Las personas como Levi, seres que durante toda su vida se han privado de comentar en voz alta lo que realmente piensan, sufren de un síndrome similar a una obstrucción en la garganta cuando se proponen liberarse de las ataduras que ellos mismos se han impuesto. Yo no era tan diferente; de hecho, me sucedía con frecuencia, razón por la que comprendía a cabalidad la problemática a la que se enfrentaba ahora que estaba a punto de retirarme.
Durante mi niñez no deseaba que el periodo de vacaciones diera inicio porque significaba que tendría que separarme de mis allegados, entre quienes siempre añadía, inequívocamente, a la persona que me gustó en cada época en específico, aunque la atracción fuera unilateral. La importancia que le otorgaba a ese ser era inmensa, al grado de que me convencí de que un espejismo podía entenderse a través de diversos matices. Así fue, al menos hasta que me coloqué en la recta final de la adolescencia, en la que la interrupción de cada ciclo se convirtió en un medio para salvarme de toda suerte de desafuero que se cometía en contra mía, sin que yo pudiera hacer nada para remediarlo.
Pero sabía que tal actitud no me resultaría provechosa en el futuro, así que me resolví a combatir ese insufrible malestar una vez que me encontré con Hange. Fue el resultado de su poder de envolvimiento, uno tan fuerte que no me dejó otro remedio más que brindarle la ocasión de demostrármelo. A las muestras de interés sincero se les debe dar su debida recompensa, me lo habían enseñado.
Ella había contribuido a que restaurase la antes arraigada hasta la médula creencia mía de que las personas buenas sí existen, aunque anduvieran esparcidas y fuese un reto compaginar con alguna, así como a asumir que para atraerlas era imperante parecérseles en cierta medida.
Al ir madurando, aprendí a separarme de la gente sin llegar a padecerlo como una enfermedad, sin sentir que perdía un trozo de mi organismo, a ejercer una limitante entre el sitio y las personas que lo habitaban. Claro que hubo sus respectivas excepciones, dos muy marcadas que, de vez en cuando, subían a mi corazón y amenazaban con romper la estabilidad conseguida.
Me fui reconciliando gradualmente con el estudio, esa actividad en la que encontré embeleso desde antaño, aunque nunca pude decir lo mismo respecto de mis compañeros. Sacarlos de mi ambiente no era una alternativa plausible, y yo tampoco iba a retirarme solo porque la existencia de unos cuantos ahogaba mi placidez. ¿A la mala hierba se le tenía que arrancar de raíz o había que permitirle crecer junto al trigo para separarlos en el último día? Y si era el caso, ¿cuándo llegaría el momento de mi "desvinculación" anhelada? No había modo de saberlo con certeza, el poder de predestinar yace fuera del alcance de los humanos.
Ojalá la Kiomy de ocho años lo hubiese entendido pronto. Me habría ahorrado un arsenal de decepciones con las que no tendría que cargar en el presente, mismas que representaron un obstáculo en el peor momento en que se les pudo ocurrir aparecer.
—Yo... —Mi lengua migró sin rumbo fijo. Al instante, mis dientes empezaron a crujir y se me secó la garganta.
Cualquier otro se habría mofado con ludibrio, solo que mi desajuste no llegó a ser interpretado como lo que era, ya que estábamos atravesando la misma etapa.
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A FOUR LETTER NAME© [VOL. 2]
FanfictionAbarca del capítulo 51 en adelante, hasta que la historia termine.