(Lidia)
Cuando llegué al colegio, la Nacha estaba sentá con el Alonso, así que me fui a sentar a una de las últimas mesas sola a la espera de mi amorsh.
El Fede llegó cinco minutos después de que tocaron el timbre. Cuando entró a la sala no me encontraba, así que los sapos de mis compañeros le avisaron que yo estaba atrás. Todos estos culiaos saben que estamos juntos hueón.
─Hola, hermosa dama. ¿Me puedo sentar con usted?
Me reí
Era tan hueón mi futuro pololo... por eso lo quería tanto.
─Tome asiento, caballero ─le respondí.
Se sentó y me quedó mirando.
─¿Qué? ─le pregunté.
─Sabí que tengo los labios helados. Hace caleta de frío afuera.
─Sí, está súper helado.
Sabía que él quería que le diera un beso, y yo tampoco me aguantaba las ganas de dárselo, pero quería jugar un poco.
─Por eso el contacto humano es súper importante. Hay que estar bien abrazados con las personas que queremos ─siguió diciendo.
─Sí po, obvio.
─Hay que mover los músculos de los labios para no congelárselos.
─Lo mejor para eso es comerse... unos ricos chicles ─dije con doble sentido.
─Comerse... los chicles del compañero de al lado es lo mío.
─Lo mío también. Pero tú no tení chicle, ¿cierto?
─A ver... ─metió la mano en su bosillo─, sí, tengo uno, pero tú cachai que ser caballero no es lo mío, así que me lo voy a comer yo ─se lo echó a la boca─. Me gustaría compartirlo contigo, pero ya me lo comí.
─Voy a tener que quedarme con las ganas.
─Sí po. O si querí podí... no sé, tú sabí ─me guiñó un ojo.
─¡Ya, alumnos! ¡Silencio! ─habló el profe de música─. Voy a anotar una canción en la pizarra. Supongo que todos trajeron sus instrumentos, ¿o no?
─Yo siempre ando con mi instrumento ─comentó el Fede y me guiñó un ojo.
Conchetumare, me excité.
─¿Quién no trajo instrumento musical? ─preguntó el profe.
El Fede levantó la mano.
─Pensé que siempre traíai tu instrumento ─me burlé.
─Obvio, no me lo puedo cortar. Lo que no traje es instrumento musical, tú cachai, la flauta, guitarra, metalófono.
─Sí po, sí cacho.
─Vengan a buscar flautas acá adelante ─dijo el profe.
─Al toque vuelvo, no me extrañí ─me guiñó un ojo.
Estaba empezando a pensar que el Fede tenía un serio tic en el ojo.
En lugar de hacer la fila, lo vi haciendo vida social, hasta que era su turno y el muy gil no se había dado ni cuenta.
─Ya po, Federico─lo retó el profe─, avíspate, andai como en las nubes.
─El amor lo tiene así, profe ─gritó el Joaco.
Todo el curso empezó a molestarlo.
─¿Estai enamorao', Fede? ─le preguntó el profe.
─Hasta las patas, profe. Esa mujer ─me apunto─, me robó el corazón.