Capítulo 4

649 79 1
                                    

—¿Habéis escuchado?

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

—¿Habéis escuchado?

—¡Por supuesto que sí!

— Los caballeros y las sirvientas han estado toda la semana trabajando para que todo esté en orden.

—No puedo creer que sea cierto—la mujer comento con incredulidad—¿Creen que venga a este palacio? 

Diana paro de caminar para observar aquellas mujeres reunidas en el pasillo del palacio. Estas miraban interesadas por la ventana como las sirvientas parecían moverse de un lado a otro atareadas con tareas. Por un instante quiso acercarse a preguntarles, mas estaba segura qué no sería bienvenida a formar parte de la conversación por ninguna de ellas.

Alzo los hombros restándole importancia, volvió su caminar con destino al Jardín del palacio Ruby, aunque posiblemente pasaría al jardín privado del emperador, donde tenía un precioso campo lleno de rosas, era mucho más bonito que cualquier otro. Claude le había permito hacía dos semanas el paso, pero no tuvo el tiempo suficiente para ir a contemplarlas y llevarse unas para su habitación. 

Una amplia sonrisa se dibujó en sus labios, por fin la vida volvía a ser buena. 

 Desde que había sido echada del palacio de Siodonna con la acusación de seducir a un joven príncipe a punto de casarse, tuvo que vagar por el país ganándose la vida bailando, no le iba mal, era divertido e interesante. Sin embargo, todo cambio cuando fue raptada y vendida como esclava a un comerciante, toda su vida se convirtió en penumbras. Convirtiéndola en una mujer de compañía. 

Se había esforzado muchísimo para que no ser tratada como las demás esclavas, demostró sus talentos y habilidades, por lo que su antiguo dueño le dio una oportunidad de ganar dinero de otra forma, así siempre tuvo hermosas vestimentas para sus bailes y podía conocer muchos lugares y personas acompañando a su dueño con sus espectáculos únicos.

Aquel día había sido como un milagro.  

Conocer al joven emperador fue sorpresivo y también la solución a sus problemas, fue obsequiada a Claude como regalo al subir al trono. Desde ahí comenzó una vida que jamás había podido soñar, después de todo, el emperador se había enamorado de ella. 

Es su preciosa hada. 

No representaba mucha molestia igualmente, Claude era sencillo en ese aspecto, solo quería amor, compañía y atención, visitar su habitación por las noches para cumplir con su deber de concubina o tomar el té con él. No era problemático hacer ese tipo de cosas, gracias a eso tenía la mejor habitación del palacio Ruby, las mejores comidas, joyas únicas diseñadas para ella, las mejores telas. Lo que quisiera, solo tenía que pedirlo. 

Todo era perfecto.

Diana al encontrarse tan distraída en sus pensamientos, interrumpió el paso tropezando con una de las concubinas.

Alzo la mirada para notar que había sido nadie más que Camelia de Raywood, hija de un Vizconde de Obelia. Una de las mujeres más hermosas que había en el Harem del emperador, de largos cabellos cual fuego y filosos ojos ámbar como los de un gato, tan arisca como uno real.  

EMPERATRIZ SANTA │Princesa EncantadoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora