𝐈𝐈. 𝙀𝙡 𝙞𝙣𝙘𝙚𝙣𝙩𝙞𝙫𝙤 𝙙𝙚 𝙇𝙤𝙡𝙞𝙩𝙤

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Cuando la Duquesa Doblas recibió el documento de su hermana, tuvo una de las mayores alegrías de su vida, mezclada con una ligera preocupación. la leyó y releyó varias veces, hasta que presa de la alegría, llamó a su hijo Rubén.

—Rubén, hijo mío, ven aquí.

—¿Qué sucede, madre? Te veo emocionada —el mencionado llegó, al tiempo que su madre se levantaba, lo abrazaba y lo besaba varias veces. 

—Lee esto. —Le tendió el papel con el sello imperial. Los ojos de Rubén se ampliaban a medida que iba leyendo y una sonrisa se iba formando en sus labios. Cuando hubo terminado, apretó la carta contra su pecho, con los ojos en lágrimas y se lanzó a su madre en un abrazo.

—¡Qué dicha la mía, qué feliz soy!

—Ten en cuenta que solo se trata de un proyecto de mi hermana, la Archiduquesa y es imprescindible hablar con ella para saber a qué atenernos. sin embargo, creo que Samuel te hará objeto de su distinción y amor cuando te vea de nuevo. iremos a Karmaland.

Después de un rato de silencio, la preocupación volvió a asomarse en los ojos verdes del joven Doblas.

—Madre... pero... si la Archiduquesa me escogió es porque cree que soy un doncel y yo... no lo soy —susurró. La sonrisa de su madre desapareció.

—Siempre puedes decir que eres infértil —le ofreció como solución, ante eso, la alegría volvió al rostro del menor.

La Duquesa Doblas creyó oportuno no revelar el próximo compromiso de su hijo Rubén con el emperador Samuel, hasta no tener absoluta certeza de aquello. Pensó que era prudente que, incluso su propio marido, se desconociera la razón de su viaje a la residencia estival del emperador.

—Pero si vamos solamente nosotros, papá pensará que lo haremos por una causa determinada y no porque simplemente viajaremos. Lolito siempre nos ha acompañado y creo que debería hacerlo hoy más que nunca, para no levantar sospechas.

La madre de Rubén consideró acertadas las palabras de su hijo y mandó llamar al doncel de los cabellos naranjas, pero el joven, atarareado en aquellos instantes con el cuidado de los conejos, por lo que no acudió al instante. Su madre le volvió a llamar unas cuantas veces más hasta que por fin se dignó a acudir al llamado de su progenitora.

—¡Sí, mamá! ¡Ya voy! —luego se volvió hacia sus preciados conejos—: Más vale que se porten bien, chicos. tienen que portarse bien, no se peleen, hay suficiente comida para todos, ¿eh?

Partió rumbo a su madre; sin embargo, se detuvo varias veces, una para hablar con su padre, el Duque, quien había escuchado la charla de su hijo con los conejos. Otra vez más para ayudar a una de las criadas, quien se ofendió ligeramente por considerar la ayuda de Lolito como un insulto a su persona, llamándolo indirectamente vieja.

—Y bien, mamá, aquí me tienes.

—¡A que no lo sabes! —exclamó Rubén—. Samuel de Luque... 

—Samuel de Luque ha tenido la gentileza de invitarnos a su residencia de verano.

—¡En la capital de Karmaland!

—No me gusta Karmaland. —Su alegre expresión se tornó sombría.

—¿No te gusta Karmaland o la etiqueta? —Preguntó la duquesa.

—Ni una cosa ni la otra —exclamó Lolito, dejándose caer en el sofá. La duquesa y su hijo mayor se miraron, preguntándose si era necesario revelar al joven príncipe el verdadero alcance de aquel viaje, pero la mujer hizo un movimiento negativo al tiempo que se acercaba a Lolito.

—Vamos, hijo, siéntate bien y escucha. —Lolito se levantó y adoptó una postura más protocolaria—. Es conveniente que nos acompañes, pues ahí estarán tus primos Samuel y Miguel Ángel.

Al oír este nombre, por la mente de Lolito pasó aquel idilio sostenido con su primo, que había caído en el olvido sin darse cuenta. Sin embargo, ahora al pensar en Mangel —como le llamaban la gente más cercana a Miguel Ángel— se le apareció hecho ya un hombre. Cerró los ojos y le vio atendiéndolo, solícito como antaño, colmándolo de atenciones y regalándole, uno tras otro, inacabables ramilletes de rosas rojas, sus flores preferidas.

—¿Qué contestas? —preguntó su madre.

Lolito movió afirmativamente la cabeza y salió corriendo directo a su habitación. Ahí, después de abrir un cajón, sacó de entre las hojas de un libro, una rosa seca que contempló, extasiado y la acercó a sus labios. Se aproximó al amplio ventanal y su vista se perdió en el horizonte infinito. Cuando la duquesa y su hijo mayor se encontraron solos, su madre no pudo evitar adoptar un gesto de admiración ante la actitud adoptada por Lolito. Rubén explicó:

—El nombre de Mangel es lo que lo ha hecho cambiar de opinión. Ya sabes que cuando se conocieron, nuestro primo se llevó muy bien con él.

La duquesa sonrió al pensar en aquel idilio que ella conocía y que tal vez, de haber continuado, hubiese llegado a un fin completo. Por eso no le disgustó que su hijo Lolito, ante el recuerdo de Miguel Ángel, sintiera renacer, si no un amor, por lo menos una admiración hacia el hermano menor del emperador.

—Para no infundir sospechas —nuevamente la duquesa tomó la palabra— será mejor que nos instalemos en un hotel y no en el palacio. De esta manera, podremos acudir a las entrevistas tú y yo a solas.

Rubén asintió y de momento no se habló más del asunto, cuyo fundamento principal era un secreto entre madre e hijo. Hablaron de los preparativos y fijaron la partida para al cabo de unos días. La primavera se encontraba muy avanzada y el viaje se realizaría en los primeros días del verano.

Rubén estaba emocionado y la primavera le parecía, incluso, más hermosa. Y es que, en el corazón del príncipe, se abría también una primavera de amor, que se manifestaba en su rostro. Rubén no podía definir si estaba enamorado en realidad de su primo, el emperador Samuel, pero el gran honor que para él representaba la posibilidad de convertirse en emperatriz de Karmaland, lo hacía totalmente feliz.

También Lolito, al cambiar repentinamente de pensamiento, deseaba emprender pronto la marcha, pero mientras Rubén preparaba sus cosas hasta el más mínimo detalle para que no le faltase nada en el momento de su visita preliminar al palacio y a las entrevistas con el emperador, él amontonaba un montón de cosas que horrorizaron a su madre cuando las vio.

—¿Para qué quieres los artículos de pesca?

—Pues simplemente si me apetece ir a pescar.

—¿Y la cítara?

—Para hacer música —hizo una mueca de confusión.

—Lolito, hijo mío. allá no podrás comportarte como aquí, donde todos te conocen. No olvides que eres primo del emperador. Además, ¿qué pensará de ti Miguel Ángel?


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𝒒𝒖𝒆𝒆𝒏 𝒐𝒇 𝒎𝒊𝒏𝒆Donde viven las historias. Descúbrelo ahora