Secretos y verdades II

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Cerca del anochecer, Steve salió al jardín de los Barnes junto con estos. No tardaron mucho en encontrar a Sarah, Tony y Dodger. Sarah jugaba con su perro, correteando entre los arbustos. El can se movía alegremente usando la carretilla que Tony había ideado para facilitarle el movimiento sin lastimar su herida. Por su parte, el profesor, los vigilaba y de vez en cuando participaba en el juego.

Cuando el conde y los señores Barnes se acercaron, Tony se irguió y llamó a la niña para que se acercara. Adivinó que era el momento de partir.

―Papi, ¿puedo quedarme a cenar con mis tíos? ―preguntó la niña en cuando su padre le informó que era hora de volver a casa.

―Me encantaría querida, pero tengo cosas que hacer mañana temprano y tu madre te estará esperando para la cena.

―No es verdad ―dijo Sarah ―, ella cena con tío Ramson y los señores que no se han ido de la casa.

Todos esgrimieron una sonrisa de conocimiento al tiempo que lamentaban que la pequeña careciera de la atención de su madre.

―Por nosotros no hay problema, Steve ―dijo Bucky.

―Sarah puede quedarse, la cuidares. No te preocupes, atiende tus asuntos ―apoyó Nat con una sonrisa.

―Mañana la llevaré de vuelta a su casa ―afirmó Bucky.

―¡Sí! ¡Podemos hacer una pijamada!

Steve no tuvo más opción que acceder. Les dijo que mandaría a alguien con algunas cosas para que la niña pasara la noche. Minutos después, él y Tony se despidieron de Sarah y Dodger desde el carruaje.

Iban sentados frente a frente, sintiendo el traqueteo del camino. Tony decidió mirar sus manos apoyadas sobre sus rodillas. Por alguna razón, se sentía avergonzado ante el conde. Los problemas que lo acosaban tan de repente, los secretos que guardaba, temía que él pudiera verlos en sus ojos si lo miraba.

―¿Estás bien, Tony? ―le preguntó Steve cuando el silencio y la sensación de ser evitado, se volvió insoportable.

Tony levantó la cabeza brevemente y asintió con torpeza.

―S... sí ―dijo ―, su excelencia.

Fueron sus últimas palabras las que colmaron el vaso de paciencia. Steve suspiró y sin agregar nada más, cambió de lugar. Se sentó a un lado de Tony, si no quería mirarlo, estaba bien, pero no le permitiría poner distancia entre ellos, una que en teoría ya habían acortado. Ante su acción, Tony adoptó una postura rígida y poco natural.

―¿Sucede algo, Tony? Puedes confiar en mí ―escuchó que Steve decía suavemente a su lado, pero no supo que decir, aun no se decidía. Steve, entonces, tanteó el terreno ―. ¿Tiene que ver con Mr. Stane?

Tony sintió un vuelco en el estómago y volteó asustado hacia el conde. ¿Acaso sabía algo? ¿Sabía sobre su pasado?

― Desde que apareció te he notado raro, distraído, incluso, asustado. Él te conoce, sabe de tu habilidad en la mecánica, pero ¿acaso sabe algo que te preocupe?

Tony tuvo miedo, miedo de la manera tan clara con la que el conde podía leerlo. Sacudió la cabeza.

―Es... es... solo que él conocía a mi padre ―dijo―, su presencia me trajo recuerdos... recuerdos de mi vida antes de su muerte.

Cuando lo dijo, se dio cuenta que era verdad, había estado pensando en lo brillante que había sido su vida hasta el momento que su padre murió y que Stane se convirtió en su tutor. Todo había ido en picada desde entonces. Se encontró envuelto en una oscuridad tal que temía no salir de ella. Las cosas habían mejorado, eran brillantes de nuevo desde que el conde apareció, tenía que aceptarlo. No había sido el mejor primer encuentro, pero lo había salvado. Pensando en ello, lo miró a los ojos.

Secretos de amor (Libro I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora