Durante el baile

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La casa principal estaba llena de algarabía, entre los huéspedes y los invitados que se dieron cita aquel fin de semana no había espacio en el que no se escucharan risas y conversaciones varias. La condesa estaba pletórica de alegría y de orgullo. Estaba segura de que el baile que daría aquella noche sería nombrado, incluso, en Londres. Había preparado la mejor vajilla, contratado a los mejores músicos, solicitado la comida más abundante y deliciosa, y había colocado hermosos arreglos florales. Se había mandado hacer los más hermosos vestidos en Londres y en París en tiempo record; y había llamado al joyero real para solicitarle algunas piezas.

Todo estaba listo y en ella sólo existía una preocupación: esa molesta tos que no la dejaba en paz y que la avergonzaba. Para tratarla había mandado llamar al médico ese mismo día, con el fin de que le diera algún tratamiento preventivo, algo para evitar que esa tos apareciera durante el sarao. El galeno le recetó un par de cucharadas de aceite de hígado de bacalao y un masaje con vinagre. Por cortesía lo invitó a quedarse, pero el médico dijo tener otros pacientes y se retiró.

Tony lo vio salir apresuradamente mientras estaba en el jardín al lado de lady Sarah. Su celo había pasado y había reanudado sus actividades como profesor apenas un día antes; pero debido al gran evento, no había podido terminar ninguna lección. Al menos ese día habían llevado afuera las mariposas que habían terminado su metamorfosis y revoloteaban en el invernadero, estaban a punto de liberarlas cuando el médico se retiró. Detrás de él iba una mujer con aspecto serio, vestía un vestido verde botella y llevaba el cabello recogido. No siguió al médico, en su lugar, caminó hacia Tony y Sarah con paso enérgico.

—Sarah —dijo la mujer cuando llegó —, ¿qué haces? Tú mamá debe estar buscándote. Tienes que cambiarte.

—Estoy liberando a las mariposas —contestó la niña.

—No tardaremos mucho —aseguró Tony e hizo una reverencia cortés —. Anthony Stark, soy el profesor de lady Sarah. Es un gusto, lady...

—Hill —dijo la mujer arrugando la nariz levemente — María Hill. Su excelencia, la condesa, me contó sobre usted; soy su mejor amiga —explicó y, luego, estiró la mano hacia la niña —. Vamos, Sarah, tu madre debe estar buscándote.

Sarah ignoró aquella mano y se volteó hacia Tony.

—¿Ya las soltamos, Tony?

El muchacho asintió. Se dio cuenta que debía apurar las cosas y dejar que aquella mujer se llevara a la niña, si es que no quería recibir una amonestación de parte de la condesa. Así que se acuclillo frente a la niña y le ayudó a destapar el frasco en el que habían capturado a los insectos. Las mariposas encontraron el camino y salieron de él agitando sus coloridas alas hacia el cielo. Sarah las miró con la boca abierta y luego con una sonrisa.

—Le hubiera dicho a mi papi que viniera— dijo.

Tony no le respondió, agradecía que no fuera así. Había pasado el día anterior y lo que iba de ese esquivándolo con toda maestría, aunque, en más de una ocasión, adivinó en él la intención de hablarle. Encontraba una excusa, incluso para no mirarlo a los ojos y salía huyendo avergonzado.

Cuando las mariposas se alejaron lo suficiente, la señorita Hill tomó la mano de Sarah y la llevó al interior de la casa. Tony, entonces, se quedó en medio del jardín sin saber qué hacer, excepto mirar a los sirvientes ir y venir, alistando los últimos detalles.

—Tal vez debería ir a vestirse, Mr. Stark —escuchó a sus espaldas. Jarvis le miraba con una sonrisa. Llevaba una bandeja con una tetera y algunas tazas, por lo que, seguramente, había llevado té a algunos invitados que estaban en el jardín.

—¿Vestirme?

—Para el baile, por supuesto.

—Ah, no creo que asista. Prefiero quedarme en mi habitación, leer un poco...

Secretos de amor (Libro I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora