11. La cena

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-11-

Hace un año...

Corro lo más rápido que puedo. Los árboles del bosque se ciernen sobre mí, mientras la sangre se seca en mi piel y ropa, dejando un rastro pegajoso que el frío no logra borrar. El aire helado corta mis pulmones y mis piernas tiemblan, pero sigo. Siento sus pasos pesados a mi espalda y entiendo que ya no podré escapar. Es mi fin, otra vez.

Rogué que no lo hiciera, que me dejara ir, pero aún así no se detuvo. Sangre. Sangre corriendo por mis muslos, mezclándose con las lágrimas que caen sin control, empañando mi visión. Mi labio inferior roto, el sabor metálico de la sangre en mi boca, y el dolor que late en cada rincón de mi cuerpo, causado por una de las bestias que me ha atormentado por años. Alexander Wilson, el chico que creí amar, el que juró protegerme, es el mismo que cada vez que puede, me rompe.

En una ocasión casi me lo cargo. Recuerdo el calor de su sangre sobre mi cuerpo desnudo luego de que lo apuñalé con una navaja. Aquella tarde corrí por el bosque cubierta de su sangre, con la ropa a medio poner, sintiendo el eco de su grito resonando entre los árboles. Tenía solo quince años.

Ahora, con diecisiete años, vuelvo a sentir su repugnante cuerpo sobre mí, el peso de su odio presionando contra mi piel. La nieve fría me quema, como si el bosque mismo me castigara por lo que estoy a punto de hacer. Él me golpea en las costillas y me deja boca arriba, mientras intenta despojarme de mi ropa. Forcejeo, luchando por cada centímetro de control, logrando liberar una de mis manos.

Desesperada, miro a mi alrededor buscando algo con qué golpearlo, algo que me devuelva el control. Veo una roca sobresaliendo de la nieve, de tamaño justo para encajar en mi mano. La tomo y, con un movimiento torpe pero decidido, le golpeo en la cabeza con toda mi fuerza. Siento el crujido de su cráneo bajo el impacto, y su cuerpo se desploma sobre la nieve, quedando inerte.

Mi respiración es un caos, y el viento frío corta mi piel, pero no dejo de mirarlo, esperando que se mueva. Pero su cuerpo yace ahí, en un ángulo que me resulta antinatural, la sangre brotando de su cabeza, oscura y espesa, formando un charco que se mezcla con la nieve.

Me acerco con pasos inseguros, el sonido de mi respiración llenando el silencio del bosque. Él sigue inmóvil, la piel de su rostro pálida por el frío y la pérdida de sangre. Intento encontrar algún signo de vida, un latido, un respiro, pero solo hay quietud. Mi corazón late con fuerza, mis manos temblando por la adrenalina y el horror de lo que acabo de hacer.

—Todo lo que quería era una disculpa, pero tu no sientes remordimiento, por eso me hiciste miserable... —hablo, sintiendo como las piernas me fallan, dejándome de rodillas sobre la nieve.

No hay respuesta, solo el viento que silba entre los árboles. Miro su rostro una última vez, y lo veo vacío, irreconocible, como si ya no quedara nada de él en ese cuerpo, las lagrimas se deslizan violentamente por mis mejillas.

Me levanto, sintiendo mis piernas pesadas, cada paso es como un eco de lo que acaba de suceder. Tomo mi mochila, guardo la roca ensangrentada y corro por la carretera, dejando solo el rastro de huellas que la nieve pronto cubrirá. Me alejo lo suficiente, y en el lago tiro la roca, viéndola hundirse en las aguas negras como si arrastrara consigo el peso de lo que he hecho. Un poco más alejada, limpio mis manos y me apresuro, dejando atrás el bosque, la nieve, y lo que fui antes de esa noche y todo lo demás.

Por un momento, pienso que he terminado con él para siempre, que he enterrado a la chica asustada que era. Pero algo en mí sabe que nada en la vida es tan sencillo, y que quizás, de alguna forma, esto apenas empieza.

Dominio (Killers #0)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora