30 | El día que lo supe

3.6K 371 351
                                    

Después de graduarnos, nos fuimos a vivir juntos.

El tema surgió una fría noche de septiembre en mi casa, después de haber cenado. Mi madre estaba en su cuarto cuando llegamos, pues tuve una charla con mi preceptora al final de mi turno, y Damon esperó a que saliera para preguntarme cómo me iba.

Le expliqué lo frustrada que estaba de camino al restaurante mexicano y, cuando él regresó con la comida, me encontró llorando. Pasamos otra hora y media hablando en mi coche; él me acariciaba la coronilla de la cabeza porque yo no quería que me viera llorar, así que agachaba la cabeza, pero me rompí más cuando me atrajo a él para darme un beso en la frente.

—Lo importante es que estás intentando hacerlo lo mejor que puedes, Vi.

Y me apoyé en su hombro porque no sabía cómo reaccionar a tanto afecto.

Sus manos resultaban reconfortantes.

Por eso tardamos en llegar a casa. Le dije que le haría la cena a mi madre y él me preguntó si podía ayudarme. Cocinaba mejor que yo, así que asentí.

Tomó el pollo que había pedido para sí mismo y se lo sirvió a mi madre, pues odiaba la carne con todas sus fuerzas, y frió la verdura que encontró en nuestra nevera con mantequilla y ajo, y le llenó su botella de agua.

Se había remangado la chaqueta gris que llevaba puesta sobre su uniforme azul marino. Esperé un buen rato desde que se marchó al cuarto de mi madre, puesto que no oía nada, y al cabo de quince minutos, cuando ya me había acabado mi única fajita, bajé mi teléfono para escuchar.

Damon no estaba. Pero tampoco oía nada.

Así que me levanté de golpe para dirigirme al pasillo, asustada por si algo terrible había ocurrido, pues me acordé de mi padre y sus sospechas, pero frené en seco en cuanto asomé la cabeza.

Al final del pasillo, se hallaba el dormitorio de mi madre. La puerta estaba abierta y alcancé a ver a Damon sentado en el suelo, de piernas cruzadas, asintiendo a lo que decía mi madre.

Veía un tercio de la cama desde la esquina del pasillo: estaba esperando a que mi madre acabase de comer mientras hablaban en voz baja.

Aunque me costaba entender a Damon normalmente por su tono de voz, oí con claridad cómo la interrumpió de repente para decirle:

—Los pequeños cambios a lo largo del tiempo causan grandes resultados.

Le estaba explicando el proceso de homeostasis, la necesidad de un balance y la ciencia detrás de la dopamina:

—La tolerancia es una adicción que el cuerpo crea a lo que uno lo acostumbra —decía—. La comida saludable no genera tanta dopamina como la comida rápida, por ejemplo. Por eso el cuerpo exige más dopamina, porque siempre va a buscar algo más. Pero si durante quince días, que es lo que el cuerpo tarda en desarrollar tolerancia, uno acostumbra a su cuerpo a una dosis más baja de dopamina, podrá mantenerla más tiempo. Esos son los pequeños cambios.

Vi la atención que le prestaba mi madre y, en ese momento, lo supe.

Supe que me casaría con él.

Sin lugar a dudas.

Hablé con mi madre una vez Damon se fue. Él había limpiado la cocina, me besó en los labios y me dijo que se iría en autobús para que no manejase de noche. Honestamente, me preocupaba la ciudad de noche, pero a Damon no.

—La ciudad tiene más miedo de mí que yo de ella.

No le hice mucho caso.

Cerré con seguro, apagué las luces de la sala y entré al dormitorio de mi madre. Me senté a la orilla de su cama, con las manos entrelazadas sobre el regazo, mientras ella escribía en su cuaderno, aunque me miró de reojo en cuanto sintió mi presencia entrar.

Damon #3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora