Capítulo X: El reencuentro

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¿Acaso existe escapatoria a tu destino? Me preguntaba una y otra vez sin encontrar una respuesta clara. Habían pasado varias semanas desde la última vez que conversé con Alicent, decidí darle el espacio que pedía. Lo que ella no sabía es que desde lejos la observaba, siempre verificaba con sus nodrizas que ella hubiese comido y que estuviera bien en lo que cabe. Les pedía que abrieran un poco las cortinas para que al menos un rayo de luz penetrara la habitación. Me sentía tan culpable por todo lo que había pasado, pero más allá de culpa, comprendí que por más que estuviese con otras personas, o que me casase o me fuera a vivir a Rocadragón, el recuerdo de nuestro amor y de las noches que pudimos compartir juntas prevalecía inmanente en mi corazón.

 Me sentía tan culpable por todo lo que había pasado, pero más allá de culpa, comprendí que por más que estuviese con otras personas, o que me casase o me fuera a vivir a Rocadragón, el recuerdo de nuestro amor y de las noches que pudimos comparti...

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No podía comprender cómo había herido de tal manera a la persona que más quería. La pérdida del bebé de Alicent, sumada a la animosidad que se había estado asentando en nuestra relación rumiaba mi cabeza permanentemente. Me preguntaba si hubiese hecho o dicho las cosas de manera diferente si hubiese cambiado el resultado de todo este desastre. A pesar de que la última conversación que sostuve con Alicent, y siendo consciente de nuestra separación, no podía evitar pensar en ella y recordar aquellos momentos en los que fuimos felices. Quizás ella también encontraría refugio en nuestros recuerdos, eso me gustaría pensar.

***

Los días y los meses corrían deprisa y mi boda era de lo único que se hablaba en el castillo, a nadie le importaba la pérdida del bebé de Alicent ni el hecho de que su padre no fuese la mano del Rey. Al final del día, la frivolidad siempre gana la partida. Los chismes alrededor de la boda era lo único que parecía avivar los ánimos del Fortaleza Roja. Es increíble como algunos sirvientes o incluso allegados de la corte despilfarraban mi imagen sin más. La sexualidad de mi próximo marido parecía ser el ingrediente principal de las habladurías. Esto sumado a las escenas sórdidas que se escuchaban acerca de las proezas homoeróticas entre él y Joffrey Lonmouth, el caballero de los besos, causaban revuelo entre todos.

Fue durante esa época, que mi padre asignó una nueva nodriza para ser parte de mis sirvientes, su nombre era Lyana y aunque hacía su trabajo con gran dedicación, podría asegurar que el esfuerzo que le dedicaba a la limpieza era directamente proporcional al esfuerzo que le daba a escuchar las conversaciones ajenas y chismorrear. Al principio me parecía una cualidad muy odiosa, pero con el tiempo me divertía mucho escucharla, incluso cuando el rumor en cuestión me involucrara a mí. Nos fuimos haciendo amigas al punto de que siempre esperaba su llegada y le pedía a las otras nodrizas salir para poder hablar a solas con ella.

-Princesa, hoy le tengo un nuevo chisme.

-Lyana, nunca decepcionas...

-Ay Majestad, yo me disculpo por tener esta naturaleza tan viperina, pero los dioses me hicieron así y uno no debe desafiar los designios que ellos han dado.

-No lo dudo. ¿Qué ha pasado en el castillo esta vez?

-Princesa, la pregunta no es el qué, la pregunta es el quién y hoy vengo con muchas noticias.

Canción de oro y plataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora