Capítulo IV

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Se despertó al oír el timbre retumbar por toda la casa. Ni siquiera se dignó a abrir los ojos al sentirse cansado. Sentía los párpados tan pesados que podía asegurar que era demasiado temprano como para despertarse al haberse dormido a las cinco de la mañana. Supuso que su madre o hermana atendería o que quizás era el repartidor del diario, así que no se preocupó en ir a abrirle y se centró en seguir durmiendo por un rato más.

Sin embargo el timbre continuaba sonando, molestándolo y haciéndole estar fastidioso por las pocas horas de sueño. Observó su alrededor y se sorprendió de no ver a Gemma en su cama, acostada y leyendo un libro. Esa chica si no estaba adherida al colchón y con una novela entre manos, estaba con Jack, su increíble novio de toda la vida que, todavía se preguntaba cómo su relación seguía en pie a pesar de los años y las constantes discusiones del pasado. Parpadeó repetidas veces y se levantó, colocándose sus pantuflas y caminando a su vez que pasaba el dorso de sus manos sobre sus orbes.

Caminó por toda la vivienda y no encontró a nadie, tan solo una notita en la mesa ratona. Se acercó a ella, ya acostumbrándose al sonar del timbre similar a un mensaje en código morse, y de un manotazo la tomó para leerla. Anne le informaba que no estarían en casa al tener una salida exclusiva de chicas por el centro de Holmes Chapel. El espeso manto de pestañas que cubría el verde se movió lentamente, analizando cada palabra escrita con la bonita letra de su madre. Y recordó las palabras de Louis:

“—Es simplemente conveniencia”.

¿Lo era? Y si es así... ¿por qué? Decían amarlo y... ¿lo utilizaban? ¿Qué clase de amor era ese...?.

“—Comenzar a pensar en vos mismo”.

¿Cómo lo hacía, si ya su mente de manera innata pensaba la reacción ajena antes de hacer o decir algo? Ya sabía que su vida estaba apagándose, y prefería ser él antes de que le suceda a otro.

Se rió secamente, recordando a Louis decirle que era un diez pero que pensaba demasiado en el resto y no en él mismo.

Tenía razón pero, siempre había sido así y nadie le había ayudado a cambiar. ¿Cómo modificar un mal hábito? ¿Cómo hacerle entender que lo que creía que estaba bien, en realidad, solo le perjudicaba a sí mismo y a nadie parecía importarle o percatarse siquiera?.

Tenía seis años cuando cuando recibió el primer golpe de su padre por defender a su madre. El recuerdo lo invadió, y se sumergió en él sin notarlo:

“Ese día salía una hora antes del colegio, pero nadie había ido a buscarlo. Sentado en el escalón de la entrada, con las piernas al pecho, los codos sobre las rodillas y acunando sus mejillas, se puso a esperar, observando al frente con paciencia. Fionn, un compañero y amigo suyo –que años luego se fue del país y con quien todavía mantenía cierto contacto a través de cartas–, se sentó a su lado y lo acompañó en la eterna espera de algún progenitor suyo junto a su madre. Sin embargo, nadie apareció.

—Te llevo a casa, Harry. —se ofreció la mujer, a lo que negó bastantes veces.

No quería molestarla, ser una molestia como muchas veces había sentido.

—Ya es mucho con que me acompañen a esperar. Muchas gracias, señora Emma. —le agradeció.

Esperaron unos minutos más, hasta que la madre de su amigo pareció hartarse.

—Hazz, vamos. No tengo problema en llevarte a casa y no pienso dejarte acá solo. —le aseguró.

Vió sus ojos y asintió levemente, cabizbajo. Aunque le aclarara que no le generaba ningún problema dejarlo en su casa, él sentía que sí.

My policeman.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora