Ceuta

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En el amanecer del universo solo existían una estrella y seis planetas a su alrededor.

Después nacieron cuatro estrellas más, tres de ellas también con seis planetas.

La estrella más alejada y pequeña solo iluminaba a un planeta llamado Gea.

Era el planeta número veinticinco por creación y el más importante por ser el único con vida humana.

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No vine al mundo en el mejor momento. Mis padres, Miguel y María, no me contaron gran cosa y lo único que sé es que padecí anemia por escasa alimentación durante el embarazo.

La situación mejoró en el nuevo año 1955. Mi tío Pablo montó un obrador de pastelería en el Pasaje Alhambra de Ceuta y ofreció trabajo a mi padre Miguel.

Se alquilaba una casa frente al obrador que se convirtió en nuestro hogar. Yo nací el 25 de Abril. Para agradecer la ayuda de mi tío, me pusieron su nombre y fue mi padrino.

Ceuta está ubicada en el Norte de África, al otro lado del estrecho de Gibraltar. Las costumbres eran como las andaluzas, los vecinos eran amigos, nos visitamos y nos ayudamos. Yo disfruté del cuidado de todos, por ser el más pequeño y delicado.

Cuando empecé a dar mis primeros pasos, me atraía el dulce olor de enfrente e iba yo solo. Mi tío Pablo me cogía en brazos y me daba de comer algo dulce y tierno que mi boca pudiese paladear. Mi padre protestaba:

—Pablo, por favor, deja de mimarle.

—Es el único apadrinado que tengo y tiene que ser grande y fuerte.

Tal vez entonces no lo supiera, ahora estoy convencido de que mi vocación por ser pastelero surgió allí.

La predicción de mi tío no fue muy acertada. Los mareos me atacaban cada día, me dejaba llevar y perdía el sentido. Mis padres lo achacaban a la anemia sufrida en mi principio. No me llevaban al médico porque no podían pagarle, me atiborraron a lentejas porque tiene hierro; también me dieron aceite de hígado de bacalao que me repugnaba y quina en pequeñas dosis para no embriagarme.

Estos remedios no cundían mucho efecto, ni siquiera disminuían los mareos.

Aún no he presentado a mi hermano Rafael, Rafa para nosotros. Tiene cinco años más que yo y era mi guardaespaldas en aquella época. Me acompañaba a todas partes para que el mareo no me pillara solo.

Por ejemplo, para ir al colegio, aunque él tuviera que ir a otra clase. Mis profesores sabían mi enfermedad y qué hacer en caso de necesidad. Lo que me extraña ahora que lo escribo es por qué nunca sucedió, gracias a Dios. Tal vez fuera por el ambiente, con ese olor único: mezcla de madera, papel y tinta. En el colegio los olores externos desaparecían. O tal vez fuera por mi ilusión en aprender, que concentraba mi mente en exclusiva para lo que más me satisfacía.

Si el obrador de pastelería fue mi lugar predilecto, cedió la predilección al colegio.

El Pasaje Alhambra acaba, o empieza según se mire, en el Recinto Sur. Esta calle empieza en el nivel del mar y asciende en una larga cuesta bordeando un acantilado. Vivíamos en la parte más alta. Cerca empezaba una escalera larga y sinuosa que descendía por el acantilado hacia la playa de El Sarchal, con más rocas que arena y donde yo descubrí el placer del baño en el mar.

Varios tíos y primos vivían más menos cerca. Nos reuníamos en esa playa durante las vacaciones de verano, con la comida hecha para pasar allí todo el día. Me disgustaba esperar la digestión hasta que pudiese bañarme.

Mi tío Pablo hizo trampas en el negocio y tuvo que escapar de Ceuta. Pero antes, ayudó a mi padre a montar una churrería en la plaza de Azcárate. Nuestra situación económica comenzó a ser holgada.

1963 fue un año decisivo. Ya antes, en el principio del curso, comencé la Catequesis. Así conocí la vida de alguien que la sacrificó por Amor a todas las personas. Sentí deseos de conocerle para darle las gracias, pero eso implicaba perder la vida. El cura nos contaba que la mejor manera de agradecimiento era obedecerle y asistir a misa cada domingo. Tampoco tenía mareos en la iglesia.

El 17 de Mayo fue el día más feliz de mi vida, porque comí y bebí de Él por primera vez. Tuve la sensación de que Dios formaba parte de mí y me ayudaba a mejorar.

Tras la misa, fuimos a un restaurante para celebrar el acontecimiento. Asistieron todos mis familiares, quienes me regalaron algo. Pero hubo uno en concreto, el de mi padre, que me abrió la puerta a algo nuevo: el libro "Un capitán de 15 años" de Julio Verne. La literatura se sumó a mis aficiones.

Un médico me reconoció por primera vez. Mi madre María contó todo lo que me pasaba, el doctor dijo que mis mareos no eran debidos a la anemia, sino al clima húmedo. Mamá preguntó:

— ¿Es posible que se le quiten según crezca?

—Es difícil saberlo. Conozco a  adultos que siguen padeciéndolos.

Tuvimos otra contrariedad ese mismo año. El turismo ya era el principal recurso económico de España. Los sitios favoritos tenían sol y playa, como Ceuta. Pero Ceuta era y es muy pequeño. Tenía pocos edificios para alojamiento y decidieron derribar edificios antiguos y bajos para construir nuevos y altos. Uno de ellos fue el local de la churrería.

Lo que fue incertidumbre tras la visita al médico se tornó en decisión por abandonar Ceuta.

Mi tío Pablo vivía en Madrid, insistía en cada carta en que fuéramos. Le escribimos comunicando nuestra decisión y volvió a echarnos una mano. Halló un local con vivienda y compró los muebles básicos.

3 de Octubre. Sólo guardamos lo que cabía en las dos maletas y nuestros bolsillos. Un taxi nos llevó al puerto, subimos al transbordador "Virgen de África", con rumbo al puerto de Algeciras. Allí había una estación de Renfe, donde montamos en el tren expreso con destino a la estación de Atocha en Madrid.

Adiós, Ceuta. Siempre te echaré de menos y te recordaré con cariño, aunque tu clima no sea bueno para mi salud. Prometo volver a bañarme en tus playas, comer tus pinchos morunos y churros, beber tu té con hierbabuena y pasear por tus calles.

25. Parte 1 Un Amor Sobrenatural.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora