Capítulo IV: Deseos concupiscibles

2.1K 148 42
                                    

No entendía cuál era el propósito de Alicent de dejarme sus pequeñas notas en mi habitación o cómo intentaba con cualquier excusa buscarme. Sentía que a pesar de que no hubiésemos conversado acerca de lo que sucedió, los hechos hablaban más fuerte de lo que quisiera escuchar. No sólo sentía rabia y dolor, también me embargaba la tristeza, me desesperaba ese sentimiento, no quería sentirlo, intentaba de cualquier manera alejarlo de mí, quizás por eso tampoco quería volver a ver a Alicent, o al menos no en ese momento.

La rutina en el castillo me aburría muchísimo por lo que en algunos momentos decidía irme con Syrax a explorar nuevos territorios, mientras montaba el dragón sentía que todo era tan pacífico, el poder sentir el viento en mi cara y simplemente ver la colcha de retazos que parecían esbozar las montañas. Había algo de especial en ello, quizás la contemplación de la insignificancia de la vida o de cómo los humanos tan sólo éramos granitos de arena en comparación a la majestuosidad del universo.

Regresar al castillo era mi perdición, me recordaba mi terrenalidad, y por lo tanto, mis dolores humanos. Así Alicent no se diera cuenta, a veces la miraba con mi entre ojo, por más que quisiera no podía ignorar su presencia o su olor. Me desconcentraba mucho estar en la misma habitación que ella, sentía rabia conmigo misma porque así fuera que Alicent hubiese hecho algo despreciable al no contarme lo del matrimonio, al mismo tiempo deseaba tenerla otra vez, me llenaba de lascivia lo cual me frustrada terriblemente al no poder cumplir estos deseos. La odiaba y la deseaba al mismo tiempo, ¿cómo pueden subsistir dos sentimientos opuestos en uno mismo?

Con el tiempo, y en parte gracias a la desidia, empecé a hablar más y más con Sir Criston Cole, me trajo gran alegría el sentir que podía tener a un amigo. Me gustaban mucho sus historias, encontraba interesante su experiencia práctica en la guerra y cómo él sí poseía la libertad que yo tanto pretendía. Después de todo, al haber nacido en una familia relativamente de baja casta le permitía elegir su destino, no cargaba sobre sus hombros el peso de la obligación de reinar. Quizás muchos fantasean con esto, pero la verdad es que una vez que eres gobernante tu vida no te pertenece, ni tu privacidad, y al ser mujer el escrutinio es aún más incisivo.

En parte, me gustaba mucho que Sir Criston no me trataba como una damisela en apuros, sino que me veía como un igual. Incluso, y sin que mi padre lo supiera, él me había enseñado a luchar y a empuñar la espada, lo que no sabía en ese momento es que estas habilidades me servirían de mucho en el futuro. Al verlo en retrospectiva, es considerable la gratitud que le debo a Sir Criston, él me enseñó muchas cosas, pero más que nada, sentía gran respeto y admiración por la amistad que me brindaba.

***

Recuerdo la noche de la celebración de cacería de mi padre, inesperadamente, Alicent se escabulló a espiarme en mi habitación mientras cambiaba mi ropa. Me dio tanta ira este acto, no quería hablar con ella, no quería que afloraran mis sentimientos desmedidos, ni mucho menos mis pasiones, aunque el tiempo había pasado, yo aún no podía resolver mis conflictos internos y tampoco quería desentrañarlos. Me sentía conforme con simplemente obviarlos y buscar mecanismos de distracción, pero cuando vi a Alicent tan mal y aferrarse a mi vestido con tanta desesperación, mi corazón no pudo más.

Siento que si me hubiese quedado un momento más con ella, me hubiese quebrado por dentro y le hubiese dicho con desesperación cuánto la amaba todavía o cuánto deseaba estar con ella o cómo me sentía tan confundida y celosa de saberla con mi padre. Me estaba volviendo loca, me preguntaba si ellos se habrían acostado, estaba segura que no porque las damas no pueden ser "mancilladas" antes del matrimonio y hasta probablemente le harían una prueba de virginidad, pero mi mente se imaginaba de todas maneras escenarios horribles en los que mi padre tocase a Alicent. Me sentía acorralada, llena de estrés y extrañamente frustrada.

Canción de oro y plataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora