El egoísmo del Conde

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Tony despertó al día siguiente, se lavó un poco con el agua de la jarra y salió de la habitación. Arrastró sus pies de vuelta al sórdido vecindario donde había estado hospedándose y, sobre todo, ocultándose. Al llegar a su cuartucho se encontró con la vecina que le había prestado el vestido.

—¿Cómo te fue? —le preguntó ésta mientras le miraba desde el marco de la puerta —, ¿Conseguiste a alguien?

Tony asintió y comenzó a quitarse el vestido. La mujer se acercó y sentó en la rechinante cama, pidiendo detalles.

—¿Seguiste mis consejos?

—Sí... me contrató un alfa —dijo Tony.

—¡Oh! —La mujer sonrió —. ¿Era guapo?

Tony volvió a asentir.

—Pero eso no es lo importante —dijo y le mostró parte del botín —. Me pagó más de lo que le pedí y me invitó a cenar.

—Entonces tuviste suerte, a mí con trabajos me pagan lo que les he pedido. Quizás le gustó la idea de quitarte la virginidad.

—No se lo dije.

—¿Por qué? Habrías obtenido más dinero.

Tony sacudió la cabeza y se estremeció. El recuerdo de aquella noche le producía sentimientos encontrados. Por un lado, se sentía decepcionado y asqueado. Había pensado, durante toda su vida, que su primera vez sería con alguien especial, de preferencia con su destinado. Para acabar con el cuadro, se preguntaba de qué le había valido, entonces, escapar de casa como lo había hecho. No quería recordar al hombre que lo había poseído la noche pasada, no quería remembrar nada de él, ni siquiera su aroma. Sentía que le daban ganas de vomitar, pero, al mismo tiempo, resurgía en él esa sensación excitante, ese orgasmo que lo había arrasado; y ese placer era difícil de eludir, así que también se sentía culpable por haberlo disfrutado.

—Me duele—se quejó, en lugar de responder.

—Tengo agua caliente en mi casa, será mejor que te limpies un poco. ¿Se vino dentro?

Tony asintió.

—Pero no estoy en mi celo así que...

—Aun así, hay posibilidades, ¿no?

—Muy, muy pocas.

Quedar en cinta no era su plan, por supuesto, y esperaba que no sucediera. Como sea, acudió con su vecina, se lavó y vistió de nuevo con su propia ropa, sintió un gran alivio al hacerlo. Y después, volvió a su cuarto. Con el dinero que le había dado su cliente podría comprarse algo de comer por varios días y pagar la renta del lugar. Tal vez podría volver a intentar conseguir un empleo decente, pero, lo más importante, era que podía evitar la prostitución por un tiempo. Sin saberlo, aquel alfa le había dado una tranquilidad inusitada.

Pero ese alfa no estaba tranquilo. Al día siguiente, en su oficina, en el centro de Londres, donde atendía los negocios de su familia; llamó a sus dos amigos y empleados de confianza, Bucky Barnes y Sam Wilson. Les contó escuetamente su encuentro con aquel joven omega y expresó su desasosiego.

—Vaya, ¿y te sientes culpable? —preguntó Bucky, quien no era más que el amigo con quién había asistido al teatro la noche anterior —. Steve, por fin te rebelaste. ¡Yo te felicito!

—Oye, romper los votos matrimoniales no es cosa simple, entiendo que se sienta mal por engañar a su esposa—dijo Sam.

—Cuando tienes un matrimonio de verdad, pero Steve no lo tiene.

Steve suspiró y se acodó en su escritorio.

—No es eso lo que me preocupa —dijo y sus amigos le miraron con una ceja levantada.

Secretos de amor (Libro I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora