39. "Es nuestra"

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HELA

Hace dos días que estoy con los Meyer y mi bebé. La verdad es que no quiero irme de nuevo, pero debo terminar con lo que empecé. Las noches han sido más largas, llenas de pensamientos sobre lo que nos espera a Davina y a mí. Me cuesta aceptar que debo dejar este lugar donde por un momento me sentí segura.

—¿Qué crees que harás? —cuestiona Axel a mi espalda, cargando a la bebé con una delicadeza que contrasta con la dureza de su voz.

—No lo sé. Sabes que muero por quedarme aquí, pero no puedo —mi voz suena quebrada, mientras miro a Davina dormida en sus brazos, con su pequeño rostro tranquilo e inocente.

—Pondrás a Davina en peligro.

—Ella no estará en peligro y aún no decido si llevarla conmigo —respondo con frustración. Las dudas me queman por dentro, y la sola idea de exponerla me aterra.

—¿La abandonarás? —pregunta con dureza, sus palabras como un golpe directo a mi conciencia.

—¡Quiero protegerla! —replico, sintiendo un nudo formarse en mi garganta.

—¡Iré contigo! —su determinación es clara, pero yo solo veo los riesgos.

—¡Eso solo hará que me maten! —mis palabras se escapan con desesperación. La sombra de mi padre se cierne sobre cada una de mis decisiones, y temo que nada lo detendría si decide atacarnos.

—Dijiste que tu padre jamás te haría daño.

—Ahora ya no estoy tan segura de eso —me acerco y toco la mano de Davina, que envuelve mi dedo con su manito cálida y pequeña. La sensación de su piel suave me da una paz momentánea.

Axel me observa en silencio, la preocupación dibujada en su rostro. Finalmente, asiente, como si comprendiera la lucha interna que enfrento.

—Hay que acabar con todo esto de una puta vez.

—¿Crees que no lo sé? —miro hacia la ventana, donde las luces de la ciudad se filtran entre las cortinas, como si el mundo exterior no pudiera alcanzarnos aquí. Pero sé que no es cierto.

—La llevarás contigo o tendrás que decir que la perdiste —me habla serio, sus ojos verdes reflejando la gravedad de la situación.

—Eres su padre, ayúdame a saber qué es mejor para ella... —pido ya cansada, apoyando mi frente en su hombro. Me dejo envolver por su abrazo, como si en ese gesto encontrara la fuerza que me falta.

—Deberías llevarla contigo —escucho a Alec entrar a la habitación, rompiendo el silencio que nos envuelve. Su presencia siempre ha sido un ancla para mí. —Si tus padres tienen algo de humanidad, jamás dejarían a su nieta sin madre —se acerca y sujeta mis hombros con firmeza, como si intentara transferirme algo de su convicción. —Te llevaré de vuelta a Italia, Enzo Rinaldi las espera a ambas.

—Creí que él se fue de Italia...

—Lo hizo, pero llegué a un acuerdo con él y nos ayudará a que la historia sea convincente. Él llamará a tu padre y las entregará a ambas, dirá que se enfrentó a su hermana y la asesinó.

—Alec... —suspiro, sintiendo la carga de lo que está por venir. La idea de enfrentar a mi padre me pesa, pero sé que es la única manera de mantener a Davina a salvo.

—Lo harás bien, sabes que por cualquier problema puedes llamar e iremos a ese jodido pueblo a salvarte el culo —me da un apretón en el hombro y me ofrece una sonrisa que intenta ser tranquilizadora.

—Gracias —reprimo las ganas de llorar, aferrándome a esa esperanza de que algún día todo esto termine.

—Ánimo, que cuando todo esto termine vendrán a Alemania con nosotros.

Al llegar la hora de partir, preparo a la bebé y algunas de las cosas que Raina compró. El peso de cada objeto que meto en la maleta parece reflejar la carga emocional que llevo. En el jet, estoy con Axel, quien sostiene a Davina con ternura, y Alec como piloto. Miro por la ventana, viendo cómo Berlin se convierte en un conjunto de luces lejanas, preguntándome si alguna vez volveré.

Al aterrizar, siento un nudo en el estómago. Volteo a ver a Axel, su rostro está cubierto por una expresión que mezcla tristeza y determinación.

—Las amo —susurra a mi oído y me besa en la sien, el calor de sus labios se queda en mi piel.

—Nosotras a ti —me preparo para bajar, tomando aire antes de enfrentar lo que viene.

—Cuídense —habla, y me da un abrazo fuerte, como si con ese gesto pudiera protegerme de lo que viene.

Alec vuelve al jet y despega cuando Enzo aparece. La casa de Enzo se siente diferente a la última vez, como si el tiempo y la distancia hubieran cambiado la atmósfera. Las paredes que antes me parecían frías ahora me ofrecen un refugio temporal.

—Creí qué pasaría más tiempo para que pueda verlas —sonríe acercándose, su tono cálido contrasta con la seriedad de la situación.

—Lo mismo digo. Te presento a Davina —dejo la cara de la bebé al descubierto para que pueda apreciarla. Su mirada se suaviza al verla.

—Es preciosa.

—Lo es —susurro, sintiendo que el peso en mi pecho se aligera por un instante.

Pasan unas horas y me quedo en casa de Enzo a esperar con él. El silencio entre nosotros se siente cómodo, aunque la tensión se respira en el aire. Escuchamos el rugido del jet que aterriza y, minutos después, al menos una docena de hombres patean la puerta, entrando a la casa armados. Entre ellos están Gavrel y Vladimir.

Enzo y yo nos levantamos del sofá, y veo cómo le apuntan con las armas.

—¡Bajen las armas! —ordeno poniéndome de pie frente a él, con una fuerza que no sabía que tenía.

Los hombres no hacen caso, al menos no hasta que Gavrel les ordena que bajen las armas. La tensión en el ambiente es palpable, y el silencio que sigue es ensordecedor.

—¿Qué haces, Hela? Él te secuestró —la voz de Gavrel es dura, pero hay un matiz de preocupación en ella.

—Te equivocas. Chiara es quien lo hizo y está muerta —mi respuesta sale firme, pero mi corazón late con fuerza en mi pecho.

Vladimir se acerca y me envuelve en un abrazo, su presencia me resulta familiar y aterradora al mismo tiempo. Luego fija la mirada en Davina, que duerme en el sofá cama rodeada de cojines.

—Es preciosa —me besa la frente. —Y es nuestra.

Lo último me causa un conflicto interno, pero me obligo a sonreír, fingiendo que estoy de acuerdo. Bajo la mirada de Enzo y los demás, me siento pequeña, vulnerable.

Gavrel se acerca y me abraza para después estrechar la mano de Enzo.

—Gracias por ayudar a mi hija.

Un rato después de explicar la situación, omitiendo algunas partes que me comprometen, todos suben al jet de Gavrel. Soy la última en subir junto con Davina, que se acurruca en mis brazos.

—Cuídate y cuídala —el italiano me da un abrazo, y al separarse, ve a Davina que lo observa con los ojos muy abiertos.

La sonrisa de Enzo es nostálgica, y al cerrar la puerta del jet, siento que dejo atrás una parte de mí. Pero también sé que lo hago por ella, por Davina. Porque merece un futuro mejor.
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Selinwinter
2022

Dominio (Killers #0)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora