14

35 11 3
                                    

     Después de dejarte en casa, regresé.

     De hecho, me dirigí hacia el pub donde los demás se habían reunido. Uno de mis amigos me había avisado que estaban allí a medio camino hacia casa. Solíamos frecuentarlo porque tenía un patio grande en el que podías estar con tus amigos a gusto sin la necesidad de estar pegados a otros grupos. 

     Los demás esperaron a que estuviera sentado y con una cerveza adelante para comenzar a molestarme.

     –¿Ya llevaste a tu bebé a casa? –se burló uno de mis amigos.

     Le lancé una mirada de muerte que no logró hacerlo dejar de reír, pero sí que otro le golpeara el pecho para señalarle que el comentario no me había gustado nada.

     –¿Es tu novio? –la chica que te había enseñado billar preguntó con cierta sorpresa.

     Antes de que pudiese responder, uno de sus amigos dijo:

     –¿No viste cómo lo abrazaba? Es obvio que sí.

     –¿No es un poco joven? –inquirió alguien más.

     –No es mi novio –respondí sin emoción en la voz.

     Varios me miraron con sospecha, incluso un par de mis amigos.

     –Pero están en algo, me imagino –agregó la misma chica.

     –No.

     Parecía confundida. Los ojos de mi ex estaban clavados en mí, pero no la miré ni una sola vez.

     Tomé mi cerveza con lentitud y falsa tranquilidad. Porque sus sospechas me habían emocionado, en lugar de indignado, como debieron. Y esa emoción me perturbaba y me asustaba a partes iguales. No quería verte de esa forma, me obligaba a mí mismo a tratarte como un hermano menor. Que, de pronto, mi corazón estuviese enloquecido ante la palabra novio, me indicaba que mis esfuerzos eran en vano.

     –Es tu tipo, ¿no? –mi amigo se burló, igual que antes.

     Estaba un poco pasado de copas a esa hora y, además, era con el peor me llevaba de todos. Siempre entablábamos un diálogo pasivo-agresivo.

     Lo miré sin más, retándolo a continuar.

     Sonrió, sin dejarse intimidar.

     –Pequeño, frágil y con una linda boca.

     Estuve a punto de sonreír ante los dos primeros adjetivos. No tenías nada de pequeño. Eras más bajo que nosotros, sí; y eras bastante delgado. Pero en la forma desgarbada de tus miembros se adivinaba que serías alto y, con entrenamiento, robusto.

     Y no eras en absoluto frágil. De hecho, eras más fuerte que todos nosotros juntos. Todavía estabas aprendiendo mucho de ti mismo y a veces lucías asustado ante lo desconocido, pero todos eramos así. Tenías buen temple, eras objetivo cuando debías serlo, eras generoso y considerado con los demás, paciente y disciplinado en situaciones donde otros se darían por vencidos.

     Pero él último adjetivo fue acompañado de un gesto obsceno que me tuvo sobre mis pies en un instante. Lo tomé desde el cuello de la remera hasta posicionarlo justo delante de mí y le hablé con los dientes apretados:

     –Atrévete a insinuar eso de nuevo.

     –¿Qué, Tim? –se mofó en un susurro–. No me digas que no te lo has imaginado de rodillas frente a ti, ¿eh?

     No podría repetir lo que dijo después y la imagen que creó en mi cabeza, sólo por respeto hacia ti.

     Una ira tan grande que no podía ser contenida se apoderó de mí y lo siguiente que supe es que estaba sobre él en el suelo. Su sangre manchaba mis nudillos y todo su rostro. Fui arrastrado afuera por mis amigos y los trabajadores del pub.

     Uno de mis amigos intentó razonar conmigo, pero caminé lejos del grupo.

     No quería hablar con ellos ahora. No quería hablar.

     No estaba perturbado sólo por lo que había dicho sobre ti, sino porque mi cuerpo estaba reaccionando debido a ello. Y no quería, juro que no quería imaginarte en esas situaciones.

     No es que en mi mente fueras puro e inocente, o no supiera que llegaría el momento en que tendrías sexo con alguien si lo deseabas, si es que no lo habías hecho ya. El problema es que me había jurado a mí mismo no verte así, no imaginarte así, y me odiaba al descubrir que todo eso podía ser derrumbado en cuestión de segundos.

     Debía mantenerte a salvo de mí, Marc.

     Mi ex apareció de la nada y entrelazó su brazo con el mío. Me dejé arrastrar hacia su casa, me dejé arrastrar a su habitación.

     En la penumbra de la misma, mientras ella me tomaba en su boca de rodillas, mi mente se disparó hacia los escenarios que mi supuesto amigo había inventado.

     E imaginé que ella eras tú, de rodillas, gimiendo a mi alrededor. E imaginé que su lengua era tu lengua y la calidez de su boca era tu boca. E imaginé lo arruinado que te verías, con las pestañas húmedas, los labios rojos e hinchados y el cabello hecho un desastre gracias a la forma en la que yo lo sujetaba.

     Y el resto de la noche, no fue su cuerpo suave debajo de mí, fue el tuyo. No fue su voz llamando mi nombre, sino la tuya. No fue a ella a quien besé, fue a ti.

     Cuando todo acabó y ella se durmió, me sentí más vacío que nunca.

      Lo había arruinado todo.

SingularityDonde viven las historias. Descúbrelo ahora