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Edificios que colapsan sobre mí, la muralla de mi mente es destruida,
mis pensamientos son mis enemigos, y solo la tristeza está conmigo.
Se acerca a mí, feroz, acechando, mostrando los dientes;
como león,
como oso,
como perro malo, perro rabioso,
que se mueve lentamente, me rodea y me mira como si leyera mi mente.
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La mordedura que me da traspasa mi piel, trastoca mi alma, causa una herida, una que se pudre día a día,
no hay cura,
no hay nada,
no hay salida,
se me acaba la vida,
se me agota la energía,
ya se drenó, toda mi alegría.
El tiempo pasa, y ya no puedo pensar; abro la herida que intenta sanar.
Ya no tengo alas para volar, despedazo las aves, las mariposas e incluso
a las malditas moscas, envidio su vuelo,
su libertad.
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Cada día corre y me consume la ansiedad, miro las gotas caer, todo sigue igual.
¿Será de día? ¿Será de noche?
El sol no brilla más, sigo esperando las luciérnagas, para que vuelvan a brillar, que disipen las tinieblas y destruyan mi oscuridad.
No hay luz, no hay sentido, no hay camino, la alfombra se desplegó, ¿quién caminará sobre ella? ¿Vestido blanco? ¿Vestido rosa? ¿Alguno elegante?
Positivo es tal pensamiento,
pero la música fúnebre lo desvanece, pase lo que pase, esa dulce melodía anuncia libertad, una que tal vez no dure, una que se puede acabar ¿Qué habrá en el más allá? Lo tendré que averiguar.
Mientras tanto espero; todo se sigue desmoronando, destruyendo, cayendo,
¡Ojalá consumiendo!
Al final solo quedan escombros de lo que pudo ser, existir, estar, pero desgraciadamente,
