Capítulo XXX

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Luego de cinco horas, el tren se detuvo en la estación de Holmes Chapel. Comenzaron a caminar a través de las solitarias calles del pueblo, queriendo evitar pasar cerca de casa por precaución a encontrarse con su madre y teniendo un único lugar en la mira.

Sonrió al ver el cartel de “abierto” colgando en la puerta e ingresó junto a su amigo, provocando que el sonido de la campana retumbara por el vacío local. Vió a Berni detrás del mostrador, quien lo estaba limpiando segundos antes de que entrara y se le quedara observando con una sonrisa. Dejó sobre la madera lustrada la franela y abrió la puerta de la cocina, asomando tan solo la cabeza hacia el interior.

—¡Ya vino Hazzie, rubio!. —exclamó—. ¡Vení a saludar a tu hermano!.

De soslayo miró a Mike con su ceño fruncido, pareciendo hacer cálculos mentales para comprender lo que habían oído. Una risita sutil se escapó de entre sus labios ante ese detalle.

—Hermano del corazón. —le explicó por lo bajo—. No es que voy a ser tu cuñado, tranquilo.

Recibió un golpe en el hombro de su parte, razón por la cual se rió mientras veía sus mejillas coloreadas de leves tonos rojizos, sobresaliendo la vergüenza de su impoluto rostro. Aunque su pequeña discusión se vió interrumpida por los brazos del ex soldado que le rodearon con fuerza, empezando a depositar besos sobre sus rizos, haciéndole reír con ternura.

—Solo pasó una semana, Berni. —le restó importancia al mismo tiempo que le correspondía el abrazo, sintiéndose pequeño aferrado a su cuerpo.

Debía admitir que los había extrañado, sin embargo, de igual manera, los había tenido presentes todos los días y su novio le ayudaba a olvidar.

—Pero mi pequeño ya tiene veinte... —le respondió.

—¡Y la garrapata que ahora tiene de novio le rompió el culo!. —un grito les interrumpió el momento, ocasionándole un sonrojo severo junto a sus comisuras elevadas.

Y allí vió a su mejor amigo, con una amplia sonrisa decorando su rostro, a tan solo pasos de distancia. Se separó del mayor y acortó la distancia para abrazarlo, elevándolo del sueño unos centímetros mientras le insultaba en el oído y a su vez que le escuchaba quejar y reírse.

—Mi bebé con noviazgo. —habló con nostalgia al tener los pies sobre el piso, apoyando una palma sobre sus rizos para poder dejarle un beso en la frente sin ningún mechón rebelde molestando.

En ese instante, el irlandés notó el hecho de que no eran únicamente ellos tres, sino que había otra presencia en la sala. Dejó de abrazarle, cosa que le llamó la atención, y se encaminó hasta quedar frente al orbes grises, quien lo observaba atentamente desde arriba. Le dió ternura la diferencia de alturas, que incluso era hasta mayor que la de él con Louis, pero que de la misma manera sean de personalidades completamente opuestas.

Niall, siendo el más bajo, era quien le dedicaba una sonrisa.

Mike, siendo el más alto, era quien estaba de tantísimos tonos diferentes de rosado por el simple hecho de tener a aquel chico al frente suyo.

—Perdón, no te escuché entrar. —se disculpó el ojos celestes, sacando su libreta de un bolsillo—. Puede sentarse donde quiera, ¿sí? Yo le tomo la orden y en minutos se la traigo.

El pelinegro, sin saber exactamente qué hacer, comenzó a rascarse la punta de la nariz con el dorso de los dedos, totalmente nervioso y delicadamente sonrojado, mientras que el rubio tenía las manos en sus caderas, ladeando la cabeza en un gesto de paciencia y curiosidad por su estado. Notó que su amigo le dedicaba algunas miradas rápidas pidiendo ayuda de manera silenciosa, aunque se dedicaba más a observar los orbes claros que también estaban clavados sus grises. Él tan solo sonrió y con disimulo para no distraerles, acabando con su guerra de miradas, se acercó a su padre postizo.

My policeman.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora