¡Arde! El Deseo del Ímpetu

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• UMBROSA AFICIÓN •

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• CAPITULO •

• III •

• ¡ARDE! EL DESEO DEL ÍMPETU•

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Era ya la tercera vez que el timbre sonaba y Darien con las pocas energías que aun mantenía, logro llegar hasta abrir la puerta.

Sonrió.

"Buenas noches, Darien."

Él movió la cabeza en respuesta. Hablar no podía hacerlo tan ágilmente ya que aun le dolía su costado y lo daba a entender al mantener el brazo alrededor de su estomago. "Bu...Buenas noches...Amy."

Ella entro sin que él se lo haya pedido. "¿Cómo has estado? ¿Te has sentido bien? Lamento no haber podido venir antes."

"No te preocupes, esto no es comparado con la preocupación que tengo. ¿Has sabido algo de Serena?"

"No, nada. Hemos intentado de todo...pero nada ha resultado...hasta ahora." Lo último fue solamente para ella. "A ver, déjame ver esa herida."

Él retrocedió ante el contacto.

"¿Sucede algo, Amy?"

"No, no se a que te refieres. ¿Por qué?" Él no respondió. Amy entró con la confianza que nunca ha tenido hasta la cocina y salio con un jarrón de agua caliente y un par de toallas. "Siéntate, déjame curar esas heridas."

Pero Darien no hizo lo dicho, en cambio observo detenidamente a la también guardiana. "¿Y las demás?"

Amy dejo el recipiente sobre la mesa. "A Lita no la he visto. Ambas estamos buscando por diferentes maneras la oportunidad de saber de Serena."

"¿Todas?"

"No. ¿Acaso no sabes lo que les ha pasado a Mina y Rei?"

Darien hizo gesto de dolor al intentar mantenerse de pie. La herida que aun tenía se estaba abriendo de nuevo. "¿Mina? ¿Rei?" Cuestiono con dolor en su voz. El dolor de sus costillas estaba siendo aun más fuerte.

"Si. Mina y Rei..." Amy se levanto del sillón, sin querer tirando el jarrón de agua, y camino hacia él. "...Y muy pronto, príncipe Endymion...tú también." Sonrió.

.o.

o.o.o.o

Era inútil intentar buscarla. Su satélite protector no le brindaba luz alguna y eso la hacía sentirse débil. Intentaba buscar consuelo y respuestas en quién puede brindarle luz infinita.

Su corazón lloraba, más sus ojos ya no podían hacerlo. Tristeza infinita fue lo único que invadió su ser. Estaba perdiéndolo todo y ni siquiera sabía por qué. Y auque quisiera pelear le era imposible. Ni siquiera tenía las fuerzas para eso. Ni siquiera tenía la voluntad de intentarlo. Ella creía que podía ser diferente. Había perdido su broche de transformación. Posiblemente se lo habían llevado.

Levantó el rostro.

Las estrellas eran las únicas que alumbraban a mil el cielo. Cada una tenía un lugar en el espacio. Cada una tenía luz propia. Brillaban hermosamente. Pero hubo una sola estrella en su cielo que deslumbro más que las demás.

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