16 | Los poemas

3.6K 368 650
                                    

Casi se me derrumbó el mundo ahí mismo.

El estridente claxon resonó y entré a la carretera sin pensarlo, tan rápido que tuve que esquivar un auto que bajaba la avenida y me adentré en una curva que cercaba el perímetro de la clínica. Debía de ser un parque, porque avancé durante varias cuadras sin ver ninguna salida y, en cuanto pude girar a la derecha, lo hice.

Mi corazón parecía una locomotora. Me pegaba tan fuerte contra el pecho que estremecía todos mis huesos y, aunque intentaba regular mi respiración, apenas podía concentrarme porque el movimiento del parabrisas empeoraba mis nervios.

—¿Cómo no vas a vivir en una casa? —repetí, espantada—. ¿Vives debajo de un puente o...?

—Me estoy quedando en un hotel.

—¿Qué? ¿Y tu familia?

—¿Qué familia?

Lo miré, más extrañada aún; tuve que virar con algo de brusquedad para no salirme de la carretera y reduje la velocidad. Me había alterado demasiado.

—Tus hermanos, tus padres...

—No tengo padres. Y mis hermanos viven cada uno con su novia.

Tardé un momento en procesar la respuesta. ¿No tenía familia? Sabía que era raro, pero no tanto como para que su familia lo hubiese abandonado.

—¿Hablas en serio o estás jugando conmigo?

—¿Por qué te mentiría, Virginia?

Joder. Que me llamara por mi nombre me ponía el doble de nerviosa.

—Porque no entiendo qué coño haces solo en Londres. ¿Has estado viviendo en un hotel todo este tiempo? —repetí, incrédula.

—Desde hace unas semanas —contestó, seco, y subió la calefacción porque no entraba en calor.

—¿Con qué dinero?

—Eskander me ayuda.

Traté de memorizar el nombre de su hermano, aunque jamás en mi vida había oído ese nombre.

—¿Y ninguno vive aquí?

—Sí, los dos.

—¿Entonces por qué no puedes quedarte con ellos?

—Porque Eskander vive con su novia y el otro me odia y me echó de su casa.

—¿Qué demonios le pasa a tu familia, Damon?

Era como hablar con un robot: cuando no sabía qué contestar, se apagaba.

El nudo en mi estómago seguía creciendo, porque la lluvia había bañado el cristal por completo a pesar del limpiaparabrisas y ya no veía el camino. Entonces recaí en que había estado dando vueltas alrededor del mismo perímetro durante quince minutos y, sin saber qué salida tomar o adónde dirigirme, volví a girar el volante para rodear de nuevo el parterre.

Resoplé frustrada.

—¿Planeas vivir así el resto de tu vida? —repliqué, molesta—. ¿Cómo piensas mantenerte?

—Estoy ahorrando. Trabajo en una veterinaria medio tiempo pero todavía no me da para rentar un apartamento.

—Bueno, hoy te quedas en mi casa —solté—, porque no pienso dejarte en un hotel.

—No, Virginia, no quiero causarte...

—¡Deja de hablar así! —le interrumpí, acelerada—. Me desesperas, joder. Si no quieres molestar, entonces no digas estupideces.

Damon #3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora