27 | Miranda Scott

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Mi padre había dejado la policía después del caso de Miranda Scott. Ocurrió cuando yo tenía quince años, en el tiempo en el que comía mientras veía la televisión con mi hermano porque mi madre dormía hasta las dos de la tarde y mi padre llegaba tarde del trabajo. No salió en la televisión local ni mucho menos en la nacional, sino que se le dio una entrevista a la tal Miranda en el periódico y todo lo que se sabía al respecto se silenció semanas después.

Archer y yo nos enteramos por nuestro padre, porque llegó a casa y le dijo a mi madre que acababa de renunciar a su puesto, que no soportaba ni un día más en esa oficina y que se dedicaría a otra cosa.

A ser infiel, por ejemplo.

—No sabes lo que ha pasado hoy, amore.

Desde el sofá de la sala, había volteado hacia mi padre. Era exagerado por naturaleza mientras que mi madre, en pijama y con el cabello negro en un alto moño, comía pizza fría que sobró del día anterior.

—Me contactó la stazione di polizia de Bristol —le explicó— que también ha contactado a la de Sheffield y Glasgow y... están buscando a cinco bambini sicari. ¿Dónde se ha visto que en Inglaterra pasen estas cosas?

Mi madre, poco impresionada, acababa de abrir su tercera chocolatina.

—¿Niños sicarios?

—Es solo uno. Tiene once años. L'angelo de no sé qué cosa —le respondió mi padre; mi hermano, de doce años, estaba demasiado metido en los dibujos animados que veíamos como para percatarse de su tono de espanto—, pero trabaja con cuatro bambini más. El jefe de polizia no se explica muy bien tampoco. Dijo que llegó una donna bañada en sangre a la stazione.

Miranda Scott había sido la víctima que sobrevivió a los sicarios de Bristol. Denunció a la policía que su ex novio había solicitado su asesinato y dos asesinos a sueldo allanaron su propiedad antes de que llegara ella del trabajo y, en cuanto entró, la recibieron a golpes con un bate.

—Estuvo peleando por su vida más de venti minuti —insistía mi padre, espeluznado—. Y el maldito bambino de once años cortó tutti los cables y trabó las puertas.

El otro chico le había estrellado la cabeza contra las losas del suelo para luego arrastrarla, exigiéndole que no gritara. Miranda al principio creyó que se trataba de un robo, pero luchó porque su vida dependía de sí misma, y cuando el niño quiso retenerla, ella logró arrebatarle el bate al otro para golpearlos a los dos.

Entonces supo que habían determinado matarla.

—Su ex pagó tres mil libras —le comentaba mi padre a mi madre— para que la mataran.

Para cuando Miranda comenzó a golpearlos a ellos con el bate ya ensangrentado, tenía la nariz rota, escuchaba zumbidos y tenía heridas abiertas en la cabeza y la boca. A uno de ellos consiguió tumbarlo de una patada, desde el suelo, y al más pequeño lo golpeó en la cara. Manifestó que el más mayor, que medía más de uno ochenta y cinco, trató de dispararla cuando vio que la pelea se estaba saliendo de control, pero Miranda lo golpeó en el brazo y la bala se clavó en la pared, donde había salpicado la sangre.

De alguna manera, consiguió tirar al mayor al suelo y forcejearon por el bate un buen rato; con las piernas, se defendió el sicario, que, en sus propias palabras, parecía haberse puesto demasiado nervioso. El niño de once años trató de ayudar, pero le sangraba un oído, así que se quitó el pasamontañas.

Al final, Miranda le arrebató el bate al otro y, sin pretenderlo, le asestó un golpe en la nariz. Entonces el segundo chico también se descubrió porque la sangre en la nariz le impedía respirar.

Damon #3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora