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     Cuando llegué a casa, mamá seguía dormida.

     Logré dormir debido a mis sienes palpitantes y porque no tenía energía en absoluto. Había esperado hasta la salida del sol, pero ningún tren pasó. Decidí regresar antes de preocupar a mamá. No quería tener veinte llamadas perdidas al ver que no aparecía en todo el día.

     Dormí con gran angustia, al igual que hacía últimamente.

     Desperté sintiendo que había dormido demasiado poco. Me sentía seco, vaciado y deshidratado, mas no hice nada para cambiar aquello. Me pasé en la cama la mitad del día. Escuché a mamá abrir la puerta despacio para comprobar que yo estuviera allí o si estaba despierto.

     Se alejó sin decir nada y momentos después la puerta principal de la casa fue abierta y cerrada.

     El vacío se intensificó.

     Me hubiese gustado decirle que se quedara en la cama conmigo, como cuando era pequeño y nos pasábamos hablando hasta que era demasiado tarde. Mamá correría el cabello de mi frente y me besaría antes de levantarse para ir a su propia habitación.

     –¿Me puedo quedar contigo? –le preguntaría yo.

     Ella dudaría un segundo antes de sacudir la cabeza con una sonrisa y decirme que sí, porque sabe que le temo a la oscuridad y que soy un mimado de mamá.

     Pero dejé que se fuera y pensara que estaba bien, que creyera que superé el miedo y que podía valerme por mí mismo. No podía, estaba lejos de ser valiente.

     Era mejor así.

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