17

34 10 2
                                    

     No quería que fueras a bailar con nosotros.

     Quería regresar a casa y dejarte a salvo frente a tu puerta. Incluso si no hablábamos demasiado, prefería pasar tiempo contigo a solas, en una pequeña burbuja donde sólo cabíamos tú y yo. Desear eso iba en contra de lo que intentaba lograr: mantenerte a salvo y alejado de mí.

     Así que en cuanto uno de mis amigos te invitó a venir con nosotros y vi lo entusiasmado que estabas por ello, no pude hacer nada para impedirlo.

     Salir a bailar no es algo que hiciera porque me gustara, sino porque mis amigos querían. No me molestaba hacerlo, como no me molestaba hacer tantas cosas, por lo que siempre me veía arrastrado hacia ello sin saber muy bien cómo. Al no molestarme, tampoco hacía nada por detenerlo.

     Tenerte allí me hizo darme cuenta de que preferiría mil veces estar jugando videojuegos contigo, viendo películas en tu casa o saliendo a comer algo los dos solos. Como siempre, tú le aportabas una nueva perspectiva a mi vida que nunca hubiese imaginado que existía.

     Los demás querían darte de beber de todo para que tengas una experiencia "real". Cada vez que se disponían a comprar el trago más extravagante o darte de beber algo demasiado fuerte, yo los detenía o te quitaba el vaso antes de que este llegara a tu mano abierta.

     Me mirabas ceñudo y todos despotricaban contra mí.

     –Te hará mal –argumentaba yo.

     Estoy seguro de que querías replicar algo como «no soy un niño», pero también me observabas con esos enormes e inocentes ojos tuyos, que me recordaban constantemente que, si bien tenías casi diecisiete años, y muchos chicos más jóvenes que tú estaban haciendo cosas mucho peores que beber con sus amigos, existía en ti una pureza de corazón y espíritu que yo no quería corromper.

     Pero no sería el alcohol el que te corrompería, sino el dolor.

     Así que, cuando me miraste así, esperando que fuera tu guía y tu protector mientras el resto intentaba llevarte por el mal camino, tuve que dar un paso atrás.

     Yo no estaría para guiarte un día. No debías acostumbrarte a mí.

     Y, lo peor, es que yo no merecía guiarte. No era lo que tú creías y no era suficiente como para cumplir ese rol. Tú eras mucho mejor que yo, Marc.

     Nos quedamos solos mientras el resto iba a buscar chicas por allí y mi amigo el casado, como lo llamábamos, pedía más bebidas. Estábamos a varios metros de la pista de baile, en una zona donde la gente se reunía a beber y charlar, a pesar de que no había mesas ni ningún tipo de asiento. El sonido de la música no era tan alto y, si hablábamos lo suficientemente fuerte o cerca, podíamos mantener una conversación.

     No estoy seguro de si alguien nos empujó hasta que quedamos pegados o si fue por inercia. Tu proximidad estaba sofocándome. Sobre todo porque quería que estuviéramos más cerca. Quería estrecharte, dejar el club atrás, tener tu boca en mi boca.

     El sólo hecho de sentir tu calidez a través de la ropa estaba volviéndome loco. Quería esconder el rostro en tu cuello, que todos sepan que eras a mí a quien mirabas, escucharte reír debido a mí.

     La fuerza de mi posesividad me asustó.

     Tú seguías mirándome así, como siempre me mirabas. Y yo ya no podía fingir que no sabía por qué.

     Intenté con todas mis fuerzas que no me gustaras e intenté no gustarte, pero fallé.

     Allí estábamos ambos, cayendo por el otro.

     Tenía que detenerlo antes de que fuera demasiado tarde, antes de que llegaras al suelo y te dieras cuenta de que yo no estaba allí para atraparte.

SingularityDonde viven las historias. Descúbrelo ahora