Hospital

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Eduardo, tras dejarme solo en su casa, va a la de su tía. Como es de suponer, no tiene sueño, pero su madre le obliga a acostarse porque la noche será muy larga.

Eugenia va desde la peluquería a casa de Isabel, allí come con ella, su familia y Cris. También se echan la siesta. Por la tarde preparan la cena para comer con cuchara y los dedos. Tuvieron la precaución de comprar vasos y platos de plástico.

Remigio llega a las 7 y también se echa la siesta en la misma cama que su esposa Eugenia, que se levanta.

La cena es deprimente. Cris come más por obligación que por apetito, aún así muy poco. Los villancicos de los vecinos atraviesan las paredes, pero en esta casa no hay ánimo para celebrar.

Las campanas anuncian a los feligreses que la Misa del Gallo está a punto de comenzar. Todos beben en esa casa, incluso Cris, más para olvidar que para celebrar. No hay brindis, ni cantos ni siquiera sonrisas. El carillón de esa casa anuncia la medianoche. Cris se levanta del sillón, se dirige al cuarto de baño. Su madre la sigue y entra tras ella.

—Mamá, por favor, déjame sola.

—Ni lo sueñes.

Cris abre el armarito y saca las pastillas. Echa veinticinco en su mano y las traga de una vez. Eugenia se debate entre consentir y evitar, recuerda las palabras del hombre que más Ama a su hija y lo permite.

Cris se derrumba. Eugenia la coge en brazos llorando. Hace unos meses, no habría podido con ella; pero su delgadez, a pesar del embarazo, lo permite. Salen del servicio, Remigio ya tiene puesto el abrigo, abre el portal. Madre e hija no llevan abrigo cuando salen a la calle, hace frío, pero no les importa. El coche está junto al portal.

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Me levanto a las 11.30. Tomo una ducha rápida, me visto con la ropa de repuesto y salgo a la calle. Tengo frío, no suelo meter las manos en los bolsillos; pero esta vez sí porque no llevé guantes, encuentro un paquete de Celtas y un mechero. Papá debió guardarlo sin que yo me diera cuenta. Saco un cigarrillo y lo enciendo. No fumo por la recomendación de Eugenia, pero este cigarrillo me sabe a gloria.

Eduardo me guió por el camino al hospital esta mañana. Llego cuando acabo de fumar. Suenan las campanas alegremente, indicando que es una noche de felicidad para los creyentes. Miro el reloj, el mismo que me regaló Eugenia, símbolo de mi Amor a Cris. No suelo ponérmelo por consejo de papá, es tan lujoso que no conviene tentar a los ladrones. Pero no tengo otro y hoy lo necesito. Son las 11.55. Urgencias está activa, las enfermedades no respetan los días señalados. Pero yo estoy solo y deseando que el Escarabajo llegue con mi Amada. Enciendo otro pitillo para calmar mis nervios.

Lo apago sin que hayan llegado. El plan no puede fallar, ya son las 12.05. Un coche se acerca, las luces no me permiten distinguirlo hasta que está cerca, son ellos. Abro la puerta trasera y veo a Cris con la cabeza apoyada en el regazo de su madre. Tan delgada que no puedo creerlo, pálida como la nieve. No puedo emocionarme, la cojo sin perder ni un segundo, ¡qué poco pesa! Entro con ella en urgencias.

—Se ha tomado veinticinco pastillas antidepresivas.

Quisiera acompañarla, pero no me dejan. Eugenia y Remigio están en la sala de espera. Ella me abraza y nos desahogamos. En este sitio no está mal visto el llanto de un hombre.

Eugenia me cuenta:

—Laura llamó para felicitarnos la Navidad y para interesarse por su amiga. Perdóname, hace unos días le conté vuestro secreto y tu plan. Sabe que estás aquí y me preguntó si era conveniente que viniera con Aurelio. Le conté que en mi opinión, le vendría bien ver a su amiga, pero que la última opinión es tuya.

25. Parte 1 Un Amor Sobrenatural.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora