Danza con el diablo 1

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Sus enormes ojos color esmeralda se abrieron lentamente en cuanto oyó a su madre adentrarse a la habitación, cerrando la puerta con su cadera debido a que, en sus manos, cargaba una bandeja de plata, la cual tenía un desayuno impecable: chocolate caliente en una mediana taza azul opaco, y unas galletas horneadas por ella misma en un pequeño platito floreado de porcelana. A un lado, una nota en la cual le deseaba un gran día, y todas las bendiciones del mundo. Félix no tendría ni siquiera una porque, ¡ey! ¡Estaba enamorado del Diablo!

Volvió a cerrar sus ojos, sin querer que su madre notase que estaba despierto, oyendo como ésta dejaba la bandeja sobre su mesa de noche antes de acariciarle el cabello.

—Lix —Llamó a su hijo, el cual cubrió su cabeza con las cobijas—. El desayuno, mi amor.

Ryujin era, simplemente, la mejor madre del universo.

—En un minuto...

La mujer suspiró, regañándolo en un suave tono de voz al saber que no iba a despertar inmediatamente. Con una advertencia, salió de la habitación, cerrando la puerta detrás de sí y subiendo los escalones. Félix apartó las mantas de su rostro, refregando sus ojos con sus puños. Sintió el peso de un cuerpo a su lado, y emoción en su estómago.

—Miren quién despertó —No pudo evitar sonreír un poco ante el suave tono de voz de Changbin, cerrando sus ojos con fuerza mientras se estiraba antes de sentarse con lentitud.

Liberó su cuerpo de las mantas que llevaba encima, intentando acomodar su despeinado cabello, pero no había remedio. De todas formas, el Diablo ya lo había visto varias veces de aquella manera.

—Ya vuelvo —Murmuró, bostezando y poniéndose de pie, corriendo en calcetines hacia el baño. ¡Tenía que higienizarse!

Minutos después, regresó a la habitación, aliviado de que su aliento oliese a menta. Changbin continuaba en aquel mismo sitio, con su mirada sobre el mundano, el cual volvió a sentarse en la cama. Tomó la bandeja, apoyándola sobre su regazo antes de tomar con cuidado su taza de chocolate caliente, soplando suavemente el contenido.

Aceptó la galletita que Changbin le tendió, agradeciéndole en un susurro y mojando el alimento en el líquido.

—¿Quieres? —Preguntó, notando de reojo cómo el Diablo negaba mientras él masticaba él exquisito sabor de ambas delicias mezcladas.

—He estado merodeando por tu casa —Ante aquel comentario, Félix casi escupe la comida, dejando la taza nuevamente sobre la bandeja antes de tragar con fuerza, intentando calmar los acelerados latidos de su corazón y con sus ojos abiertos de par en par—. Tranquilo, niño. No hice nada que hiciese obvia mi presencia —El mundano suspiró, aliviado—. Solo giré algunos crucifijos...y asusté a tu padre. Eso fue todo.

—Oh, bueno... —No se quejó.

Por algún motivo, comenzaba a agradarle que Changbin hiciese notable su presencia. ¿Acaso era el poder y protección que sentía cuando el Diablo estaba a su alrededor? ¿Estas dos emociones comenzaban a apoderarse de él?

Quiso observarlo, específicamente sus finos labios rojizos, pero decidió observar su propio desayuno, sonrojado al recordar cómo habían estado a punto de besarle la noche anterior, en la oscuridad de su cuarto.

—Descubrí que tienes una azotea.

Asintió lentamente en respuesta. Aquella simple azotea donde jamás tenía permitido acudir. Siempre había querido sentarse allí, bebiendo un té mientras admiraba las estrellas, pero se lo habían prohibido, y todo porque sus progenitores siempre habían creído que era muy torpe con sus pasos. Que podría caer y morir trágicamente.

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