Todo el camino a casa mantuviste sujeta mi mano. Habían pasado tantas cosas esa noche que hubiese preferido que ocurrieran en otras circunstancias.

     Las luces de casa estaban encendidas y mamá demoró sólo un momento en salir por la puerta. Abrió los ojos preocupada al ver que ambos habíamos llorado y la desgana en mi lenguaje corporal.

     Quería que entraras conmigo a casa, quería que siguieras sosteniendo mi mano. Quería que me sostuvieras el resto de la noche y los días venideros. Mas te dejé atrás en cuanto me soltaste.

     No quería hablar con mamá. Quería evitar hablar con ella más que con cualquier otra persona. No quería decepcionarla, no quería que supiera qué clase de cobarde había criado.

     –¿Qué has estado haciendo, Timothée? –fue lo primero que dijo–. En serio, ¿qué has estado haciendo? ¿No te parece que ya es hora de que dejes de mentirme y me digas que has hecho? Tengo que enterarme siempre de todo porque Marc viene preocupado a preguntar por ti.

     No encontraba las palabras para decirle, pero ella insistió.

     –¿No confías en mí lo suficiente como para contarme lo que te ocurre? ¿Tan mala madre soy que no me crees capaz de ayudarte?

     –¡No es eso! –me apresuré a decir, porque era lo que menos quería que pensara.

     –¿Entonces qué es? Dime.

     Como tú, quiso acercarse, pero di un paso atrás por inercia. Me miró dolida, pero se arrebujó en el saco que traía puesto y apretó los labios. Parecía no saber qué hacer.

     –Tim... es debido a la misma razón por la que meses atrás te sentías tan triste, ¿verdad?

     Asentí, sin más. No sabía cómo explicárselo.

     Las lágrimas, que se habían secado, volvieron a brotar desde mis ojos como si de una canilla abierta se tratase. Mamá también tenía las pestañas húmedas.

     –¿Y la terapia? Pensé que estaba sirviéndote de ayuda –dijo con voz compungida.

     –La terapia no sirve de nada, mamá –contesté de forma más brusca de lo que me hubiese gustado. Es que estaba harto del tema.

     –Podrías haberme dicho algo. Lo que sea, Timmy. Desapareces sin más, preocupándonos a todos. Ya casi no te veo por aquí.

     –Lo lamento –murmuré–. Ya no seré una molestia.

     –Pero, ¿qué dices? –el tono se elevó y una nota desesperada se inmiscuyó en él.

     –Lo siento.

     Con ella, y después de mi conversación contigo, ya no pude mostrarme distante. Me rompí, una vez más.

     –¿Qué piensas hacer? –había pánico en su voz y en sus ojos. Intentaba arrebujarse más, pero el saco ya estaba lo suficientemente tirante alrededor de sus hombros.

     –Lo lamento, mamá. Ya no puedo hacer esto más, lo lamento. Lamento decepcionarte.

     –Explícamelo, al menos –soltó de pronto. No parecía comprender del todo lo que ocurría o el hecho de que estuviera ocurriéndome a mí–. Podemos solucionar lo que sea, Timmy. Deja que te ayude. Vuelve a la terapia.

     –¡No quiero hacerlo más, mamá! Lo he intentado por años y ya no quiero vivir más.

     Era liberador y también escalofriante poder decir lo que me sucedía. Me sacaba un peso de encima no ocultarlo más, pero me daban miedo las consecuencias.

SingularityDonde viven las historias. Descúbrelo ahora