Destelloz y Granadas de Fragmentacion

Donde estan las cosas salvajes

El vapor y los gases silbaban suavemente a su alrededor mientras merodeaba entre las sombras de Zaun. Débiles recuerdos acechaban en el borde de su mente, royendo sus horas de vigilia como un sabueso hambriento en un hueso. Era más fácil cuando la rabia se apoderaba de él. Cuando los inyectores químicos se fusionaron en su espalda inundaron su sistema de locura y lo llevaron a cazar.

Era más fácil cuando los recuerdos permanecían muertos y enterrados donde pertenecían.

Últimamente, eso era más difícil de manejar. Desde entonces esa cosa se había fusionado con él. Cambió la forma en que fluían los productos químicos, lo obligó a cazar y lo llevó a perseguir un olor particular. Cada vez que se enteraba, el cóctel químico fluía libremente y, cuando lo perdía, se moría de hambre y el dolor y las imágenes volvían con fuerza.

Desde entonces, los recuerdos habían comenzado a filtrarse de nuevo. Lentamente al principio, no tanto la gente y los lugares como los susurros y los olores, pero últimamente comenzaron a volverse más insistentes.

Y entonces, el mensaje había llegado.

Lo había encontrado grabado con ácido en la parte plana de un ancho cuchillo de degüello que, a su vez, había sido enterrado en la parte posterior del cráneo de un hombre. El hombre había sido colgado en un callejón, y su sangre salpicó para esparcir su olor. Claramente había sido destinado a ser encontrado por él. Sin embargo, más interesante que eso era que el muerto no era zaunita. Su cadáver apestaba a aire limpio, latón y un baño más que ocasional. 

Apestaba a Piltóver.

Los piltovanos no eran bienvenidos en Zaun en un buen día. Hoy no fue un buen día, ni había habido buenos días en Zaun durante algunos meses. Cada día que pasaba, las tensiones se habían vuelto más frágiles. Había podido saborearlo, últimamente, en su presa. La sal de hierro del miedo crónico. Los pandilleros de Zaun tenían miedo. Algo se movía arriba y, del mismo modo, algo se movía abajo.

El Gris estaba cambiando y estaba claro que algo estaba por suceder que aún no había sucedido en la historia de las dos ciudades en disputa. Que era lo que había hecho que el mensaje en el cuchillo fuera tan interesante. Había sido garabato gutlau. Una jerga abreviada simple para un área local que formaba parte de Old Zaun. En algún lugar que muy pocas personas sabían que ya tenía algún significado.

En algún lugar que incluso él no estaba seguro de por qué le repelía tanto.

Cuando encontró el cuchillo y reconoció el lugar, consideró brevemente tirarlo y desgarrar el cuerpo en un ataque de ira, pero algo detuvo sus garras. Un breve destello de cordura. Quizás algo del hombre que solía ser. Todo lo que sabía era que se había quedado con el cuchillo y decidió seguir sus pequeñas instrucciones rayadas porque por primera vez en mucho tiempo… tenía curiosidad.

Warwick, la Ira de Zaun, trotaba a lo largo de las paredes y la gran tubería ciclópea del abismo. El sonido del agua que fluía, que hacía mucho tiempo había pasado de ser simplemente tóxica a fatalmente ácida, burbujeaba a su alrededor mientras se movía a través del gris brumoso de Zaun. Aquí era más denso. Demasiado denso para la mayoría. Solo los más antiguos y duraderos de los residentes de Zaun se sentían cómodos en un lugar así, y podría decirse que no eran realmente residentes de Zaun.

Eran los hijos e hijas de Entrañas. Ese lugar que Piltóver se había esforzado tanto en fingir que no existía, excepto en los breves y ardientes momentos en que recordaban con violencia.

Sí, esta Entrañas le resultaba familiar a Warwick. Familiar en la forma en que un antiguo ex abusivo podría ser familiar. Odiaba su olor porque le traía recuerdos que intentaba ignorar con todas sus fuerzas, y normalmente podía ahuyentarlos. Podía ahogarlos en la furia y la tormenta de la rabia química que lo consumía cuando perseguía a su presa.