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—Buenos días preciosa! —la puerta de la habitación de Sofía se abrió y sus padres entraron en el dormitorio sosteniendo un bonito pastel de cumpleaños.

Sofía se incorporó en la cama frotándose los ojos y sacándose la manta.

—Mamá... Papá... Qué hacen? —preguntó soñolienta.

Su madre, una mujer joven de cabello rizado llamada Eva, se sentó sobre el colchón y se acercó para darle un abrazo a su hija y un beso en el cachete. Su padre, llamado Francisco, se sentó al otro lado de la cama.

—Feliz cumpleaños, feliz... —comenzaron a cantar ambos padres sonrientes—, feliz cumpleaños, feliz!

Sofía los miró con cara de abatimiento y escrudiñó el pastel parpadeando intensamente.

—Les dije que el color rosado no me gusta —se quejó.

—Nos salió muy engreída, la niña —comentó la señora Eva—, vamos, sopla las velitas y pide un deseo.

Sofía cerró los ojos y buscó en su cabeza algún pensamiento por el que desear algo, pero no encontró ninguno.

—¿Pueden pedir el deseo por mí? —murmuró.

Sus padres la miraron con desaprobación. Sofía cerró los ojos de nuevo y pensó en cualquier banalidad.

—Deseo tener un hermoso collar de oro que combine con mi cabello —anunció y acto seguido apagó las velas de un soplido.

—Oye —reclamó su madre—, se supone que debes pedirlo en tu mente.

—Si lo digo en voz alta ustedes lo sabrán y podrán comprármelo —sentenció Sofía con una sonrisa radiante.

Sus padres se miraron como diciendo “siempre se quiere salir con la suya”.

—Bueno, estás de suerte, princesa —comentó el señor Francisco—, hoy me he tomado el día libre para estar con mis adoradas chicas, iremos al centro comercial y compraremos cualquier cosa que se te plazca.

A Sofía le brillaron los ojos, pero de inmediato desechó la idea.

—Tengo mucha tarea que hacer, papá, y ya te dije que no me llames princesa... —contestó.

Pero el señor Francisco no les hizo caso, y cuando una idea se plantaba en su cabeza, nadie podía arrancársela. Momentos después estaban los tres a bordo del coche en dirección al centro comercial. Francisco conducía feliz, mientras la señora Eva se maquillaba y Sofía refunfuñaba por los baches de la carretera. Llegaron y lo primero que hicieron fue meterse a un restaurante a pedir desayuno. Ya en la mesa, Sofía miraba con aire altivo a los camareros.

—No entiendo para qué compraron un pastel si me iban a traer a un restaurante —comentó.

Después de terminar el desayuno, salieron a recorrer los locales y Francisco sugirió que Sofía eligiera a dónde ir. Ella, como era costumbre, estaba indecisa, y buscó apoyo en su madre, quien al final siempre compraba más que su propia hija. Visitaron tiendas de ropa, de calzados, salón de belleza, y a todas partes iban juntos. Sofía sentía que sus padres le dejaban poco espacio. Si hubiera salido con Alexandra o con Clemencia, el recorrido habría sido más agradable.

En uno de los amplios pasillos del centro comercial, Sofía, cargada de bolsas, en zapatos elevados, como si fuera una quinceañera en un concurso de cambios de look, se encontró con nada más y nada menos que Jason y Roberto, sentados en uno de los sillones públicos, parloteando misteriosamente delante de un local de ropa. El padre de Sofía, al ver el local de ropa, aplaudió resuelto.

—Muy bien! Ahora es mi turno —dijo—, porqué no me acompañan y me ayudan a vestirme como un verdadero caballero?

La señora Eva, tomada de la mano siempre de su esposo, se dispuso a entrar. Sofía se excusó:

SYSTEM [EL ÚLTIMO MENSAJE]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora