Capítulo 15

651 44 5
                                    

Adoro la Navidad, más aún desde que estoy con Yon. Soy como una cría de cinco años: espero con ansia el momento de abrir los regalos. Salgo al comedor entusiasmada. Un abeto de plástico de metro y medio con las puntas nevadas adorna una de las esquinas de la estancia, decorado con varias bolas y guirnaldas de diferentes tonos azulados y coronado por una estrella fugaz con purpurina plateada; los seis lazos pomposos, del mismo color que la estrella, le dan un toque más festivo. Yon se ha tomado la molestia de levantarse antes para encender las luces que envuelven el árbol en forma de espiral. Yo misma ayudé anoche a Yon a colocar los regalos bajo el árbol, aún así me emociono al verlo.

—Bigotes primero —Yon coje al animal mientras busco sus regalos—. ¿Tres? ¿No le habíamos comprado dos cosas?

Yon ríe ante mi asombro.

—Creo que Papá Noel quería sorprenderte.

Sonrío como una tonta. Yon es encantador, y muy detallista.

—Por un momento he vuelto a tener seis años —me río—. Esperaba regalos, pero nunca sabía cuántos ni qué serían.

Bigotes huele el papel de regalo y le da un par de golpes con la pata, pero no saca las uñas. Esperaba que lo rasgara el mismo.

—¡Latitas de las que te gustan! —exclama Yon mientras Bigotes empieza a ronronear y a restregarse contra una de las latas—. Te tienen que durar, así que solo una por día.

Me mira a mí mientras dice esto último, sabe que le consiento demasiado y la tentación de ponerle comida húmeda dos al día a veces puede conmigo. Pongo los ojos en blanco mientras intento llamar la atención de Bigotes, al parecer el segundo regalo no le interesa. Sus pupilas se agrandan en cuanto muevo el juguete nuevo: una rata con plumas como cola, un cascabel y catnip en su interior. Yon me deja abrir el regalo sorpresa: una caña de plumas.

—Dos juguetes nuevos en un día, ¡qué suerte Bigotes! —contesta con un maullido y se vuelve a refregar contra las latas, dejando claro que quiere desayunar—. Primero deja que abramos nuestros regalos, gordito.

Le paso a Yon sus dos regalos perfectamente envueltos, y él me ofrece otros dos paquetes: uno ha intentado envolverlo, el otro directamente viene en una bolsa decorada. Le miro y me río, él me da un pequeño pellizco en el muslo.

—Si te ríes, el año que viene no tendrás regalos.

Cuando Yon ve el juego que tanto quería, y que salió hace a penas dos días, sonríe de oreja a oreja.

—¿Cómo lo has conseguido? ¡Lleva meses agotado! Y fué prácticamente imposible conseguir una reserva en preventa.

—Lo sé —digo con orgullo—. Raquel conoce a un chico que trabaja en una tienda de videojuegos, y le pidió que me reservara uno.

Yon me da un beso mientras sigue con su sonrisa tatuada en el rostro.

—¿Puedo saltarme la reunión familiar de hoy y de mañana?

No me queda claro si bromea, así que me apresuro a negar con tono muy serio.

Me alegra ver que Yon se ha anotado las cosas que le he ido diciendo que necesitaba o quería. Uno de mis regalos es un pijama extremadamente peludito y suave, este piso es tan grande como frío, y se nota mucho en cuanto se pone el sol. El segundo regalo son unos botines negros, con un pequeño tacón de cinco centímetros, adornado con dos trenzas del mismo color y una cadenita plateada alrededor del tobillo.

—¡Los voy a estrenar hoy mismo! —aseguro—. Me pondré el vestido negro de cuello

El otro regalo de Yon es una camisa de felpa. Siempre se queja de que tiene que ir elegante en estas fechas y pasa frío por culpa de lo finas que son las camisas. Por suerte para él, encontré camisas con estampados diversos, de felpa pero elegantes.

—Tengo que reconocer que te has coronado —hace una especie de reverencia—. Odio tener que llevar camiseta interior, o una térmica, debajo de la camisa. Es bastante incómodo.

Bigotes vuelve a maullar, insistente, mientras mira las latitas.

—Lo sé. Muchísimas gracias por los regalos —le doy un beso y me levanto del sofá. Me da un cachete en el culo—. Voy a ponerle el desayuno —cojo una de las latas de comida húmeda—. Vamos gordito.

El animal maúlla una vez más y salta del sofá, me sigue a la cocina y de un salto llega a la encimera, donde empieza a ronronear mientras me da cabezazos en el antebrazo derecho.

—Eres un impaciente —Yon sonríe mientras nos observa—. ¿A qué hora tenemos que estar en casa de tus padres?

—Me gustaría llegar sobre las doce, para darles los regalos con calma y ayudarles a preparar el picoteo y la mesa.

Yon mira el reloj que descansa en su muñeca.

—Ya puedes ir a ducharte, tienes menos de una hora para prepararte.

Me horrorizo y compruebo que no miente.

—¡Mierda! Pensaba que era más temprano. ¡Y me he de planchar el pelo! —me estreso y salgo corriendo al baño—. ¿Tú también te has de duchar?

—Tranquila, yo me ducho en cinco minutos.

Conseguimos salir con tan solo quince minutos de retraso. Ya en la carretera llamo a mi padre para informar que estamos de camino. Me tranquiliza saber que han madrugado y tienen todo preparado, así que solo queda montar la mesa, podremos darnos los regalos con calma.

Mi prima Valeria ha roto y vuelto con su novio, Eiji, hasta cinco veces, así que no me sorprende verla sola. El que sí que trae acompañante, sorprendentemente, es mi tío, hace siete meses que sale con una mujer y nos la quería presentar. Según parece, Valeria no se lleva muy bien con Lina, la actual pareja de su padre, y no hace ademán de disimularlo. Irina, por contra, la trata como si la conociera de toda la vida. Imagino que ese es el motivo por el que mis primas parecen estar enfadadas entre ellas.

—Cuando no es mi madre, son mis primas, la cuestión es no tener unas Navidades tranquilas.

Y cuando creía que ya nada iba a poder sorprenderme, aparece mi hermano con Asher sentado en su antebrazo izquierdo y tres bolsas cargando del derecho.

—¿No vas a saludarnos?

Sigo petrificada con la mano izquierda en el pomo de la puerta cuando mi madre pasa como una flecha por mi lado y roba al crío de los brazos de Teo para entrar al comedor anunciando a gritos la presencia de su nieto. Mi hermano me dedica una sonrisa torcida y me aparta para cerrar la puerta.

—¿Ana te ha dejado al niño en Navidad?

—El resto de las fiestas lo tendrá ella, le pedí permiso porque es el único día que nos reunimos todos —se hace el silencio durante varios segundos—. Por cierto, dijo que estás a cargo de que no le pase nada a Asher. El máximo responsable soy yo, obviamente, pero si no se hacer algo bien tienes que intervenir.

Pongo los ojos en blanco.

—El niño ya tiene un año, dudo que haya algo que no sepas hacer. Ya no necesita biberones ni que le saques los gases —hago incapié en lo que peor se le ha dado en cuanto al cuidado de su hijo.

—¿Por qué te ha sorprendido tanto que apareciera con el niño?

—Porque el veintidós cenamos todos juntos y el veintitrés, por el cumple de Asher, merendamos en su casa. ¿Quién iba a pensar que tan solo dos días después te dejaría volver a verle?

Mi hermano se encoge de hombros.

—Tienes mucho que agradecerle a Leo —interrumpe Yon dirigiéndose a Teo—. Todos sabemos que si dependiera únicamente de Ana, Asher no estaría aquí hoy. De ahí que tu hermana esté sorprendida.

Desde el minuto cero, el niño se convierte en el centro de atención, y parece que mágicamente todo el mundo olvida las desavenencias. Miro la estampa que se ha creado en el comedor y sonrío: ahora sí que parecemos una familia en Navidad.

Más allá de tu ausenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora