Los sueños de Lady Sarah

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Tony se levantó al día siguiente con un gran ánimo. Tras vestirse, abrió las cortinas y las ventanas. Un viento fresco le dio en la cara y vio en el horizonte al sol que apenas comenzaba a colorear el cielo de dorado. Respiró profundamente y sonrió, casi podía sentir que quedaban atrás su pasado y sus problemas.

Jarvis llegó por él a la hora dicha y le dio un recorrido rápido por la casa. Primero lo llevó al salón de clases, un lugar amplio que contaba con un pizarrón y escritorios con todo lo necesario para escribir, libros, juguetes y también instrumentos, como un telescopio de latón. Tony pensó que de niño habría amado tener un espacio como ese. Luego, se dirigieron al salón principal, donde había un hermoso piano de cola.

—Aquí podrá instruir a Lady Sarah en cuanto a la música —dijo Jarvis —. Su excelencia, me comunicó por medio de Coulson, que tiene usted toda la libertad para tocar cuando así lo desee.

Tony agradeció y se sorprendió, porque realmente no esperaba ese permiso.

Pasaron, a continuación, a los jardines. Saludaron al jardinero quien ya estaba atendiendo los rosales; visitaron el huerto, donde, le dijo Jarvis, Lady Sarah había querido plantar fresas, pero no había podido; y también entraron rápidamente al invernadero, dónde había algunas flores fuera de temporada. Pasaron por las caballerizas y Tony reconoció al chofer del día anterior cepillando a uno de los hermosos caballos bayos.

Regresaron a la casa por la puerta de la cocina, la que Jarvis le recomendó usar en lugar de la principal. En la cocina flotaba el aroma del desayuno y en la mesa, algunos trabajadores ya se encontraban sentados. Jarvis presentó a Tony, quien saludó amablemente y recibió el mismo trato. Las sirvientas y sirvientes, la cocinera y el ama de llaves le dieron espacio en la mesa, donde también se sentó Jarvis, y le tendieron las fuentes con puré de papa, con huevo y tostadas recién hechas, y le pusieron una taza humeante de té. Al poco se unieron el jardinero y el chofer que Tony había visto antes y la cocina se llenó bullicio.

La charla fue amena, aunque poco podía entender Tony, puesto que no los conocía, pero no dejaba de ser entretenido escucharlos. Puso mucha atención cuando la conversación recayó en el conde y su familia.

—Será mejor que comience a preparar los huevos tibios de la condesa —dijo la cocinera, una mujer rolliza de carrillos colorados.

—Déjaselos bien duros —dijo una de las chicas con una media sonrisa maliciosa.

Los demás rieron.

—No, no, no quiero que me eche —dijo la cocinera —. Aunque ganas no me faltan.

—Ah, tengo que ir a levantarla —dijo la misma chica —. Siempre se despierta con un humor de perros.

—No anda de humor desde que se enteró que no llegaría una institutriz —dijo otra chica y se volteó hacia Tony —. Oh, lo siento profesor, pero creo que la condesa no está muy de acuerdo con su venida.

Hubo un murmullo general y Tony sintió que se ponía pálido. Era algo que temía, no quería que ser echado y estaba seguro que lo sería si la condesa no estaba a gusto con él.

—No ponga esa cara, profesor —dijo Jarvis a su lado —. Es el conde quién tiene siempre la última palabra, y si él decidió contratarlo, debe ser por algo.

—La condesa ya falló mucho con las institutrices —dijo la primera chica—. Lady Sarah las odiaba.

—Oh, pero no crea que lady Sarah es problemática, es una niña muy buena y dulce —dijo la cocinera desde la estufa.

—Pero tiene su carácter, por supuesto.

Tony asintió. Antes de las 9 am los trabajadores comenzaron a retirarse para ocuparse de sus tareas. Tony vería a lady Sarah a las 10:30, según la agenda que le había dado Jarvis. Así que se retiraría para preparar su clase y familiarizarse con el salón. Estaba a punto de ello, cuando la puerta de la cocina se abrió y apareció una hermosa mujer pelirroja.

Secretos de amor (Libro I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora