Te vimos entrar en el centro comercial y mirar en todas direcciones, como perdido. Por alguna razón, detuvimos lo que hacíamos para observarte. Esperamos por si alguien llegaba a salvarte de esa posición incómoda en la que estabas de pie, pero nadie lo hizo.

     Nos miramos entre nosotros y alguien suspiró de forma resignada.

     –Nos falta alguien, de todos modos –dijo uno de mis amigos, como excusa para invitarte.

     Lo siguiente que supe es que estabas jugando entre nosotros. Creí que siempre estabas solo porque tenías alguna dificultad para relacionarte con otros o eras extravagante, pero no. Eras bastante común, en el buen sentido.

     Al principio estabas retraído y te comportabas con timidez, pero enseguida te concentraste en ganar y te distendiste, de forma que terminaste riendo con y de nosotros muchas veces.

      No pude despegar mis ojos de ti. Quería que te sintieras cómodo y me gustaba comprobar que lo hacías. O al menos eso parecía, a juzgar por la forma en la que sonreías y te reías sin miedo a verte demasiado entusiasmado. Lo parecías, pero no lucías avergonzado por eso.

     Cuando tuviste la cerveza justo frente a ti, advertí que la observabas con curiosidad, y se me ocurrió que nunca habías bebido antes. Así que te ofrecí beber algo más.

     Esa fue la primera vez, en toda la noche, en la que sentí que me mirabas de verdad, centrando tu atención en .

     Tus ojos, de un cálido color miel, destellaron un momento.

     No exagero al decir que nunca vi ojos tan bonitos.

     Acompañarte a casa después de eso, verte en los recreos, jugar contigo en el árcade cada semana, se sintió natural. Si bien para mi grupo no significó gran cosa y mis amigos te veían solo como aquel chico solitario que en realidad era buena onda y un genio jugando al tejo, yo me fui sintiendo más entusiasmado con la idea de verte cada vez.

     Si te soy sincero, por más que me gustaba cuidar a los demás y hacerlos felices, era consciente de que la mayoría se acercaba a mí con la esperanza de tener a alguien que los cuide. No veían en mí a Timothée, sino a alguien que podía llenarlos de palabras de aliento, abrazos cálidos y un oído paciente. No me molestaba hacer nada de eso y lo hacía con gusto, pero me ponía triste que pensaran que eso era todo lo que yo era.

     Pensé que sería lo mismo contigo, sobre todo cuando te ofrecí a ser tu oyente si te sentías triste algún día, después de que corroboraras mis sospechas de que no tenías otro amigo.

     Pero las cosas no fueron así.

     Quizás eras normal, pero eras diferente a todos los demás.

SingularityDonde viven las historias. Descúbrelo ahora