Cabalgata vespertina

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Aquella semana el movimiento en la casa se hizo más evidente. Se abrieron todas las ventanas, se ventilaron todas las habitaciones, se cambiaron todas las sabanas y se sacudieron todas las almohadas. Los pisos se limpiaron con profusión, la tapicería también; la plata se pulió una y otra vez, la cristalería se lavó y se revisó; los candelabros se bajaron y también fueron pulidos. El piano fue afinado, el piso del salón encerado. Todos los sirvientes iban y venían apurados, tratando de terminar todo el trabajo. Las invitaciones habían sido enviadas una semana atrás y no tardarían en comenzar a llegar los invitados que, además de asistir al baile, pasarían unos días en Wexshire.

Tony vio cómo se llevaban todos aquellos arreglos tratando de esquivar a todo el mundo y continuar dando sus clases a la pequeña lady. El jardín, de pronto, también se volvió territorio prohibido, ya que los jardineros se apuraban para dejar todo hermosamente podado e, incluso, plantaron más flores en los caminos. Lo único que no se atrevieron a tocar, por orden del conde, obviamente, fue el pequeño espacio designado para los renacuajos de lady Sarah. Pero a raíz de ello y para no encontrarse con la condesa, quien más de una vez le había gritado y mirado feo por andar deambulando con la niña mientras los preparativos del baile estaban en proceso; Tony había optado por restringir su práctica al salón de clases que para ello estaba destinado.

Para la pequeña, tener que conformarse con las clases en el salón, resultó difícil. Si bien, las clases eran interesantes y Tony trataba de hacerle demostraciones atractivas, Sarah gozaba más del campo. Y para acabar con su buen humor, la dama de compañía de su madre solía ir a buscarla para que se probara los vestidos que su madre le había mandado hacer, lo cual le quitaba mucho tiempo y, por supuesto, no le gustaba nada tener que pararse por varios minutos en un taburete, mientras una señora la llenaba de alfileres.

Por esa razón, cuando su padre fue a buscarla una tarde, ni siquiera lo pensó y corrió a sus brazos. El conde había notado el fastidio que le causaba estar encerrada todo en día, así que le propuso dar una corta cabalgata por los alrededores.

—Lamento haber interrumpido su clase, no me guarde rencor —dijo el conde a Tony, mientras bajaba a la niña de nuevo al piso

—No, no hay problema —dijo Tony, sintiendo, una vez más, las orejas calientes—. Honestamente, es difícil concentrarse con el ruido de afuera.

—¿Por qué no nos acompaña, Mr. Stark? —dijo Steve al tiempo que su hija tiraba de su mano, impaciente por ir en busca de los caballos.

—¿Yo? —Tony se señaló a sí mismo, sorprendido por la invitación.

—Claro —Steve acompañó su afirmación con un movimiento de cabeza —. No le quitaremos mucho tiempo.

—Pero yo...

—¿Tony, no sabes cabalgar? —interrogó lady Sarah de pronto, deteniéndose para ello —. Mi papi te puede enseñar.

—No, sí sé, es sólo que...

—Entonces acompáñenos —insistió el noble.

—¡Sí! ¡Ven! ¡Te presentaré a princesa! —dijo Sarah poniendo esos ojitos a los que Tony no sabía decir que no.

—Está bien —dijo —. Pero, no puedo tardar mucho, le prometí a Jarvis tomar el té con él y su esposa.

—De acuerdo —dijo el conde —, le prometo que llegara a tiempo para su compromiso.

Tony asintió y dejó los libros que tenía en el regazo sobre la mesa para seguir a padre e hija. En el camino, en medio de los sirvientes, se encontraron con la condesa. Sharon miró a Steve y a la niña, pero fingió que el profesor no estaba ahí y ni siquiera le dirigió una mirada de reojo.

Secretos de amor (Libro I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora