

—¡Mejor, así nos perdemos acá y nadie nos encuentra!. —continuó y estalló en carcajadas al sentir cosquillas por todo su cuerpo.

Se convirtió en un manojo de risas, insultos y golpes con la almohada, métodos –aparentemente inútiles– de reclamo para ser liberado; hasta que con una mano acunando su mejilla y un brazo rodeándole el cuello, logró besarle, es decir, detener todo lo que previamente hacía al concentrarse más en sus labios.

Louis funcionaba así: con un beso ya quedaba a sus pies, como un enfermo queda bajo los de la persona que tenga su antídoto o un vagabundo perdido en el desierto tras quien tenga una miserable gota de líquido.

Sintió sus palmas aferrarse a su cadera lentamente mientras se acomodaba mejor a horcajadas suyo, ladeando la cabeza para intensificar el juego.

—Nos tenemos que ir, bonito. —le recordó al separarse para dejar otro beso en su puchero.

No quería irse de allí, no quería despegarse de donde había sido feliz.

—¿Pudiésemos besarnos un poquito más?. —rogó con otro puchero, dejando que la palma de su mejilla recorra todo el torso contrario hasta detenerse en su espalda baja, tanteando la curva sobre la remera, pegando su pelvis a su cuerpo antes de susurrar—: Por favor...

El oficial dejó caer sus párpados con una amplia sonrisa ladera decorando su boca. Luego apoyó su frente en la suya, empezando a darle besos esquimales sin dejarle observar el hermoso océano que se escondía tras las pestañas, aquel mar único capturado en unos iris que tan solo le miraban a él.

«Tantos ojos clavados en él, y él solo me mira a mí».

Su verde se desviaba de sus párpados a sus finos labios repetidas veces, admirando la cercanía que tenían sus caras a punto de rozarse, queriendo que le robe todos los besos que deseara ya que su boca era únicamente suya.

—Sos... —masculló, siéndole imposible fingir seriedad momentáneamente—. Sos mi pequeña mierda favorita.

Y dicho esto, fusionó sus labios con tranquilidad y ternura, evitando que pudiese reírse, sonriendo cada vez que se distanciaban milímetros y volviendo a unirse segundos después. Su chico se permitió acariciar todo su pecho con una mano para luego tomarle del cuello sutilmente aunque con posesión, enredando la punta de sus dígitos en el nacimiento de sus rizos.

—Me gustás tanto, Hazz. —le confesó en voz baja, como si fuera un pecado, su pequeño secreto—. Tanto que hasta incluso a Shakespeare le darían arcadas por tanto romanticismo.

Mientras reía, con cierto disimulo, volteó a los dos y recostó a su pequeño novio para colocarse encima suyo, apoyando ambos antebrazos a los lados de su cabeza y quedando a horcajadas del regazo ajeno, acercando sus rostros.

Amaba tenerlo debajo suyo, verle así de sumiso.

—Nosotros somos mejor que Shakespeare, amor. —espetó con una sonrisa—. ¿Romeo y Julieta? Mejor Louis y Harry.

—Mejor la versión gay. —le continuó devolviéndole la sonrisa al mismo tiempo que le rodeaba el cuello con los brazos y la cadera con las piernas.

—Mejor la versión a prueba de fuego. —y depositó un beso fugaz en el botón de su nariz antes de unir sus frentes.

Sintió su aliento cálido contra su boca, notando las ganas de besarle que tenía, quizás similares a las suyas. Sin embargo quiso molestarle, quiso tentarle como tanto le hacía él. Vió la manera en la cual directamente ni fingía, teniendo la mirada clavada en sus labios, jugando con sus rizos entre sus dedos.

My policeman.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora