Detrás del Zorro

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Siglo VII. Antiguo Japón. Era Heian.

Eran tiempos difíciles en las provincias, el nuevo sistema centralizado fracasando estrepitosamente, la administración y el orden público haciéndose pedazos, y mientras tanto, la privatización de tierras desarrollándose con velocidad.

Fuera de la aristocracia, en las aldeas más pequeñas, aun se rezaba con devoción y daban ofrendas al Dios Inari, pidiendo porque las cosechas de arroz fueran ricas y abundantes cada año, rogando porque sus mensajeros, los kitsune, protegieran sus pueblos.

Sasuke llevaba años viviendo con cierto escepticismo con respecto a esa última parte. Y el alboroto a sus espaldas solo alimentaba su dura opinión sobre ese tema.

Trató de ignorarlo, incluso al mercader que inquieto se debatía entre atenderlo o ir a ver qué sucedía tres casas más adelante. Suspiró, guardando el saquito de especias entre su ropaje cuando el hombre finalmente se decidió por correr hacia la calle junto a los demás, arrastrando tierra y elevando el polvo. Sasuke todavía se tomó la calma y el tiempo para hurtar un par de artículos más, y un durazno del puesto de al lado, justo antes de que el regreso desordenado de los aldeanos le diera vuelta a la canasta de las frutas esparciéndolas por el suelo terroso. Observó con ojos frívolos cómo algunos aún estaban más interesado en el nuevo surtido de comida gratis, que en la algarabía de gritos, ladridos y protestas que se acercaba a su posición.

Se hizo a un lado, justo cuando la mancha naranja con orejas y cola saltó sobre la lona del puesto donde estaba. Entrecerró los ojos ante las garras que rompieron la tela, los colmillos prominentes, los ojos rojos, y en general, esos rasgos salvajes acentuados. Apretó el mango de su katana.

Demasiado problema para un puñado de pueblerinos alborotados con piedras y palos.

Se impulsó y saltó al techo más cercano, importándole muy poco que ahora la mitad de mirones exclamaban por él. La maldición de su clan se activó, su presencia atrajo la atención del zorro, que se detuvo antes de dar otro salto y gruñó en su dirección.

Soltó el nudo de su capa que salió volando con el viento. Rápidamente desplegó su arco y tomó una flecha. La cuerda tensa, un solo objetivo.

Disparó justo cuando la criatura venía por él. Se escuchó un gruñido y el crujir de madera rompiéndose bajo presión. Llegó al zorro antes de que pudiera liberarse de la flecha, enfrentó su salvaje mirada que se tiñó de angustia cuando supo que estaba acabado... no tuvo piedad, su katana descendió cortando más que el aire en vertical. Voló el polvo y los pedazos de madera, su víctima se desintegró entre humo y destellos rojizos con un último aullido.

Quedó un boquete en el techo. Silencio en la aldea. La hoja de su katana vibrando ante el vacío. Apretó los dientes y cerró los ojos aguantando su frustración. Abajo, la gente empezaba a murmurar, susurros que murieron cuando alguien gritó de júbilo celebrando su hazaña.

~*~*~*~

Todavía diez años atrás, todo su clan hacía sus ofrendas al Dios Inari y sus mensajeros. Su madre decía, que era una deuda eterna que se remontaba desde hacía cuatro generaciones atrás, cuando la imprudencia y arrogancia de su tatarabuelo despertó la furia de Inari y los maldijo enlazándolos al mundo yokai. Desde ese momento, Madara y todo descendiente suyo estaría condenado a sufrir el asedio de aquellos espíritus malignos que escapaban a vivir entre los humanos. Su clan casi fue extinto, sin la protección de ningún Dios, no tenían posibilidad de sobrevivir. Hasta que la ofrenda de Izuna rogando perdón por las acciones de su hermano, había encontrado el lado benevolente de su Dios, quien, orgulloso pero justo, no retiró la maldición, y en cambio, les ofreció el trato de dotarlos con la fuerza y el poder necesario para cazar a los espíritus que antes los cazaban a ellos. Era un buen trato para ambas partes.

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⏰ Última actualización: Oct 25, 2022 ⏰

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