𝐗𝐈𝐕. 𝙇𝙖 𝙙𝙚𝙘𝙞𝙨𝙞ó𝙣 𝙙𝙚𝙡 𝙀𝙢𝙥𝙚𝙧𝙖𝙙𝙤𝙧

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Vegetta, al llegar al jardín, descubrió la grácil figura de aquel chico que le había robado el corazón, en un banco de mármol, como si estuviese meditando. Lo contempló por breves instantes y después se dirigió hacia él. Al escuchar el ruido de pisadas, Lolito levantó la cabeza.

—¿Qué pasa, Lolito? ¿Por qué te escapaste esta tarde?

—¿Hace falta una explicación? —preguntó, estrujando entre sus manos un delicado pañuelo de encaje.

Samuel se sentó en el banquillo, al lado de su primo, esperando que éste dijera algo. Pero pasaron unos instantes y el joven permaneció callado. Entonces Vegetta habló:

—¿Sabes, Lolo? Yo creo que el destino nos tiene preparado algo más allá de lo que han planeado nuestras madres. —El menor lo volteó a ver y nuevamente, ojos amatistas contra esmeraldas—. No puede haber sido casualidad que nos hayamos encontrado hoy, lejos de todo el protocolo del palacio...

—Por favor, Vegetta...

—¿No lo crees tú así? —preguntó el monarca—. Mamá quería que me comprometiera con uno de los hijos de tía Sabrina y créeme que nunca la he complacido con tanto gusto.

—Así debe ser... —susurró Lolito—. No puedes hacer otra cosa que seguir los consejos de tía Eleanor.

Vegetta sonrió serenamente y tomó una de las manos de Lolito:

—Te quiero, lolito. ¿Quieres ser mi esposo?

El joven, que hasta ese momento había sentido que las responsabilidades dejaban de existir, sintió un escalofrío y con el corazón adolorido respondió:

—No. Nunca.

—¿por qué no? —preguntó samuel, suave pero tristemente.

—¡Porque no quiero interponerme en la felicidad de Rubius! ¡Porque nunca le robaré el marido!

Vegetta, a cada palabra del joven, sentía su corazón latir con mayor rapidez, pues estaba convencido de que aquella personita que tenía a su lado le correspondía, a pesar de no aceptarlo. Era un acto de amor fraternal sublime que llegaba a lo más profundo de su ser.

—Pero, lolito —dijo Vegetta con vehemencia—, ¡Sé razonable! En primer lugar, no le estás quitando el marido a Rubius, porque no soy su marido y, en segundo lugar, no te interpones en su felicidad, porque yo no sé si es felicidad estar casado conmigo. Claro, soy el emperador, señor de un país poderoso, pero hay peligros acechando y me tomo en serio mis deberes... no tendría mucho tiempo para mi mujer... —hizo una pausa para mirar el rostro de Lolito—. a pesar de todo esto, Lolito, yo sería feliz si tuviera a mi lado a un doncel como tú. ¿No te acuerdas de lo que te dije aún antes de saber quién eras? Debía ser como tú, debía tener esos ojos, esa boca...

—Por favor —lo cortó el príncipe—, para, si no quieres que me olvide de toda etiqueta y me vaya corriendo de aquí.

—Lolito, ¿quieres ayudarme a soportar esta carga?

—No, Vegetta, ya te lo he dicho, no quiero interponerme en el camino de mi hermano.

—¿Y si no existiese Rubius?

—Pero existe y yo le quiero mucho y no sería capaz de hacerle daño —lo miró a los ojos—. Y él te quiere, me lo ha dicho.

En ese momento, la gran duquesa Eleanor apareció de improviso y caminó resulta hacia la pareja.

—Hijo, me gustaría hablar contigo.

—Claro, madre. —Se levantó—. Perdona, Lolito.

El emperador y su madre desaparecieron en el interior del palacio y Lolito pudo dar rienda suelta a sus lágrimas. Al entrar en el gran salón de fiestas, el emperador se vio obligado a dejar a su madre para cumplimentar a los altos miembros del ejército. La duquesa Sabrina aprovechó esos momentos para acercarse a su hermana:

—¿No te parece que Samuel se ocupa muy poco de Rubén? Yo creí que abrirían el baile juntos.

—Mi hijo —replicó su hermana— siempre baila primero el cotillón y estoy segura de que lo bailará con Rubén. Por lo demás, no te preocupes, todo irá según mis deseos.

Sabrina se sintió contenta y halagada por las palabras de su hermana, a la que dejó seguidamente, porque Samuel se dirigía hacia ellas. Rubius interrogó con la mirada a su madre, quien, como ignorando las palabras de su hermana, le dijo:

—Estás muy guapo. Ya ves que todos te miran con admiración —luego le susurró con tono confidencial—: claro que ya saben lo que ocurre.

—Lo he notado, mamá.

—Tía Eleanor ha dicho...

—¿Qué ha dicho? —le cortó con viveza su hijo.

—Ha dicho que Samuel bailará contigo el cotillón.

—Tenía esa esperanza, mamá. Me lo he figurado.

—Y al mismo tiempo anunciarán el noviazgo.

Mientras tanto, la duquesa Eleanor se había reunido con su hijo, el emperador, en su lindo gabinete. Se sentaron en mullidos sillones y mientras esperaba que su madre dijera algo, Vegetta sacó un cigarrillo, lo encendió y empezó a fumar.

—Querido Samuel, sería tiempo de anunciar tu compromiso.

—De acuerdo, mamá.

—¿Estás decidido?

—Sí, estoy totalmente decidido.

—Mucho me alegro, hijo mío —ella le tomó la mano cariñosamente—, porque así podré anunciar inmediatamente tu compromiso, aunque ya todo el mundo se imagina que te vas a comprometer con Rubén.

—Mamá —habló de nuevo Vegetta—, te he dicho que estaba decidido, pero no es por Rubén, si no por Lolito.

La emperatriz levantó la cabeza con rapidez: —¿Por Lolito? ¿No he oído mal?

—No, mamá. Lo has entendido bien. Me he decidido por Lolito.

—¿Sabes lo que estás diciendo? —se alarmó la gran duquesa.

—Exactamente, mamá. —Respondió Vegetta con toda tranquilidad.

—¿Cómo te vas a casar con ese chiquillo de apenas dieciséis años, maleducado...? —preguntó con la voz temblándole ligeramente.

—Lolito —la cortó— será un rey como ningún otro.

—En el mal sentido —dijo su madre con decisión.

—En el mejor sentido. Él es el encanto en persona, su encanto es un arrebato como no lo imaginé nunca. Lolito es un tesoro y no permitiré que nadie me lo quite. mi decisión es firme y lo siento por ti, madre, me caso con Lolito o no me caso. Y te ruego que le pidas la mano de Lolito a tía Sabrina, con mi tío ya lo haré personalmente.

—¿Me colocas ante un hecho consumado?

—También tengo que poner a Lolito ante un hecho consumado, y lo siento de veras, madre, porque es la primera vez que no compartimos la misma opinión.


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𝗾𝘂𝗲𝗲𝗻 𝗼𝗳 𝗺𝗶𝗻𝗲   ──── vegelitoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora