17 | Antagonista

3.4K 372 350
                                    

Nos vimos en clases ese mismo día. Como siempre, Damon usaba una sudadera negra y sus jeans desgastados, que ya parecían grises. Me desconcertó tanto que me mirase como si no nos conociéramos que no me atreví a dirigirle la palabra hasta la hora del receso. En el comedor, agarré mi bolsa de papel con la opción más saludable y, al girarme, me di de bruces contra su pecho.

—Perdón, no te...

No esperaba que estuviera parado como un idiota detrás de mí. Lo miré de arriba abajo, pues Damon también analizó mi rostro, y luego fruncí el ceño.

—No soy quién para hablar de malos modales —inicié—, pero desapareciste de mi casa sin dejar rastro. ¿Crees que eso es amable?

—Te dejé una nota.

Desconcertada, incliné la cabeza hacia la izquierda.

—¿Dónde?

—En la cocina.

—No la vi.

—Te explicaba que me iría temprano, te di las gracias —musitó—. Lo siento, no quería preocuparte.

Chasqueé la lengua.

—No estoy preocupada, Barrett. Solo no es de mucha educación irse sin avisar.

Damon no se inmutó.

—Lo siento. No lo volveré a hacer.

Rodé los ojos. En el fondo, me daba igual porque no volvería a llevarlo a mi casa.

O eso creí, porque Damon me siguió hasta mi asiento cerca de la ventana también con una bolsa de papel y, en cuanto se hubo acomodado frente a mí, me preguntó si podía ayudarle a estudiar para el examen de bioquímica.

—No tuve tiempo de repasar ayer —confesó— y hay muchas cosas que no entiendo.

Para mi sorpresa, había sacado la barrita de cereal de la bolsa.

Me hablaba de los aminoácidos, los lípidos y las proteínas, pero yo no le escuchaba. Estaba demasiado pendiente de la forma en que sus dedos rompían el envoltorio; me estaba controlando por no comentar nada, porque el tema no era cómodo para él, pero me sorprendía que se atreviese a comer frente a mí.

Y mientras comíamos, concluí que comía mejor que yo.

—No sé por qué crees que no comes bien —lo interrumpí de súbito, ganándome su atención—. No es verdad. Comes tan normal como cualquier otra persona. Y lo digo para que lo sepas, no para que sientas que te observo. Y sí podemos estudiar hoy.

En cuanto lo dije, sonó mi teléfono.

Era mi madre.

Había olvidado su revisión médica.

Tuve que salir corriendo del comedor con mi bolsa todavía en la mano, subir a clase a buscar mi bandolera y, a la máxima velocidad que me permitían mis piernas, cruzar el estacionamiento hasta mi coche gris oscuro.

Tenía media hora para presentarme en el hospital. Y lo logramos.

Mi madre no cambió su ropa ancha para la cita. Llegó con su cara de pocos amigos y yo, aunque traté de ser lo más amable que pude con el doctor en su lugar, estaba preparada para las malas noticias.

Primero, nos dijo que sus niveles de glucosa habían bajado. Nos mostró una comparación con las analíticas anteriores y admití que, por lo menos, los resultados se mantenían dentro de los parámetros normales, aunque a unas décimas de distancia del nivel máximo.

El doctor me indicó que debíamos concentrarnos en la presión y su colesterol, me pidió que no dejara la nueva dieta y que incorporase ejercicio.

Mi madre, como siempre, rodó los ojos.

Damon #3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora