La familia imperial se encontraba en la residencia de verano en el pintoresco pueblo del reino de Karmaland, un lugar apacible y muy agradable para el descanso. Los alrededores de Karmaland eran maravillosos y todo invitaba al descanso: los umbrosos bosques, las apacibles orillas de los ríos, las verdes alfombras vegetales que cubrían los valles y el incomparable cielo azul.
Era la primera vez que el Emperador Samuel visitaba aquellos lugares después de su subida al trono y por eso no era de extrañar que las personas, en especial los campesinos, mostraran un gran interés en ver de cerca al joven monarca que siempre, con una sonrisa en los labios, correspondía a los saludos que le brindaban aquellas humildes gentes.
Los hombres descubrían su cabeza y se inclinaban con respeto mientras que las mujeres agitaban al viento sus pañuelos y los niños, contagiados por la alegría de los adultos, corrían contentos, lanzando al aire sus vibrantes gritos.
Todo el aparato palaciego había sido trasladado y el palacio veraniego era un hormiguero de gente de todos los estratos sociales, puesto que, desde el primer ministro hasta el más humilde de los sirvientes, se afanaban con los trabajos particulares de cada uno de ellos.
Y tampoco faltaba Fargan, el servicial jefe de policía, que, con sus guardias preferidos, se había convertido en el guardia personal del emperador, al que solo abandonaba en contadas ocasiones, cuando alguna persona hacía un gesto que le hacía entrar en sospechas. En estas condiciones, era de suponer que el pobre policía no tenía ni un solo momento para descansar. No conocía aquel lugar al que diariamente acudían jerarquías eclesiásticas, civiles y militares para saludar al emperador, y con tantas caras nuevas y tanto ajetreo, se le presentaba al hombre un verano nada envidiable.
A Vegetta le gustaba mucho pasear en su carroza a las afueras de la villa, y en más de una ocasión, había expresado su propósito de ir completamente solo, cosa que jamás conseguía, porque cuando menos se lo esperaba, Fargan y su inseparable compañero, Willy, aparecían entre los matorrales o detrás de un árbol, Ppara prevenir al emperador de un posible atentado, debido a que habían encontrado, no muy lejos de ahí, a un tranquilo cazador persiguiendo a su presa.
—Cuidado, Majestad —decía el jefe de policía, en tanto Willy los miraba con sus achinados ojos; era imposible saber hacia dónde estaba mirando, pues parecía que los tenía cerrados—, en este bosquecillo de la derecha hay un hombre muy sospechoso. Va vestido de cazador y lleva un arma, perdón que diga esto, pero puede ser un disfraz.
Vegetta sonreía, complacido, ante aquel exceso de prudencia y después de aceptar las disculpas de Willy por la interrupción, y de aconsejar a Fargan que se relajara, seguía su apacible paseo sin preocuparse más del asunto.
El coche que conducía a la duquesa Doblas y a sus dos hijos estaba a punto de rendir viaje, al alcanzar las primeras casas del centro de Karmaland. El cochero paró el carruaje en una plaza en la que había una fuente, con el fin de abrevar a los caballos y darles unos momentos de merecido descanso. Lolito se asomó por las ventanas del vehículo y sin pensarlo dos veces, se bajó antes de que pudiera hacerlo el conductor.
—Lolito, por dios, ¿a dónde vas? —preguntó su madre.
—Quiero darle de beber a los caballos, están muy cansados.
—Para eso están los cocheros —intervino nuevamente la mujer. Pero Lolito, llevado por sus impulsos, corrió hacia la fuente y cogiendo el balde de agua que llevaba un muchacho, lo llenó de agua y se lo dio a los sedientos caballos. la duquesa miraba asustada a su hijo. —Fíjate cómo te has puesto —exclamó y señaló el traje mojado en varios puntos.
—No te preocupes, mamá. Al sol, se secarán enseguida.
En aquel momento, un lujoso carruaje apareció por el lado opuesto. Un carruaje que fue rápidamente identificado por la madre de Lolito, quien bajándose del coche dijo:
—Ahí está mi hermana. —Rubén, siguiendo a su madre, se bajó y se paró a su lado, en tanto Lolito seguía en su labor. Cuando la gran duquesa vio a su hermana, mandó parar el coche.
—¿Qué sucede, mamá? —preguntó Miguel Ángel.
—Ahí está tú tía, la duquesa Doblas, que seguramente acaba de llegar.
La gran duquesa se apeó, ayudada por su hijo y extendiendo los brazos exclamó:
—¡Sabrina!
—¡Eleanor, cuánto me alegro!
Mangel se inclinó ante la duquesa:
—Beso vuestra mano, querida tía.
—Y yo te saludo con todo mi cariño, Miguel Ángel. —El joven príncipe entonces posó los ojos en su primo Rubén.
—Rubiuh, eres mucho más alto que la última vez que te vi.
—Y tú has madurado, Mangel. —Contestó sonriendo. El joven príncipe entonces se dio cuenta de que ahí también estaba su primo Lolito.
—¡Pero sí ahí está Lolo! —exclamó al tiempo que se apresuraba a acercarse al joven doncel. Ante la exclamación de su hijo, la gran duquesa Eleanor no pudo reprimir un gesto de sorpresa.
—¿Has traído a Lolito?
—Luego te explicaré los motivos.
Después de que Lolito saludara a su tía, él y Mangel se apartaron un poco de ellos y se miraron a los ojos. Negro contra verde.
—¿Te has acordado alguna vez de mí, Lolito? —el de cabellos naranjas se limitó a ver a su primo—. Veo que llevas mi sortija y no puedes imaginar lo feliz que me hace.
—Tú también llevas la mía —corroboró el joven.
—Nunca me la he quitado —afirmó Mangel. —Si tú no hubieras venido, yo lo hubiera hecho dentro de muy pocos días. Solo quería esperar la petición.
Lolito se sorprendió.
—¿Cuál petición?
—Por ahora es un secreto —Mangel le guiñó el ojo.
—Ay, dime —Lolito hizo un puchero, haciendo reír a Mangel, quien apretó las mejillas del menor, cubiertas de pecas. Aquello le hacía pensar que Lolito era como una fresa, y más cuando se ponía rojo.
—No, aún no te puedo decir. Sé paciente, Lolo. Lo sabrás pronto.
Mientras tanto, las damas mayores, al ver el intercambio entre estos dos jóvenes, platicaban. La verdad es que la presencia de Lolito no satisfacía mucho a la soberana.
—Es todavía un chiquillo, y, por tanto, travieso. Lo que nos obliga a no permitir que tome parte en ninguna recepción, manteniéndolo alejado de la sociedad, acompañado de una institutriz.
—Así se hará, querida Eleanor.
Pocos instantes después, al darse cuenta Mangel que su madre iba a partir, se despidió definitivamente de Lolito, prometiendo que se verían pronto, no sin darle antes un beso en la mejilla, beso que dejó a Lolito con un sonrojo que duraría aun cuando los dos coches se pusieron en marcha, alejándose en direcciones opuestas.
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𝒒𝒖𝒆𝒆𝒏 𝒐𝒇 𝒎𝒊𝒏𝒆
Фанфик𝒒𝒖𝒆𝒆𝒏 𝒐𝒇 𝒎𝒊𝒏𝒆 ✪ vegelito lolito nunca tuvo aspiraciones a la realeza, ese era trabajo de su hermano mayor, rubén. hasta que con su familia tienen que viajar al reino de karmaland para que rubén se case con el emperador s...