Nunca me gustaron las cosas de princesas. Recuerdo a menudo sentirme fastidiada al saber que tenía que usar vestidos suntuosos y llenos de capas que imposibilitarían mi movilidad. Montarme encima del dragón o simplemente correr se volvía una tarea dificultosa. Si me preguntan, siento que nunca debí nacer una princesa, lo mío siempre fue ser un caballero, incluso hasta la fecha, sueño con la libertad que me daría el poder pelear por mis propias causas y amar a la doncella que escogiese, pero no, tenía que nacer siendo la princesa Rhaenyra, y nada más y nada menos que de la casa Targaryen. El peso de la paz de los reinos recaía en mi familia, siempre se me fue inculcado desde niña que todo lo que hiciese repercutiría directamente en la imagen pública de la casa, cada momento, cada espacio, tenía que cuidar lo que decía, lo que hacía.
Pienso que cuando tu vida no te pertenece, es común encontrar consuelo en la imaginación, es por esta razón por la cual siempre disfruté de las historias de caballeros, sobre todo si era Alicent quien las leía para mí. Parece una eternidad desde que la conozco, prácticamente aprendí a leer con ella a mi lado, creo que siempre hubo una buena disposición entre ambas. Es decir, probablemente, al ser yo la princesa del Reino, ella intentaba fervientemente agradarme, pero la verdad es que, así no lo intentara, siempre me sentí atraída hacia ella. Quizás era un tema entre la contraposición que existía en nuestras personalidades, pero me encantaba estar con ella, yo siempre fui la extrovertida e iniciadora de las cosas, mientras que ella tendía a ser un poco más tímida, siempre midiendo sus palabras y siendo la voz de la conciencia.
Mi vida estaba rodeada de personas que escondían sus intereses, pero Alicent parecía tan dulce e inocente. Creo que mi amor por ella en vez de desvanecerse con el tiempo, se fue acrecentando, nos veíamos todo el tiempo, pero nunca me sentí cansada de ella. Quizás de eso se trata el amor, de la sensación de querer repetir, incluso los momentos aburridos con una persona. Solo sé que así nos sentásemos bajo el sauce a leer o simplemente ella me acompañara mientras me encontraba en la tina, su mirada tímida y dulces palabras me conmovían. Sentía un deseo muy grande de cuidarla y protegerla, pero por más escenarios que hiciese en mi cabeza, nunca me imaginé lo que pasaría entre las dos.
Si me esfuerzo en pensarlo, creo que podría encontrar muchas ocasiones en las que sentí que no era solo yo la que albergaba sentimientos más allá de una amistad. Quizás estuviese volviéndome loca, pero era la manera en la que nos mirábamos con tanta complicidad, o cómo ella siempre al caminar volteaba la mirada para verificar que yo estuviese a su lado, la manera en la que al sentarse al lado mío recostaba suavemente su rodilla o cómo respondía a mis ocurrencias con paciencia y cariño. Para mi Alicent era mi compañera de vida, imaginar que eventualmente tendría que separarme de ella era algo impensable y doloroso, puesto que no existía en mi mente ni en mi corazón la posibilidad de una vida sin ella.
No sé cómo al ser tan contrarias nos compenetrábamos tan bien. Solo sabía que de un tiempo para acá, todos mis sueños ya no eran míos, sino que le pertenecían a ella. En el día pasaba mis tardes con ella, pero solo los dioses sabrán que en las noches en lo único en lo que podía pensar era en ella y en la vida que tendríamos juntas. Al principio pensé que era algo tierno y que podría esconder mis sentimientos, pero cada día que pasaba, mi amor por ella se mezclaba con deseo y ahora no solo soñaba con la nuestra vida juntas, sino que imaginaba su cuerpo desnudo a mi lado, cómo lo besaría y todas las cosas que solo eran permitidas entre doncellas y caballeros. ¿Qué me estaba pasando? ¿Cómo me atrevía a contemplar una vida entre dos chicas? ¿Sería posible esto?
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Canción de oro y plata
Fiksi PenggemarLa historia inédita del amor entre Rhaenyra y Alicent.