Capítulo 13

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El viento se cuela con fuerza por la ventanilla del coche, enmarañando mi melena y provocando que cierre los ojos en más de una ocasión. Necesito eso: el aire chocando contra mi cara, despejando ligeramente mi notable dolor de cabeza.

—Ha sido horrible —repito por enésima vez. Yon me acaricia la nuca, y aunque no lo veo sé que me pide perdón con la mirada—. No vuelvo a ir a una comida de estas.

Durante las tres horas que hemos pasado con sus padres, comiendo y haciendo de mediadores para intentar que lleguen a un acuerdo, solo han habido gritos y malas palabras. A mitad de la comida he empezado a encontrarme mal, y cada minuto que pasaba intervenía menos; dejar a Yon con la plena responsabilidad de calmar las aguas entre sus progenitores ha sido la única opción, pero no por ello la correcta. Después de eso, todo ha ido a peor: Yon ha acabado discutiendo con ambos, y la situación ha acabado conmigo por completo.

—Lo siento, enana —besa el dorso de mi mano—. Te invito a cenar para compensarte.

Una náusea se apodera de mi cuerpo y desencadena un malestar en el estómago.

—Dejate de cena, solo quiero meterme en la cama.

Yon no dice nada más, y cierro los ojos para intentar controlar las ganas de vomitar que van creciendo en mi interior a cada curva que tomamos.

Cuando por fin llegamos a casa, me tomo una pastilla para la migraña antes de tirarme en la cama, mientras Yon cierra la persiana y la puerta para que esté más tranquila. A pesar de que duermo dos horas seguidas y me despierto sin saber en qué año vivo, el dolor de cabeza ha cesado, y un hambre voraz se ha instalado en mi estómago provocando más de un sonido poco agradable.

—Amor, igual sí que me apetece ir a cenar —grito desde el final del pasillo.

No recibo respuesta. Avanzo por el pasillo hasta que un olor delicioso llega a mis fosas nasales, aspiro nuevamente para deducir que es algo gratinado. ¿Macarrones? ¿Pizza? Asomo la cabeza por el marco de la puerta para descubrir a Yon preparando uno de mis platos favoritos: galets con tomate y queso gratinado. Mi padre nos hacía ese plato cuando éramos pequeños a Ainhoa, a Teo y a mí. Nos encantaban. A mí aún me encantan. Un día se lo enseñé a Yon, y a pesar de que le gustaron, no los habíamos vuelto a hacer.

—¿Cómo estás? —retira un mechón de pelo de mi cara y lo coloca suavemente tras mi oreja—. ¿Se te ha pasado el dolor de cabeza?

Asiento suavemente mientras sigo mirando esa fuente de comida.

—Eso tiene muy buena pinta.

—Sabía que te despertarías con hambre —besa mi mejilla—. Pero no tenía claro si querrías salir a cenar, así que te he hecho tu plato favorito, para agradecerte todo lo que has hecho hoy por mi familia.

—No te iba a dejar solo —me encojo de hombros.

Me besa la frente.

—Gracias, en serio.

—Gracias a ti por esto —señalo la bandeja llena de comida—. La invitación a cenar se aplaza, no se cancela, ¿no?

Yon sonríe mientras niega con la cabeza.

—Eres una glotona —empieza a hacerme cosquillas—. Otro día salimos a cenar.

Coge la bandeja recién salida del horno, con los guantes de cocina, y me hace un gesto para que me aparte.

—¿Saco cubiertos?

—No hace falta, la mesa ya está puesta.

Al mirar por el ventanal que da al balcón, veo que ha puesto y tendido una lavadora, y a juzgar por cómo estaba el baño, debe haberlo limpiado.

Yon es un regalo: sabe hacer de todo, y no le importa tener que tirar del carro en alguna ocasión. Sé de otros que hubieran pasado la tarde sin hacer nada, ¿para qué dar el 100% si pueden dar otro día el 50%? Yon, por suerte, no es así, y yo tampoco.

Bigotes nos acompaña durante la cena: sentado en una silla, al lado de Yon, observándonos sin decir nada.

—¡Casi se me olvida! Los del trabajo me han dado un vale de dos por uno para hacer un bosque vertical.

Le miro con una ceja enarcada.

—¿Qué es eso?

—Es un circuito entre árboles. Hay tirolinas, has de pasar por puentes colgantes, cuerdas...

Suena entretenido e interesante, no sé si se me dará especialmente bien, pero a Yon parece hacerle ilusión.

—Podríamos probar si te apetece.

—Sí, seguro que es muy divertido, y con el vale se nos queda a muy buen precio.

Por ahora abandono la idea de hacer el mono y me centro en la espectacular cena que me ha preparado mi novio. Pues ninguno de las imágenes que se me vienen a la cabeza son agradables: en todas acabo haciendo el ridículo de manera espantosa.

Más allá de tu ausenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora