Después de pasar toda la tarde con el Fede, él decidió ir a dejarme a mi casa caminando por el camino más largo.
─Debo tener caleta de llamadas perdidas ─comente.
─No debiste apagar el celular.
─No quería hablar con mi papá.
─Lidia, aunque a ti te duela, esto algún día iba a pasar.
─Sí sé, si está bien que pololee. Lo que me dio rabia es que no me haya contado, y más encima que la lleve a nuestra casa, y le sirva vinos de su colección especial, y por último, la vieja era entera... maraca, zorra, plástica, metiche, pesá, y todos los adjetivos horribles que existan.
─A lo mejor ella no es tan así como tú pensai... Tení que conocerla primero.
─Puta, apóyame a mí po, si yo soy tu polola ─me crucé de brazos.
─Ya, no se enoje ─me habló como si fuera una guagua.
─Pero apóyame po, es tu deber.
─Weno ─me dio un beso en la mejilla.
─¿Y sabí qué más me dio rabia? Que la vieja hueona metiche le dijo "déjala sola, se le va a pasar" y entonces el muy pavo de mi papá le hizo caso y no me siguió.
El Fede iba a decir algo, pero lo interrumpí.
─Pase lo que pase, tú siempre tení que seguirme. El consejo de "déjalo ir, si vuelve es tuyo, si no vuelve nunca lo fue" es falso. ¿Sabíai? ─aclaré.
─No querí ná tú. ¿Y qué pasa si tú las cagai y yo me voy? ¿Me vai a seguir?
─El hombre sigue a la mujer, no la mujer al hombre ─le saqué la lengua.
─Qué feminista tú... ¿Te digo algo?
─¿Me estai pidiendo permiso para decirme algo?
─No. Te lo digo igual: me encanta verte coqueteándome y no llorando.
─Lindo ─le besé el brazo─. Igual "coqueteando" ya pasó de moda.
─Decir que te estai "pelando" conmigo, suena mal.
─Nunca me he pelado contigo, Fede.
─Ya, sí claro.
─Oye, hablando de peladas... ¿La colombiana no te ha molestado más?
─No.
─¿Por qué tan cortante?
─Me da pena esa cabra... Es buena persona.
─Sí, súper buena ─me subí el cuello del chaleco para taparme la boca y miré al frente.
─Enojona.
─No me enojé. Tengo frío.
─Entonces abrázame.
El resto del camino nos fuimos abrazados y en silencio.
Cuando llegamos a mi casa materna, el auto de mi papá estaba afuera. ¡Iba a quedar la media cagá!
─Está mi papá. No quiero entrar ─apoyé mi cara en el pecho del Fede y cerré los ojos.
─Te diría que durmierai en mi casa, pero no podi.
Levanté la cabeza.
─Pero sí quiero.
─A los dieciocho.
─Te cobraré la palabra.
─Bueno.
─Voy a entrar ─suspiré. Estaba temblando por los nervios.
El Fede tomó mi cabeza con sus manos.
─Todo va a estar bien, ¿ya?
Asentí. Me dio un beso y lo siguiente que supe es que estaba metiendo la llave en la cerradura. Apenas entré, mis papás se pusieron de pie y mi abuela se quedó sentada. Estaban los tres mirándome en silencio, esperando que yo dijera algo.
─¿Qué hace él aquí? ─le pregunté a mi mamá.
─¡Ya, Lidia, córtala! ¡Te estai comportando como una cabra chica! ¡Tení dieciséis años, compórtate como una persona de tu edad! ─me retó mi papá.
─¡Tú compórtate! ¡Vai a llegar a los cuarenta años y todavía andai pololeando como si fuerai cabro chico! ─le grité.
─¿Y acaso no puedo rehacer mi vida? ¿Tengo que pedirte permiso a ti?
─¡Ah, no sé, no me interesa! Chao ─iba a subir la escalera pero mi papá no me dejó pasar.
─Lidia, no puedo creer que seai tan malagradecida, después de todo lo que he hecho por ti...
Empecé a hacer un puchero como ahueoná.
─No fue mi culpa nacer ─se me cayeron unas lágrimas que sequé al toque─. ¡Me abandonaste por esa vieja!
─¿Cómo que te abandoné?
─¡Vení con suerte los domingos!
─Eso es porque tú no querí ir a quedarte conmigo. Yo ando pendiente de ti, de lo que te falta, de lo que te pasa...
─¡Mentira! ¡Ni siquiera sabíai que me estaban amenazando en el colegio! ─me puse a llorar con cuática.
¿Por qué nací tan mamona por la chucha?
─¿Qué? ─mi mamá se metió─. ¿Quién te está amenazando?
─No importa. A nadie le importa ─aproveché que mi papá estaba distraído y subí corriendo las escaleras pa' encerrarme en mi pieza con pestillo.
Minutos después alguien tocó mi puerta y dejé de llorar tan fuerte como lo estaba haciendo.
─¡Déjenme sola! ─grité.
─Mijita, soy yo ─era mi abuela.
─¿Y quién más?
─Yo no más. Tus papás están abajo.
Dudé un momento, pero mi abuela nunca me mentía, así que le abrí y la dejé entrar a mi pieza.
─¿Qué pasó, mi chiquitita? ─me secó las lágrimas.
Le tuve que explicar todo, desde las amenazas hasta la nueva peuca de mi papá. Podría haber llenado bidones con todas mis lágrimas. Lo bueno era que me había desahogado y me sentía mucho mejor.