Disputas fraternales

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 Quince años atrás.

—¡Ramson, espera!

Steve corrió tras su hermano, quien había salido de la casa con paso apresurado y atravesaba el jardín en dirección a las caballerizas.

—¡Déjame en paz! —gritó al tiempo que apuraba más el paso, pero su gemelo le dio alcance y lo rebasó, cortando de golpe su andar.

—Espera, hablemos.

—¿Para qué?

Steve suspiró.

—Escucha. No hay motivo alguno para que te enemistes de esa manera con nuestro padre. Tampoco lo hay para que nos enfrentemos entre nosotros. Podemos trabajar juntos para mantener...

—¿Juntos? —Ramson esquivó a su hermano, pero no se alejó —. Sólo puede haber un Conde de Sternglas y, ese, serás tú.

—No es tan importante...

—Si no es tan importante, ¿por qué no renuncias al título?

Steve le miró con seriedad.

—Porque mi padre ha depositado su confianza en mí y es mi deber...

—¡Deber! ¡Tú y tu deber! Siempre se está al borde del aburrimiento contigo. Te puedo asegurar que la nobleza apreciaría más mi presencia como conde que la tuya.

—No niego que carezco del carisma que a ti te sobra, pero llevar un título nobiliario va más allá de ganar la simpatía de los pares.

—Y esa es la razón por la que Steven será el próximo Conde de Sternglas.

Los hermanos giraron el rostro, el conde, su padre, Joseph Rogers, caminaba hacia ellos con las manos tras la espalda. Sus hijos aguardaron, sin agregar nada, a que él llegara hasta ellos. Cuando lo hizo, miro a uno y luego al otro con tranquila dignidad.

—La razón —dijo Ramson rompiendo el hielo, incapaz de controlarse más —, es sólo porque él nació unos minutos antes.

Joseph Rogers frunció el ceño.

—Si hubiera considerado que Steven no era capaz de llevar el título, no se lo habría dado.

Ramson dejó escapar un suspiro escéptico. Fue suficiente para que su padre se girara del todo hacia él y con el dedo índice le tocara el pecho, obteniendo así toda su atención.

—Tú crees que ser conde es ir de salón en salón, de baile en baile, riendo, bebiendo, jugando y cazando. Piensas que llevarse bien con otros es ganar la venia de las esposas de otros nobles, o seduciendo a los jóvenes omegas de buena familia que te cruzas en cada sarao. El dinero que te gastas en apuestas y prostitutas, ¿crees que es una fuente interminable? ¡No, Ramson! No tienes los pies sobre la tierra, eres un niño todavía, no sólo en cuerpo, sino en espíritu.

—¡Tenemos la misma edad! —replicó Ramson señalando a su hermano, quien permanecía a un costado observando la situación.

—Sí y, por ello, la diferencia en la seriedad que toman a sus asuntos, inclinó la balanza.

—Padre —Steve intervino —, permítame acotar. El hecho de que yo tenga claro lo que quiero para mi futuro, no significa que Ramson lo tenga. Dele tiempo, mamá decía que el camino de la vida no puede proyectarse, incluso, aun cuando los deseos están claros, cualquier cosa puede cambiar el rumbo de lo imaginado.

—¡Tú cállate! —dijo Ramson —. No trates de defenderme, hipócrita. Lo único que quieres es quedar bien con nuestro padre. Crees que la zalamería te abrirá las puertas.

Secretos de amor (Libro I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora