CAPÍTULO 1

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Historia creada sin fines de lucro.
Los personajes pertenecen a Nagita & Igarashi.
Historia basada en la temática del "Fantasma de la Ópera" en conmemoración al aniversario del grupo Biblioteca Grandchester.

El fic contiene escenas violentas y para adultos mayores; descripciones sexuales explícitas. Si no gustas de ellas, pasa de largo.
La historia está en proceso.

El fic es completamente de mi autoría. No se permite su reproducción, parcial o total, en ninguna plataforma.

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La calle estaba atestada de gente, un ir y venir a esas horas de la mañana, algo muy común en las calles de New York, donde los citadinos tenían prisa siempre por moverse de un lugar a otro con las prisas características Neoyorkinas.

La joven mujer tenía su pequeño exhibidor a la entrada del gran teatro, mismo que, a tales horas, estaba casi desierto, visitado sólo por los transeúntes que se detenían a comprar su producto como una sustitución del desayuno real.

La pequeña rubia que se aferraba a sus faldas, estaba sentada en el primer peldaño de la escalinata que llevaba a la puerta principal del gran teatro, mirando el ir y venir de las personas, quienes ignoraban su presencia.

Rose, quien era la mamá de la niña, se dedicaba a vender pequeños pastelillos rellenos de crema batida para poder mantener a ambas, ya que su marido había perdido la vida, misteriosamente, al desaparecer mientras iba a trabajar a la obra del edificio en el turno nocturno. Su cuerpo había aparecido, literalmente seco, dentro de la construcción, luego de tres días desaparecido.

Desde aquella vez, la mujer se las había tenido que apañar para salir adelante y no morirse de hambre. Su trabajo demandaba, incluso, todo el día, y no había nada más qué hacer, era lo que le tocaba si quería que su hija tuviera alimento diario.

La pequeña, de escasos cinco años, y que obviamente no asistía a la escuela, la acompañaba a donde quiera que ella fuere, hasta que su madre había descubierto que el teatro era un buen lugar para poder vender mejor su mercancía.

Como los guardias ya conocían a la chiquilla rubia de enormes ojos verdes que acompañaba a la ventera, le dejaban entrar al elegante recinto para que pudiera admirar los ensayos en el teatro. Fue ahí donde conoció a la grandiosa actriz Eleonor Baker y su pequeño hijo, Terrence Grandchester, ella de origen americano y él inglés, por su padre.

Candy se deleitaba observando y admirando los detalles que se tenían para poder realizar una obra de teatro con mucha perfección. A su tierna edad, había aprendido a leer gracias a su querido y preciado amiguito, sólo un año mayor que ella.

—Eso que ves ahí, será parte de la escenografía, y aquellos, son los reflectores que darán mucha luz a mi mamita para que brille en el escenario.

—¡Oh! —Fue la corta respuesta de la pequeña quien no sabía qué más decir, pues de nombres no sabía nada, pero lo que sí era verdad es que le encantaba mirar toda la actuación.

Una tarde, mientras los actores y actrices descansaban, Terry llevó a la pequeña al escenario, y la invitó a subir. Candy era demasiado tímida, la poca vida social que tenía se reducía a los comensales que le compraban a su mamá sus pastelillos, y a las personas del teatro.

—Ven Candy, vamos a actuar. Cuando sea grande, voy a ser como mi mamá. —Decía el pequeño con gran orgullo. —Apresúrate, quiero que me ayudes a practicar. —Apuraba el pequeñuelo de escasos seis años.

—Es que... me da miedo. –Admitió la chiquilla.

—¿Miedo? ¿De qué? ¿Acaso no sabes subir las escaleras? —Preguntó ceñudamente el castaño.

—No es por eso, tonto. —Respondió la niña a la defensiva. —Sino porque mi mamacita dice que siempre debo estar en las sillas, o me van a regañar y nunca volveré a entrar al teatro.

—Pero mi mamá es Eleonor, ella nos dará permiso, anda, date prisa, estamos a salvo.

Candy dudó un poco más y se quedó estática al pie de la escalinata. El chiquillo, impaciente al notar su temor, bajó por ella y la tomó de su delgado brazo para subirla al escenario y acomodarla justo al medio. La niña, temerosa, miraba hacia todos los lados.

--Te... Terry... --Balbuceaba la rubia.

--Deberás seguirme la corriente. –Expresó el niño ignorando el tartamudeo de la ojiverde. El pequeño comenzó a explicar. –Debes decir: ¡Oh, Romeo! ¿Dónde estás que no te veo? ¿Entendiste?

La niña asintió, pero sentía que la cara le ardía por la vergüenza, sin embargo, trataría de ayudar a su amiguito, tal y como él la había ayudado a aprender a leer. El niño la miró y apuró con la mirada. Respiró profundo y dijo con voz plana.

--Oh, Romeo, ¿Dónde estás que no te veo?

El pequeño rodó los ojos y llevó su cabeza hacia atrás en un gesto de exasperación.

--¡Así no! –Regañó. –Debes decirlo como si lo sintieras.

--Pero es que no puedo. –Declaró la pequeña.

--¿Por qué no? Ya has visto actuar a mi mami, si no me ayudas, no podré ser tan bueno como ella.

--Pero es que yo sí te veo, ¿cómo puedo decir que no?

--¡Ayyyy! –Exclamó el chiquillo. –Pero tienes que hacer como que no me ves... Además, recuerda, buscas a Romeo, no a mí.

--Es lo mismo. –Espetó la pequeña.

--Otra vez Candice, o te dejaré más páginas de lectura si no lo haces bien.

Estuvo tentada en fallar adrede, desde que había aprendido a leer, amaba los libros, pero si lo hacía, Terry se enfadaría y ella sería una mala persona por no ayudarlo a ser un buen actor. Volvió a respirar y cerró sus ojos, recordando la escena de esta película que había visto en el exterior de los enormes almacenes con televisores.

--¡Oh, Romeo! ¿Dónde estás que no te veo? –Declamó con voz sentida.

--¡Aquí Julieta, junto a la maceta! –Prosiguió histriónicamente el niño.

--¡Oh mi...! –De pronto la rubia se quedó callada, con la cara ardiéndole.

--¿Qué pasa? --Indagó el pequeño. --¿Se te olvidó el diálogo?

--Es... este, sí... se me olvidó, lo siento. –Aunque lo cierto era que le apenaba decir esa frase que había oído decir en las telenovelas románticas y que siempre terminaban con un beso.

--Debes decir...

--Ya recordé. –Mintió. –Hagámoslo otra vez –Pidió y volvió a inspirar profundo y a representar su diálogo. --¡Oh, Romeo! ¿Dónde estás que no te veo?

--¡Aquí, Julieta! Junto a la maceta.

--¡Oh, mi amor! –Dijo la niña totalmente sonrojada.

--Tú eres mi flor! –Terminó el castaño, arrodillándose frente a la chiquilla, y dejando un delicado beso en el dorso de su pequeña mano.

Unos fuertes aplausos se dejaron oír por la sala, ambos niños, sorprendidos y apenados, se giraron hacia la fuente de estos, que no era otra más que la mismísima Eleonor, con su radiante sonrisa, mirando con cariño a ambos infantes.

--Lo han hecho maravillosamente, definitivamente se robaron la noche. Son mis actores estrella.

Los niños estaban que no cabían de la alegría y así siguieron durante todo el tiempo que duró el ensayo y fin de este. La elegante dama y su hijo se despidieron de Candy y Rose, y ellas se quedaron ahí al menos por una hora más, hasta terminar los pastelillos.

--Nos felicitó, mami. –Decía una emocionada rubia. –Dijo que lo hicimos muy bien. Y que somos sus estrellas.

--Mi niña, me alegra tanto que la señora Eleonor les felicitara.

--Sí mami. Cuando sea grande, voy a ser actriz como ella, voy a actuar con Terry, y vamos a tener una casa bonita, un televisor y ya no tendrás que vender los pastelillos, sólo hacerlos para mí.

Rose sintió las lágrimas anegarse en sus ojos. Rogaba a Dios tan sólo que su niña llegara a la edad adulta sana y salva, y que le diera las fuerzas a ella para cuidarla hasta que pudiera hacerlo por ella misma.

Atravesaron el amplio patio, solitario como de costumbre a esas horas de la noche. Sólo que esta vez el aire se sentía extrañamente gélido, pesado. Rose comenzó a sentirse nerviosa y apretó el pasó tomando firmemente el brazo de su pequeña para apurarla a caminar y lograr llegar al barrio donde tenían su pequeña casa, pero propia.

De manera inesperada, una enorme sombra se cernió sobre la mujer y la niña, y antes de que Rose pudiera reaccionar, fue tomada fuertemente por el cuello por el hombretón que tenía el rostro desencajado, con los ojos desorbitados. Candice, al ver el ataque hacia su madre, se abalanzó sobre el desconocido tratando de defenderla, pero éste la envió, de una patada, hacia el lado contrario, dejándola inconsciente por el golpe recibido.

Entre una nubosidad que le impedía ver límpidamente lo que sucedía, oyó el gritó y quejido de su madre instándole a correr, pero no lograba coordinar, ni la mirada, mucho menos los movimientos, pues se sentía muy aturdida y débil, de pronto, un pequeño ardor la hizo quejarse y luego no pudo más y se desmayó.

Minutos después, u horas, no lo sabía, sintió que la tomaban con delicadeza en brazos y la colocaban sobre un fuerte hombro, cual niña pequeña que es cargada por su padre, y, otra vez, oscuridad.

CONTINUARÁ...

Una fusión entre El Fantasma de la Ópera y mi temática favorita de Halloween, Vampiros.
Nos estamos leyendo, niñas.

ANHELO ENTRE SOMBRASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora