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     El resto del año escolar evité estar a solas contigo todo lo que me era posible. Estaba allí si me necesitabas y cuando el resto estaba cerca, pero no era capaz de estar a solas contigo.

     Me sentía culpable por haberte imaginado como no debía. Cada vez que mis ojos caían en tu boca, sentía las orejas calientes y debía apartar la mirada de inmediato y ponerme a pensar en otra cosa para evitar tener una erección.

     En mi inconsciente parecía haberse abierto una puerta pecaminosa y muchas noches a la semana soñaba contigo. Iba desde lo más sutil a lo más gráfico, pero siempre tenían el mismo efecto: despertaba duro y con un peso en el pecho, por lo culpable y sucio que me sentía.

     No tienes idea de lo mucho que me esforzaba por abstenerme a todo eso.

     La relación con mi supuesto amigo nunca fue la misma después de esa noche. Tú ni siquiera te diste cuenta de nuestra distancia, pues nunca fuimos muy cercanos, pero estaba allí. Salíamos juntos porque el resto lo hacía, pero yo no podía olvidar cómo se había referido a ti y mucho menos que, por lo que había dicho, ahora yo estuviera en aquel aprieto.

     No es que quisiera echarle la culpa. El germen estaba allí antes. Él sólo abrió la puerta para liberarlo. Y lo peor es que lo hizo a consciencia.

     Me pregunté cómo te miraba yo para que él hubiese llegado a esas conclusiones. No quiero ni pensarlo. ¡Tenías dos años menos que yo, por Dios! Y nunca habías insinuado que yo te atrajera físicamente.

     Yo no podía decir lo mismo.

     Todo se trata de perspectiva. Algo puede estar siempre allí y pasar desapercibido, pero en cuanto lo vemos una vez, ya no podemos dejar de notarlo.

     Así sucedió conmigo. 

     Y no sólo con tu boca.

     Tienes unos ojos preciosos y, si bien tenías aún acné, el tono cremoso de tu piel era en sí mismo una tentación. El corte de cabello que llevabas ocultaba la mitad de tus facciones y estas no habían sido cinceladas todavía, pero aquel que prestara atención podría adivinar que un día serían sumamente atractivas.

     Sí, eras delgado y larguirucho, pero tenías buenas proporciones. En lo personal, siempre tenía que resistirme para colocar mi mano en tu cintura y comprobar lo estrecha que era.

     Me estabas volviendo loco, Marc. Y ni siquiera te esforzabas por ello.

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