33. Amore mio

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HELA
7 MESES DESPUÉS
(17 de septiembre de 2003)

Llego a casa luego de un largo día en la compañía y, al cruzar la puerta de entrada, me detengo en el recibidor al notar el arreglo floral que yace en medio de la mesa circular de cristal. Son unos hermosos tulipanes, que esparcen un suave aroma dulce en el ambiente, mezclándose con la frescura del aire nocturno.

Tomo mi móvil y marco el número de Vladimir.

—Gracias por las flores, cariño.

—¿Qué flores? —pregunta, curioso.

—¿Tú no las enviaste?

—No.

Dejo el móvil con altavoz encima de la mesa y busco una tarjeta entre las flores. Tomo el sobre blanco entre mis manos y lo abro. Mi corazón comienza a latir más rápido.

"Enhorabuena por la boda y el embarazo.
C.R."

—Chiara Rinaldi... —repito, tratando de asimilar lo que leo.

—¿Cómo?

—Las flores las mandó Chiara Rinaldi...

—Sal de casa ahora mismo —ordena, con un tono tenso que nunca antes había escuchado en él.

Un disparo resuena, y el vidrio de la gran ventana estalla en pedazos. Los fragmentos caen a mis pies, resonando en el silencio de la casa.

—¡Sal de casa ahora, mierda! —pide agitado—. ¡Ya voy para ahí! —La llamada se corta abruptamente, dejándome en un abismo de pánico.

—Amore mio. —Una voz gélida me hace girar. Chiara aparece en el marco de la puerta con una sonrisa cruel, y luego dos hombres se aproximan, sujetándome de los brazos con fuerza, inmovilizándome. Su agarre es tan firme que mis propios movimientos se sienten inútiles.

—El embarazo te sienta muy bien —susurra mientras pasa el arma por mi vientre. Su gesto es lento, calculado, y siento cómo el miedo se enrosca en mi pecho como un nudo.

—Por favor, de mujer a mujer, te pido que no hagas nada que ponga en riesgo a mi hija. —Mi voz apenas sale, un susurro desesperado. Las lágrimas amenazan con nublar mi visión mientras intento apelar a cualquier rastro de humanidad en ella.

—¿Hija? Qué bien, será una pequeña y hermosa versión de su madre. —Su sonrisa se ensancha con una maldad palpable, y se acerca a mi rostro, rozando mi mejilla. Antes de poder reaccionar, me cubren la boca y nariz con un paño, y un olor penetrante me envuelve. Lo siguiente que siento es cómo el mundo se desmorona a mi alrededor mientras pierdo la conciencia.

VLADIMIR

Llego a casa y bajo del auto corriendo hacia la entrada, con el arma en mano y el corazón latiéndome en los oídos. El silencio se rompe con el crujido de los vidrios bajo mis pies al atravesar el salón. Mi mundo se desintegra frente a mis ojos cuando veo la sangre esparcida en el suelo. Los vidrios rotos y el móvil de Hela, abandonado en la mesa, son la única evidencia de lo que ha sucedido.

Busco por toda la casa, llamando su nombre, pero no hay rastro de ella, solo el eco de mi propia desesperación. Finalmente, veo una nota sobre la mesa. Mis manos tiemblan al leerla.

"No te preocupes por la bella Hela. La cuidaré con mi vida, tanto a ella como a lo que lleva dentro. Y si se atreven a pisar mis tierras, te daré a tu hija en una caja y a su madre en trozos.
Saludos,
C.R."

La rabia explota en mi interior. Golpeo la mesa con fuerza, haciéndola añicos. Las astillas se clavan en mi piel, pero el dolor no es nada comparado con la angustia de saber que están en manos de una mujer como Chiara. Llamo a Gavrel, quien enloquece al escuchar lo sucedido. Conduzco a toda velocidad hasta Volkov Industries. Cada segundo que pasa es un recordatorio de que Hela y nuestra hija podrían estar en peligro.

Entro a la oficina de Gavrel, donde me espera de pie frente a los grandes ventanales. Al notar mi presencia, se gira con el rostro descompuesto.

—¿¡Cómo dejaste que algo así pasara!? —Se aproxima furioso, el dolor en su voz es tan palpable que casi puedo tocarlo.

—No fue culpa mía.

—¿¡Tú fuiste quien aseguró que mi hija estaría a salvo en tu puta mansión!? ¡Y ahora mi hija y mi nieta están quién sabe en qué parte de Italia bajo las garras de una desquiciada!

Quiero gritar, quiero romper algo más, pero sé que nada cambiará lo que ha sucedido. Respiro profundo, tragándome la frustración que me arde en la garganta, y le sostengo la mirada.

—¡Es de mi esposa e hija de las que hablas! ¿¡Por qué en vez de echar culpas no me ayudas a buscar una manera de rescatarlas!?

Gavrel me observa, respirando con dificultad, como si sus propias palabras le hubieran drenado la energía. Finalmente, su expresión cambia. Se acerca y aprieta mi hombro, su furia cediendo a una angustia que compartimos.

—Tienes razón, lo siento, hijo. —Su tono es más suave, más humano—. No es tu culpa.

—Lo sé —respondo, aunque la culpa me carcome por dentro.

Sé cómo son los tipos como él, mi padre fue así hasta el día de su muerte. Una puta molestia, que solo sabía dar órdenes, pero en este momento no puedo permitirme perder el foco. Cada segundo cuenta, y Hela y mi hija dependen de que dejemos de pelear y empecemos a actuar.

Selinwinter
2022

Dominio (Killers #0)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora