Capítulo 1

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Podía escuchar el latir de su corazón, ver el vapor de su respiración y sentir el ardor en sus músculos con cada zancada que daba. Pero, sobre todo, podía liberar sus pensamientos y entregarse a la dulce paz que le proporcionaba el ejercicio.

No era un simple pasatiempo; lo hacía para sobrevivir desde que tenía memoria.

Ejercitar su cuerpo y mente se había convertido en una rutina desde que cumplió los 7 años y los niños mayores comenzaron a intimidarla en la casa de acogida dentro de la manada. Aunque Laura les gritaba a los demás niños que eran solo unos perros pulgosos, secretamente deseaba ser uno de ellos. Todo habría sido más fácil si hubiera nacido como una loba en lugar de una simple humana.

Sus compañeros del colegio no solo eran más fuertes y rápidos por naturaleza, sino que al cumplir los 13, sus lobos se manifestaban, otorgándoles un olfato y una visión impecables. Eran capaces de oler las hormonas de los demás rápidamente y entender el estado de ánimo de sus pares sin mucha complicación. A los 12 años, Laura tuvo que aprender a reprimir sus emociones. No podía gustarle a los chicos, pues todos lo sabrían; tampoco podía llorar por los pasillos debido a su triste vida. Solo expresaba sarcasmo y enojo la mayor parte del tiempo.

Después de que los niños obtenían a sus lobos, todos se volvían poco pudorosos. Laura aprendió rápidamente la fisonomía del cuerpo humano. Al ser inexpertos en el arte de controlar las fuertes emociones que conlleva tener una parte animal, todos, sin excepción, rasgaban su ropa al convertirse y terminaban en cueros. Desde los 13 hasta ahora, no faltaba el compañero que llegaba del recreo desnudo a la sala como si nada.

El pudor no tenía cabida en la sociedad de los hombres lobo, y tampoco el morbo. Aunque mirar un poco no engañaba, la mayoría apenas lo notaba. Sin embargo, para Laura era diferente. Jamás se había mostrado en público, lo que la hacía aún más distinta de sus pares.

Vivir con la constante tensión de que uno de sus compañeros pudiera perder los estribos a su lado era algo normal para ella. Por eso, se esforzaba en ser la mejor en combate cuerpo a cuerpo. Hasta ahora, nadie podía igualarla. A pesar de su figura delgada, el cuerpo de Laura estaba formado por músculo puro y elástico, lo que le permitía realizar las acrobacias necesarias para evadir cualquier ataque que viniera hacia ella. Sin embargo, no siempre salía victoriosa en las peleas; su cuerpo marcado por innumerables garras no parecía contar la historia de alguien fuerte.

Pero todo estaba a punto de cambiar. Ya no tendría que mirar constantemente sobre su hombro, ni temer que intentaran arrancarle la cabeza cada vez que expresaba una opinión diferente. En dos días cumpliría los 18 años y podría salir de la ciudad para pisar suelo humano por primera vez en su vida.

Lo tenía todo planeado. Había tomado las pruebas antes y, para todos los efectos, ya había aprobado su último año. Lo único que necesitaba era la firma del alfa que le autorizara una identificación humana. Claro, una de las reglas más sagradas para Laura era no molestar al alfa, y toda su vida la había seguido al pie de la letra. Jamás se aparecía cerca de él, y durante la semana de Ascensión, procuraba rozarse con sus amigos para impregnarse del olor a lobo. Siempre se quedaba en la parte trasera de los eventos obligatorios, para poder salir primero

Los últimos cinco años habían sido los más llevaderos para Laura, ya que Máximo pasaba la mayor parte del tiempo fuera, en su búsqueda incansable de encontrar a su "luna", como solían llamarla. A los ojos de Laura, ella era simplemente una excusa para encubrir el hecho de que su alfa era un lobo errante que prefería viajar en lugar de cuidar de su manada. Pero eso ya no importaba; Laura estaba decidida a romper su regla solo una vez y dejar de preocuparse por ser invisible.

Detuvo su tren de pensamientos abruptamente cuando escuchó un sonido en medio del bosque. Las pocas hojas que crujían bajo sus pies no eran las únicas que resonaban. Sus sentidos se pusieron en alerta de inmediato, pero su cuerpo no se detuvo. Nunca llevaba música ni auriculares; eso la distraería de los sonidos a su alrededor, y perder la concentración por un segundo podría significar otro rasguño en su cuerpo. Apresuró el paso, doblando para volver al sendero, pero algo apareció rápidamente desde su derecha y la hizo soltar un grito.

Luna humanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora